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Corazón del mar, Aruka C. M.

Corazón del mar, Aruka C. M.

30 abril 2017

corazon del marTítulo: Corazón del mar
Autora: Aruka Capulet Marsella
Género: Historia corta. Romance. Crossover.
Año de publicación: 2017. Blogs colaboradores ronda 2.
Sinopsis: "Los celos no perdonan al agua ,ni a las algas ni a la sal..." -Naturaleza muerta de MECANO-.
Inmenso, profundo, misterioso, pacífico y tormentoso, el custodio de los corazones rotos, espía y cómplice de todos los secretos de los amantes.
El mar único en su ser, vivo en cada molécula, tortura y sanador de los corazones, ya sea por amor puro o amor herido.
La historia que ha unido a dos de los personajes literarios representativos de estos polos opuestos del amor y el mar, una defiende el amor puro y el otro busca la venganza por amor.
Ambos se darán cuenta de lo que realmente anhelan sus corazones, llevados por mares mágicos y dolorosos... descubrirán el corazón del mar...
Puedes leerla aquí

Opinión personal: Gracias a esta iniciativa, Blogs colaboradores, sigo leyendo historias de lo más diversas e interesantes. En el caso de esta autora, ya la conocía de antes. Venía siguiendo su blog y me divertía hacer explotar las burbujas que flotaban en el diseño del mismo cada vez que entraba. Esta no ha sido la excepción. La experiencia ha sido genial. He leído en su historia un crossover de dos de los universos más conocidos de la Literatura, mientras explotaba burbujas con el mouse. Yo feliz.

¿Qué universos son éstos? Los del Conde de Montecristo y La sirenita, de Hans Christian Andersen. Dos seres que tienen mucho en común. Ambos lo pierden todo y deben hacer un viaje al extremo de sus fuerzas para conseguir lo que más desean. Pero ella quiere estar junto a su amado y él solo consumar su venganza. Él verá que su Mercedes se ha casado con otro sin demoras y ella perderá a su príncipe en brazos de otra. Los dos tienen la oportunidad de hacer algo terriblemente cruel y algo cambia sus corazones. Aquí es donde entra este cruce de personajes. 

La historia se cuenta en fragmentos algo confusos al principio, ya que somos llevados en un naufragio, arrastrados por la corriente junto con ellos. Luego, la conversación con la guardiana del mar es en un entorno irreal (con buena descripción del entorno, añado) y fragmentos del futuro de ambos se entrelazan, dándonos una pista de cómo todo cambia, para que las cosas sigan igual a como las conocemos. Da que pensar y respeta la personalidad de ambos. 

La narración está llena de reflexiones, imágenes de este mar que cambia sus vidas y cierta dulzura en lo inevitable. Ahora quiero leer esta versión original de Andersen. 

Calificación:

Apto para: Amantes del romance. Lectores de ambas obras o que hayan oído hablar un poco de una de ellas.
No apto para: Obsesivos de la ortografía (yo soy una, pero lo disfruté igual). Vi un par de cositas por ahí, con una edición se arreglan.
Dulzura: Marina, la sirena. Toda la situación entre ambos es muy tierna.
Acción: ¿Un naufragio cuenta?
Sangre: No llega a correr, por suerte.
Sexo: Hubiera sido interesante, pero no creo que tuvieran tiempo xD

(Aviso: no pongo puntaje en números. Si lo terminé de leer es porque lo disfruté. Los que no terminen irán en otra sección).
La hora del trono vacío - Historia del Mara-Verso

La hora del trono vacío - Historia del Mara-Verso

29 abril 2017

maraverso
—Estamos en las orillas de Lago Leseli, en el set montado por la producción de la película más esperada para el verano: ¡Bésame mu-chu-chucho! —anunció Roger Po, famoso periodista de espectáculos, protegido por una sombrilla del sol del mediodía—. En esta entrega, nuestro perro pekinés estrella tendrá una nueva dueña que busca el amor. La ingenua Miranda será encarnada por nada menos que la ex Reina del Grito: Regina Clamor. ¡Bienvenida a nuestra ciudad, Regina!

Detrás del joven con el micrófono, que hablaba a la cámara como si estuviera por salir propulsado por un cohete, la muchacha sonrió con felicidad auténtica. Llevaba el cabello rubio en una coleta, los ojos azules enmarcados por pestañas bien largas y los labios rojísimos. El jean y la camiseta de color blanco pretendían darle un aspecto desenfadado, pero en Regina todo lucía espectacular.

—Hola a todos —dijo, emocionada de poder hablar de su nuevