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¡Feliz año nuevo!

¡Feliz año nuevo!

31 diciembre 2016

año nuevo

Una cosa lleva a la otra (Reto Tahisiano Diciembre)

Una cosa lleva a la otra (Reto Tahisiano Diciembre)

reto diciembreCincuenta monedas. La bolsa no es tan pesada como parece, no sé para qué tanto escándalo con este nuevo metal. Incluso puedo correr por el callejón sin problemas. El único drama es el ruido. No tintinean, pareciera que cantan, las muy perras. Logro desviarme, a tiempo de ver desde una azotea cómo llega una traffic negra, de la que salen diez, veinte uniformados que se desplazan en todas direcciones. Me quedo quieto y los observo, con las pelotas en la garganta por el miedo. Entonces un pensamiento estúpido me da ganas de reír. Es que me hacen acordar a la nave nodriza de una película de extraterrestres con cascos naranjas que se movían igualito, igualito.

Es una suerte que estos tipos no se molesten en mirar hacia arriba mientras salto al edificio del lado. Benditos amaneceres tóxicos, con su niebla amarilla, su perfume a mierda y su vapor eterno. Bendita contaminación del siglo veinte.

Sigo camino, bajo la velocidad y me quito la capucha. Intento confundirme con los estibadores del puerto, voy y vengo mientras cargo la mercancía y la dejo por cualquier parte, con tal de seguir al otro extremo del muelle.

El sol intenso disipa las emanaciones tóxicas de la madrugada, la frescura del aire marino me revuelve el cabello verde. Allí está, esperándome en el bote. Me subo, disimulando mi ansiedad, y me alejo con los remos lo más rápido que me permite mi cuerpo cansado. Adiós a la fragancia de primavera artificial de la metrópolis. Venga la mierda de los suburbios. Bienvenida, Libertad.

—¿Me estás diciendo mierda de los suburbios? —grita ella, ofendida, cuando cruzamos el río pestilente.
—No, cariño. Estaba pensando en voz alta. Decía que es mejor la realidad de la mugre en que vivimos, antes que…

No me doy cuenta del error en la elección de palabras, hasta que veo su rostro desencajado.

—¿Mugre? —murmura—. ¿Acaso te arrepientes de venir conmigo? Todavía estás a tiempo de volver a esa vida cuadriculada que llevabas. Regresa, antes de que te denuncien los del banco.

Me detengo en mi actividad con los remos para mirarla a los ojos rosados y acariciar su cabello plateado. Es preciosa, me digo. Insoportable a veces, pero vale la pena tenerla conmigo.

—Libertad. Por favor. No discutamos esto otra vez. Ya dije que lo hacía por los dos.

A ella se le escapa un sollozo. Es tan sensible.

—Está bien, te entiendo. Lo siento, me puse nerviosa y empecé a divagar.
—No hay problema, cariño —aseguro, mientras sigo haciéndonos avanzar.

El amanecer de nubes irisadas, en colores cambiantes por el efecto de tantos químicos en el aire, nos recibe con promesas de un futuro lleno de nosotros. De nadie más que nosotros.
En eso, la escucho hablar de nuevo, mientras el sonido del líquido se escurre entre los remos.

—Desafío —me llama, enternecida.
—¿Qué pasa?
—Te quiero.


+++

Bueno, me colgué con un par de vasos de fernet y algunos videos de Mac Miller. Miré las palabras que tenía el Reto Tahisiano de diciembre, recordé las conversaciones de locos que tenemos con mi novio y me dije «¿por qué no?».

Relato escrito con el bloque D, de palabras a incluir sin importar el orden: 1. Cincuenta / 2. Frescura / 3. Naranjas / 4. Primavera / 5. Contaminación / 6. Fragancia / 7. Nodriza / 8. Perfume / 9. Monedas / 10. Vapor. Gracias a Tahis por los disparadores creativos, estoy feliz de haber participado todos estos meses.

Feliz año nuevo, que el 2017 les traiga nuevos desafíos y mucha libertad.
Mi 2016 en libros

Mi 2016 en libros

30 diciembre 2016

mi año en librosBuen viernes, buen fin de semana, del mes y del año. No sé ustedes, pero yo no veo las horas de empezar el 2017. Estoy muy contenta por haber logrado mis metas de lectura y escritura para este período, aunque la frecuencia de publicación en este blog haya disminuido. Siempre veo sus comentarios y me pone muy orgullosa decir que mis mejores lecturas del 2016 han sido recomendaciones o reseñas en otros blogs. Quiere decir que esto de la blogósfera es útil, al fin y al cabo. Vamos a las estadísticas que da Goodreads de mi año (he leído un par de libros más, que no tienen ficha en esta página pero sí les he hecho la reseña correspondiente):

longitud
El libro más corto: Un brazo, de Yasunari Kawabata.
El más largo: Martina en tierra firme, de Elisabet Benavent.
No doy puntaje en el blog, pero en Goodreads ya es costumbre. Ambos me sorprendieron y me gustaron mucho, así que les di cinco estrellas. No sé calcular de forma matemática la experiencia, que es muy diferente en ambos, pero cumplieron su objetivo y... meh. Abajo los puntajes. Léanlos.

populares
El libro más conocido: Fahrenheit 451, de Ray Bradbury
El menos conocido: El niño pájaro, de Juan Manuel Peñate Rodríguez
Otro caso en el que ambos libros son diferentes pero me han gustado muchísimo. En este caso, ambos me dejaron huella y me hicieron tomar nota para mi propio proceso de escritura. Se los recomiendo. Cinco estrellas para ambos.

puntaje alto
El libro con el puntaje más alto en Goodreads: La espada del destino, de Andrzej Sapkowsky.
Y sí, abajo los puntajes, pero en este caso voy a levantar mi banderita fangirl para festejar. Esta saga debería leerla todo el mundo y no voy a dejar de decirlo en cada oportunidad que tenga. Y sí, le puse cinco estrellas, aunque promedia cuatro y algo más.

puntaje
Mi puntaje promedio: 4 estrellas.
Como ya he dicho, no puedo traducir en números la variedad de experiencias en libros tan diversos. Solo diré que si una novela no me convence le pongo un tres, y si es espantosa le pongo un dos, porque al menos he terminado de leerla. Las que realmente no me gustaron no las he terminado y apenas habrán sido tres o cuatro, en todo el año. He tenido buena suerte al elegir.

extension
Mi extensión promedio en un libro: 323 páginas.

totales
Mi total leído: 52 libros, lo cual da una cantidad de 15.841 páginas.
Wow. Y seguimos hablando de poner en números una variedad de cosas que nada que ver. Igual, es rarísimo verlo así.

¿Y ustedes? ¿Ya vieron el resumen de sus lecturas del año? Si conocen alguno de los libros que menciono, o tienen algún otro para recomendarme, dejen su comentario. Saben que soy toda ojos.
Feliz fin de año y que el que viene llegue con una nueva lista de buenas lecturas.
Objetivo (Te reto con canciones #2)

Objetivo (Te reto con canciones #2)

29 diciembre 2016

objetivoA veces la observo, sin que se dé cuenta, y me quedo asombrado. Todo lo que hace por mí parece demasiado, pero nada es suficiente para ella. Sé que mi cara es lo primero que espera ver a la mañana y lo último en lo que piensa antes de dormir. La he visto ir por mí a lugares que creí solo míos, relacionarse con gente que no debería, esperarme por noches enteras con la única compañía de un termo de café y un atado de cigarrillos. Me ha confundido con algún pobre infeliz, en más de una ocasión, y me he sentido celoso. ¿No dijo alguna vez que podía contar hasta el último lunar de mi cuerpo con los ojos cerrados? Una afirmación un poco extrema, diría yo. Igual, no me arriesgo a ponerla a prueba. Podría acertar.

No la merezco. Podría tener objetivos mucho mejores. Por momentos, me da pena.

Luego la veo en televisión, subiendo la recompensa por mi captura. Recuerdo que estoy escondido por su culpa en un motel lleno de cucarachas. Entonces, la admiración y la lástima se esfuman y vuelvo a odiarla.


+++

Microcuento para la iniciativa de Mia Lozano: Te reto con canciones.
La canción es Don´t Deserve You, de Plumb.


Elemento sorpresa (52 retos - reto 47)

Elemento sorpresa (52 retos - reto 47)

28 diciembre 2016

macgyver
Luego del jeep supersónico, la raqueta antinuclear o la bomba de piña, el ídolo de mi infancia no pudo darme mejor idea que ésta. Cuando era chiquita, ver a MacGyver, en capítulos repetidos por enésima vez en la tv pública, era mi mejor proyecto para una tarde.

No era solamente una serie. Eran las aventuras de alguien que se metía en problemas y lograba salir de ellos con ingenio, viendo soluciones donde nadie más podía. Y, ahora, que estoy metida en el peor lío, verlo en el canal del recuerdo me ha devuelto la esperanza.

Creo que voy a poder salir de ésta.

—Todos están listos, Nina —anuncia mi padre, desde el otro lado de la puerta que cerré con desesperación hace media hora.
—¡Ya voy! Solo un rato más —ruego, mientras busco con la mirada cualquier cosa con la que pueda hacer un plan.

La voz del otro lado ha pasado de la amabilidad a la preocupación.

—¿Estás bien? ¿De verdad no necesitas ayuda? Escuché que les pediste a la modista y a tu madre que salieran. Y esa pobre chica que vino de la empresa de catering, salió llorando después de que le tiraras la copa de champaña que te había llevado.
—No es para tanto. Dile a la mesera que lo siento, págale un poco más. Y ya me he maquillado sola, así que estoy bien.

El silencio me indica que está tratando de ser cuidadoso. Me conoce. Ya debe haber sobornado a la empleada sin que yo se lo dijera. No por nada somos familia. Sé que está cambiando de estrategia, pero yo he tomado mi decisión. He enviado un mensaje por el móvil a Claudio, esperando que me perdone. Y, si no, que al menos comprenda que esta Nina que miro al espejo no es la que va a casarse con él. Estoy nerviosa, no puedo esperar su respuesta. Me pongo en acción.

Casi puedo sentir la banda sonora de mi serie favorita, mientras ubico una silla junto a la ventana y, con una cuchara que se dejó la mesera en su huida, aflojo el tornillo que mantiene en su lugar el barral de la cortina.

—Hija, ¿podemos hablar? —pide mi padre, confirmando que yo también lo conozco lo suficiente—. Sé lo que estás pasando. Igual que tú, tuve dudas en su momento —dice, un poco más bajo.

Deslizo la cortina por el extremo libre del barral que sostengo con mis manos, mientras hago equilibrio sobre mis tacones y me pregunto cómo es que no me los he quitado. Mi padre sigue haciendo confesiones extrañas con voz apagada, a través de la puerta, y el paño resbala de mis manos hacia el suelo cuando creo oír algo sobre una aventura con una inmigrante china. A MacGyver no le pasaban estas cosas.

—Papá, de verdad, ¿no puedes ir a decirles a todos que me esperen un poco más?
—…el valor de la familia, nunca los hubiera tenido a ustedes de no ser porque me decidí a continuar el casamiento con tu madre.
—¿Podría haber sido descendiente de orientales, entonces? ¿Como esas chicas flaquitas y de ojos rasgados que bailan en esos grupos de moda? ¡Papá, elegiste mal!
—¡Déjame pasar, no estamos para bromas, Nina!

Aterrizo mal sobre mis tacones y caigo sobre la cortina, aunque el grito indignado de mi progenitor sirve de distracción. Ni me he quitado el vestido blanco corte sirena, que es la cosa más incómoda que me he puesto en mi vida, por cierto. Y me he esforzado tanto en estos meses en el gimnasio para que me quede decente, que me lo voy a llevar puesto. La chaqueta de símil cuero negro me servirá de abrigo y disfraz. Pero mejor cambio los zapatos por unas zapatillas de lona o no voy a llegar muy lejos.

El móvil lanza el pitido de las notificaciones y hago un esfuerzo por no correr a verlo. Es Claudio, estoy segura. No quiero saber su respuesta. Mi cabeza ya está lejos de aquí, solo debo poner el cuerpo en movimiento.

Mi viejo ha dejado el discurso y se ha ido, amenazando con volver con un cerrajero o un hacha, lo que encuentre primero. Ha llegado el momento de la tensión. MacGyver estaría al borde de ser atrapado, o de morir por alguna razón estúpida mientras arma su bomba casera. Yo me limito a atar la cortina a un cubrecamas bordado que me regaló mi suegra hace poco. Servirá para llegar hasta la planta baja sin romperme la cabeza. Creo.

Intento darme un poco de tiempo atando las perillas de ambas hojas de la puerta con un corpiño, abro la ventana y me alegro de que estén todos en la parte de adelante, esperando a que yo baje por las escaleras. Podré salir por el terreno de atrás y estar lejos antes de que la viejita que vive allí se dé cuenta de que no soy el fantasma de ninguna leyenda urbana.

Las piernas me arden al bajar por mi soga improvisada, sé que me va a quedar marca de esto. Y creo que me he doblado un tobillo al llegar al piso empedrado del jardín. El dolor es espantoso, la humillación de volver será peor. Corro como puedo, evito las preguntas de la vecina y llego hasta la calle de atrás. Rezando. Por favor, por favor. He dejado el teléfono arriba, con los nervios y el miedo. Entonces me doy cuenta de que MacGyver era mucho mejor. No tengo madera para esto. Él podía sacar recursos de cualquier lado, salirse con la suya hasta el final. Yo estoy aquí, esperando a que aparezca mi recurso clave en el plan de escape.

Las lágrimas ya arruinan mi maquillaje a medias cuando escucho el ronroneo de la motocicleta que dobla por la esquina. Se acerca. No quiero mirar.

—Si al final íbamos a hacer esto, podríamos haberle avisado a la familia para que no gastara tanto en la fiesta —me dice Claudio, mientras me extiende el casco, todavía con la camisa y la corbata puestas.
—Perdón —respondo, emocionada—. No podía hacerlo así. Temí que no lo entendieras.

De verdad. Tuve miedo de que esta versión estresada y molesta de mí lo hubiese cansado. Sin embargo, él me mira igual que siempre.

—Ya está. Somos nosotros, ¿no? —dice, con un guiño cómplice debajo de la visera—. Los viejos se van a comer y a tomar todo. Dentro de un rato, ni se van a acordar de que era un casamiento.
—Gracias.
—De nada, amor.

Arrancamos y me abrazo a su cintura, feliz. Él es mi elemento sorpresa, mi caja de herramientas portátil con la que armar y desarmar cualquier explosivo.

—¿Trajiste los pasaportes? —pregunto, espantada. Soy pésima para esto. ¿Cómo se me olvidaron tantos detalles?
—Sí —me tranquiliza, sin dejar de mirar al frente.
—¿Los pasajes?
—También. Al final, yo tenía razón. Las Vegas nos va mejor.
—Es cierto.


+++

Una meta que quedó sin cumplir de este año: los 52 retos. Pero pude cumplir con dos que quería escribir, combinados en este relato: el del escape al estilo MacGyver con cinco elementos de mi habitación que empiecen con la misma letra (la letra es la C y los elementos: cuchara, chaqueta, cortina, cubrecamas y corpiño), y el de la novia que duda sobre casarse. Aunque me faltó describir la tarta, así que no lo cuento como reto cumplido.

Dedicado a Maryere que me pidió que lo intentara, ya que yo he sido fan de MacGyver en mi infancia. Ha sido difícil, no se me ocurría nada.

¡Feliz año nuevo a todos! Y que el 2017 venga con nuevos retos.
¡Feliz navidad!

¡Feliz navidad!

24 diciembre 2016

feliz navidad

50 libros en el Desafío Goodreads 2016

50 libros en el Desafío Goodreads 2016

20 diciembre 2016

desafio goodreads¡He llegado a cumplir con el Desafío Goodreads que me propuse este año! Sé que cincuenta es un número enorme para algunos, para otros es fácil de superar, alguien se fijará más en la extensión o la calidad de las obras leídas, pero yo tenía muchas ganas de hacer el intento esta vez. Como gran incumplidora de mis metas anuales, estoy sorprendida de haberlo logrado. Además, esto me sorprende en una época de baja con el blog, pero festejo con ustedes.

cincuenta libros

¿Y ustedes? ¿Qué meta se propusieron este año con sus lecturas?

Jojojo (Cinco líneas: Diciembre)

Jojojo (Cinco líneas: Diciembre)

18 diciembre 2016

jojojo
La noche del veinticuatro, apenas las diez. El guardia del banco ya va por la segunda botella de champaña. «Qué desgracia, nadie debería trabajar en navidad» piensa, mientras revuelve su sopa instantánea. El dolor de cabeza le dice que no ha sido buena idea festejar a solas desde tan temprano. En la tv, un especial de los momentos mágicos del año le impide notar al hombre de rojo y blanco que sale de la bóveda, riendo y con una bolsa llena.

Las palabras para el reto de este mes: desgracia, dolor y mágicos. 
Personaje a incluir (a elección): Papá noel / Los reyes magos.

Si quieren saber más del reto de cinco líneas de Adella Brac, pueden visitar este enlace.
Las increíbles no-aventuras de la Señorita J

Las increíbles no-aventuras de la Señorita J

14 diciembre 2016

señorita jTercer día a solas, en la oficina, y ya he envejecido diez años. Sé que mi postura corporal ha cambiado en los últimos meses. Me noto encorvada en la silla endeble con rueditas que, a cada rato, libra una nueva batalla contra el peso de mi trasero. Y pierde. Estiro la mano y levanto el asiento fallado, con la palanca endeble que vuelve a ponerme a la altura del escritorio y la pantalla del ordenador. Ni me doy cuenta, ya me he programado para subirme el culo, apenas desciendo los escasos quince centímetros que me quitan la dignidad y me hacen parecer sentada en un asiento de jardín de infantes. Baja, sube. Baja, sube.

Me he convertido en autómata, mientras atiendo el teléfono con mi «voz para las llamadas telefónicas importantes» o le sonrío a la gente con mi «sonrisa para tranquilizar a los pacientes e indicarles con amabilidad la forma de seguir camino, derecho, derechito, por el pasillo hasta la ventana». Y tirarse por ahí. No. Eso no, me digo. Ni siquiera tengo la llave para abrir ese ventanal, no deben habérmela dejado para aumentar mi tortura y la de esas pobres personas que aguardan apretujadas su turno. O para evitar que alguien se sienta tentado. Ya saben: la libertad, la preciosa libertad.

En el piso de abajo, también han coincidido las vacaciones de algunos —licencias sorpresa, en un par de casos—. Maldito diciembre. Así, los que quedamos haciendo con dos manos el trabajo de cuatro, o seis, nos miramos y no necesitamos decir nada. A alguien le tiemblan las manos por los nervios, se siente la desesperación en la voz de otro, al murmurar que se quedó corto de material de laboratorio. Incluso yo voy y vengo de la oficina a la mesa de entrada, dejando cuatro asuntos a medias, extraviando papeles o mi lapicera.

Me siento un momento, abro la casilla del correo para ver las novedades y… ahí está. El correo que ayer me envió el Señor O. Hacía semanas que no aparecía, que no enviaba pacientes ni hacía consultas por casos específicos. Hoy ha enviado a un hombre para un examen completo, sí, pero de rutina. Lo hemos hecho antes. Y alguien de abajo lo ha desviado y ha dicho que no sabía nada, lo cual me valió un disgusto. Pude solucionarlo, espero que a tiempo de que O. no se entere.

Miro el reloj, la gente sigue llegando y los minutos no avanzan. Un médico llega con un retraso espantoso y pasa a mi lado con cara de que necesita que sea viernes. Ya. Una mujer protesta, no hay lapiceras para llenar los papeles de ingreso y las mías han desaparecido. Como cada día. Corro a buscar, para prestarles. Luego voy detrás de ellos, con paciencia, para pedirles que me las devuelvan. Los que vengan al día siguiente las necesitarán.

Suena el teléfono. Es el Señor O. Su voz me provoca la misma sonrisa tonta de siempre y estoy a punto de perder el aliento, cuando me pregunta por el incidente de su paciente, con preocupación. Está bien, sé que está molesto al comenzar a hablar. Lo imagino en su consultorio, sentado con un café en un sillón bien alto y mullido, de esos gigantes que te hacen olvidar que estás trabajando. Y yo pongo mi mejor «voz de profesional que lo resuelve todo» para explicarle lo que ocurrió. Su tono no ha dejado de ser cordial, a pesar de que la situación es ridícula, y me pide que no vuelva a suceder. Cuelgo, desolada. Ya me he resignado a que ése es un tren que no va a parar en mi estación y salgo de mi sillita endeble para verificar que todo salga bien con los demás pacientes.

Pasa la hora pico de la mesa de entrada. Empieza la hora de las llamadas telefónicas. Tengo tanto que hacer, que no sé por dónde empezar. Mi escritorio rebosa de papeles, en mi mente cada uno tiene su función, está relacionado a algún tema por resolver y por eso está ahí. Sin embargo, desde afuera, aquello parece un nido de ratas. Miro el piso, algún papel abollado no llegó nunca al cesto. Miro la pizarra, ya no tengo espacio para poner más pendientes. Borro todo. Al papel lo dejo así, será la pequeña rebeldía de la jornada.

Llegan más papeles, de los pacientes de hoy. Más emails, con pendientes por resolver. Quiero salir. Voy a escaparme, no quiero volver. Me quedan al menos quince días del mismo nivel de actividad. Y si salgo airosa estoy segura de que se va a volver costumbre —mi fé en la humanidad ha muerto, señores, voy a convertirme en pulpo—. Me doy cuenta de que, al no tener a nadie alrededor, ya no tengo la obligación de sonreír ni de sonar profesional. Lanzo alguna puteada al aire, pongo la web de la radio y me río con los locutores. Imprimo algunas cosas, persigo al médico de la mañana para que firme otras. El reloj se niega a avanzar demasiado. Mi cara se va alargando, imagino a los ausentes echados de panza al sol o roncando hasta el mediodía y se abre un agujero negro en mi estómago.

Aparece la bioquímica y bromea sobre la falta de decoración navideña de mi escritorio. «No has puesto ni una bolita de plástico por acá». Me sorprendo, de verdad, al notarlo. Más me sorprende sentir que da igual. Creo que mi paciencia tiene los días contados en ese lugar. O no. Al sentirla reírse diciendo que, por mi cara, yo también debería estar en una playa, bronceándome, me doy cuenta de que ya no me queda ni sombra de simpatía en el cuerpo. Hago un esfuerzo por no responder algo inapropiado, necesito a esa mujer de mi lado en las horas pico, y largo una risita forzada mientras mi sillita vuelve a perder contra mi trasero y mi dignidad desciende unos quince centímetros.

Alguien ha subido al primer piso y ha llegado a mi puerta sin que lo note, y en ese momento se asoma con una sonrisa que es todo hoyuelos.

Entonces, la vida es hermosa.

Mi mano va a la palanca de la silla, pero queda congelada y mi mini asiento se queda así. Es el Señor O, frente a la montaña de mugre de mi escritorio y el papel abollado al lado del cesto. Vuelve mi voz profesional y lo saludo, mientras la bioquímica se queda mirándolo embobada.

Observa a su alrededor, buscando dónde sentarse, pero la bioquímica está ocupando la única silla libre. Da igual, porque ya no la registro y mis ojos hacen barrido selectivo con él, la sonrisa boba se dibuja en mi cara y mi postura en la silla baja hace más notoria su altura.

«Está siendo amable, como siempre. No está enojado» pienso, maravillada, a la vez que le explico que el paciente ha sido tratado entre almohadones (porque lo guié por todo el edificio, le sonreí como idiota, le di una nota firmada para que le presente al Señor O. y no lo acompañé al baño porque no tuve la oportunidad).

—Muy bien. Muchas gracias. Ahora, necesito pedirte un favor —dice, con algo de timidez.

«¡Sí, está siendo tímido conmigo! ¡Va a pedirme algo incómodo!». Y mi mente siniestra se frota las manos, espero que no de forma visible.

Yo asiento, feliz, tratando de que no se me note que le daría hasta a mi gato Ciro si me lo pidiera. Lo escucho hablar y lo disfruto. Sus ojos, su cabello y el que sea tan larguirucho me hacen pensar en una espiga de trigo. Pensamientos random, en un cerebro al borde del burn-out.

—¿Te acordás de aquel paciente, del Banco M? —me dice, luego de mirar hacia todos lados sin poder concentrarse.
—Claro —le respondo—. El informe te lo pasé el otro día.
—Eh, sí. Necesitaría que me lo imprimieras de nuevo.
—¿No llegó el correo? —me espanto—. ¡Puedo reenviártelo!
—No. Sí. Me llegó. Sí me llegó —vuelve a aclarar, haciendo que me derrita por ver cómo le cuesta darme una orden—, es que necesitaría que... me dieras el original.
—El médico no tiene original. Redactó el informe en Word y le puso la firma digital.
—Lo sé. Pero, por las dudas…
—Te lo imprimo.

Me pongo de pie, como un resorte, y saco a la bioquímica del asiento. Me pongo a revisar en la otra pc hasta encontrar el documento y lo reimprimo, mientras la mujer empieza a dar vueltas junto al Señor O. y a hacerme preguntas sobre los pacientes del día. Me doy el gusto de recitarle cada uno de los que han pasado por allí, con lo que llevan y lo que ha quedado pendiente. Espero a que la hoja llegue a mi mano desde la bandeja y lo miro a él. Me sonríe, como diciendo «muy bien». Llueve pintura rosa por las paredes, sale el sol desde la lámpara del techo y un cajón se abre para que un teletubbie asome la cabeza cantando.

Me deslizo sobre el vómito arcoíris de un unicornio hasta el escritorio donde él me espera y, al ver la fea impresión de la firma que envió el médico, la magia se apaga.

«Esto es horrible. ¿No podía ponerle onda? ¡Es su firma!».

—Ehhh… Creo que vamos a necesitar el original, tenés razón —admito.
—Está bien. Si no me lo aceptan, puedo volver.

«¡Sí!».

—No, vamos a ver de qué forma…
—No te preocupes. A lo mejor, si me ponés tu firma y un sello, quedará bien.

«Mierda. No tengo sello propio. Voy a usar uno que vi por ahí, seguro que sirve».

—Está bien.

Entonces sé que él sigue hablando, diciendo que en realidad no habría problema porque siempre la firma de ese médico sale así y se la suelen aceptar, y yo le pongo todo el arte de los firuletes a mi firma mientras ruego que no salga como un garabato de nena de cinco años —cosa que suele ocurrirme con los del correo o los que hacen el recambio de agua en el dispenser—. Ha salido redonda y bonita. En algún momento —vaya a saber cuándo—, la bioquímica se ha ido y nos hemos quedado solos. Él sigue hablando, para mi felicidad. Y estampo el sello que no es mi sello debajo, apoyándolo sobre la montaña de papeles. Y se estampa el borde, dejando las palabras del medio en blanco y a mí con unas ganas de romper todo. Si lo pongo de nuevo, se arruinará, quedará doble y ahora sí que no tendrá mucho sentido.

—No te preocupes. Con eso está bien —se apresura a decir, al ver mi cara.

«¿Si le pongo mi email personal, mi teléfono o mi usuario de twitter, al menos? Un arroba chiquito, no le hace nada al informe del médico. No. Basta. Teletubbies, vuelvan al cajón».

Al final, se va y yo me quedo deseando que se lo reboten como pelota de básquet, para poder inventarme una firma en la que el link de mi perfil de instagram pueda caber.

«Nota mental: empezar a sacarme selfies pelotudas, como la de esas que ponen boca de pato y usan escote y minifalda frente al espejo del baño. Nah… ya me da pereza de pensarlo, nomás».

Vuelvo a mi silla. Sube. Baja. Sube. Baja. El papel abollado del suelo se convierte en flor y me invade el inicio de una historia entre el Señor O. y la Señorita J. Cuando quiero darme cuenta, ha llegado la hora de volver a casa y salgo a la calle, flotando en una nube de algodón. Ya tengo la idea principal. Sería una comedia romántica, en la que ambos escaparían juntos de la cruel realidad, que los perseguiría para asesinarlos y tirar sus cadáveres al río.

«Mierda. Sigo siendo yo y mis finales».

Lo peor es que creo que la idea de la sangre y el río no son tan malas. De verdad, necesito unas vacaciones.



+++

Así, otro día oscuro para la Señorita J ha sido salvado por la aparición del Señor O. Ya sé que no tiene sentido, las anécdotas nunca lo tienen, sirven para mostrar lo impresionados que nos sentimos en cierto momento de cierto día de nuestras vidas. Y yo le debo mucha inspiración al Sr. O. Algún día voy a hacerle un homenaje como él se merece.

Mejor no, que voy a salir en las noticias y seguro termino con una orden de restricción.
¡Nuevo Liebster para el fantasma!

¡Nuevo Liebster para el fantasma!

11 diciembre 2016

liebster
Feliz tarde de domingo y, si son de Argentina, que las últimas horas del fin de semana largo no los encuentren cansados. Vengo de una maratón de capítulos para un fanfiction que tenía estancado desde hacía rato, así que mis ojos dan vueltas pero creo que puedo llegar a terminarlo en estos días para volver a mis historias originales. Ahora los dejo con una publicación para la sección Random del blog, por cortesía de la nominación de Denise, del blog Primera naturaleza. Si no han pasado a leer sus relatos ¿qué esperan?

Reglas:
◘ Agradecer y seguir al blog que te ha nominado.
◘ Responder las 11 preguntas que te han hecho.
◘ Nominar de 5 a 11 blogs que tengan menos de 200 seguidores.
◘ Avisarles con un comentario que han sido nominados al premio.
◘ Realizar una serie de 11 preguntas a los blogs que has nominado.

1- ¿Por qué decidiste hacer un blog?
Ya tenía Un jazmín en mi estantería, mi blog de reseñas y opinión fangirl, donde solía intercalar alguno de mis relatos. El grueso de lo que escribía siempre iba a mi cuenta de wattpad o a la de fanfiction.net, hasta que me di cuenta de que mi propio espacio siempre va a ser más importante. Decidí tener mi cueva propia sin molestar a los visitantes que estrictamente leen y comentan reseñas, así que me vine para este lado.

2- ¿Cómo elegiste el nombre del blog?
Recuerdo que pensé en mi perfil de Blogger, con la lista de blogs, y quise poner un nombre que pegara con el otro. Para que quedara bonito (las reseñas en mi estantería, las historias en mi tintero). La verdad es que primero hubo otras opciones, que fueron cambiando hasta llegar a El fantasma en mi tintero. Tengo una publicación en wattpad llamada La pluma naranja, así que pensé en los fantasmas de los personajes que habían quedado en el tintero, sin escribir. Ya sé, soy muy cursi. Qué le voy a hacer.

3- ¿Qué programa usás para escribir?
Viva el Microsoft Word y los ingenieros de Steve Jobs que lo inventaron para que Bill Gates se lo robara. O como sea que haya sido la historia en realidad. Nunca más pude escribir en papel, hago demasiadas correcciones y no se me entiende nada después.

4- ¿Cuántos Liebster has recibido hasta ahora?
Contando solamente al fantasma: dos incluyendo a éste. Si sumo a los del jazmín en mi estantería ya perdí la cuenta pero contesté un par nomás.

5- ¿De qué relato estás más orgullos@?
Ay, qué difícil. Voy por épocas. Igual, creo que el mejorcito de todos es Espera. Pude contar cosas sin decirlas explícitamente y poner algo de crítica a un problema social que me afecta mucho. Además, salió seleccionado y publicado en una antología en libro físico, a fines del año pasado. Si lo quieren leer, no los spoileo.

6- ¿De qué relato estás menos orgullos@?
En sí, todo relato que llega a ver la luz es porque me gusta cómo ha salido. Aunque me he arrepentido de desnudar demasiado mis traumas en 1000 K. La verdad es que no tiene mucho sentido, fue más un ejercicio de descarga a un momento difícil que estaba pasando (crisis vocacional, bla, bla) que una historia con valor real. Duró poco en wattpad pero acá lo dejé. Esta es mi cueva, mis reglas, mis traumas.

7- ¿Cuál es tu género favorito para escribir?
El cuento vale como género, si no me equivoco. Ahora, si hablamos del contenido, prefiero el humor o el drama extremo. Es lo que me sale, a veces sin querer.

8- ¿Cuál es tu género favorito para leer?
He descubierto que me encanta leer cuentos también. Distinguiendo lo del contenido, prefiero cualquier cosa que utilice bien el humor negro y el drama. Si es romance, policial, distopía, young adult, terror, no me importa. Me parece que soy más de autores que de géneros, los voy descubriendo sin importar lo demás. Viva Goodreads y las recomendaciones en reseñas de otros blogs.

9- ¿Tenés alguna otra pasión aparte de escribir? ¿Cuál?
Me gustan mucho las plantas, sufro horrores viviendo en un departamento tan chico e interno, sin esa posibilidad. También me encanta improvisar con la carpintería, las manualidades y la pintura de brocha gorda (no me den un dibujo y un pincel, que lo arruino, pero pónganme una brocha con un mueble o una pared y yo feliz).

10- ¿Qué formato preferís para leer: papel o electrónico? ¿Por qué?
Antes era fundamentalista del libro físico. Se me acabó el espacio en la biblioteca, cambié por otra más grande y en ésa también se me terminó. Seguí acumulando libros, canjeándolos por otros en mi casa de saldos favorita, hasta que descubrí la aplicación Calibre y llegó a mis manos la saga completa del Mundodisco de Pratchett en epub. Mis ojos sufren ahora, pero tengo un lector Kindle en camino en el correo. Soy feliz.

11- ¿Té, café o mate?
¡Más decisiones difíciles! Digamos que depende del momento: Para despertarme, obligatorio el café. No funciono sin la dosis diaria. Para las tardes y los fines de semana: viva el té. Para las reuniones con amigas: mate con peperina. Y para las siestas calurosas no dejo el tereré por nada.

Gracias Denise por las preguntas, me encantó responder. Van mis nominados:

Eréndida, de Maryere escribe
Adella Brac, con su nueva casita propia del mismo nombre
David, de Relatos en su tinta
Mia, de All I Can Think Of...
Aslan, de Historias AG

Mis preguntas:

1- ¿Cuál es la historia que más te ha costado escribir (cuento, novela)? ¿Por qué?
2- ¿Guardas muchos relatos sin terminar? ¿O todo lo que has empezado está publicado?
3- La mejor sorpresa que te hayas llevado con un argumento, un personaje o un lector.
4- ¿Quién es tu autor/a favorito/a? ¿Cómo llegaste a leerlo/a?
5- Si pudieras reescribir un final o revivir un personaje que ha fallecido, ¿cuál sería?
6- De todos los mundos que has creado en tus relatos o novelas, ¿en cuál elegirías vivir y por qué?
7- ¿Cuál es la mejor música para escribir: algún género en particular, un artista de tu preferencia, cualquier cosa que pasen por la radio o el silencio?
8- ¿Cómo decidiste comenzar con tu blog?
9- ¿Hay algún género literario que no te hayas animado a explorar todavía? ¿Por qué?
10- Si tu personaje preferido (y por tuyo, me refiero a que es de tu creación) viniera por un día al mundo real, ¿dónde lo/a llevarías?
11- ¿Qué estás leyendo por estos días?

A todos los demás creo que ya los he nominado en otras oportunidades, igual si quieren que los nomine también y no aparecen por acá, con gusto los agrego. Al resto, cuéntenme si coinciden en algo o si conocen alguna de las historias que mencioné.
Y así es como salió

Y así es como salió

09 diciembre 2016

escritores—Pretender ser escritor y que nadie rechace tus obras es como querer ser boxeador y que no te
golpeen en la cara —dijo, antes de tomarse de un trago lo que quedaba en el vaso de cerveza.

Tan contento se habrá quedado con mi cara de sorpresa, el muy maldito, que sus hombros se ensancharon contra el respaldo del sillón de cuero de imitación. La música del bar iba y venía, por la insistencia de algunos clientes en pedir que bajaran el volumen y la terquedad de una de las camareras en volver a subirlo. La estridencia de Ricky Martin imitando a algún reggaetonero del momento —¿o era Enrique Iglesias? ¿Cuándo llegaron a sonar todos igual?— me ayudó a no tener que responder de inmediato.

—El ego sensible es un efecto secundario que voy a pagar con gusto, no te preocupes —grité para hacerme oír, inclinada sobre mi vaso y más cerca de su oído—. Pero te reto a que me digas una sola profesión en la que el autoestima no se vaya a las nubes.

Inspiró con fuerza, aunque no fue capaz de igualar la velocidad de su pensamiento a la de sus palabras y no tuvo más remedio que cerrar la boca. Por fin. Medio segundo después, volvió a abrirla, con lo que parecía algún giro ingenioso a la pregunta.

No lo dejé terminar.




Dejé el teclado, me estiré y noté el cuello contracturado. Volví a él, congelado en la pantalla, con el aliento retenido por el cursor titilante sobre el blanco. Se veía hermoso así.

Fue un poco cruel, lo sé. Y es que esto también es una costumbre. Dejar una escena en suspenso, buscar el corte que deje al personaje colgando al borde del risco, sobre un tremendo precipicio. O fallar, que el final del capítulo quede en la nada misma y mi pobre lector se pregunte qué habré querido decir con eso. Era esto último, estaba segura. Igual no iba a tocar más nada de la historia por esa noche.

Preferí levantarme del escritorio, sacar al gato de mi regazo y estirar las piernas un rato. Volvería a leer la escena al día siguiente y le daría un nuevo sentido.

O no.


*Imagen tomada de instagram: @thewriterink
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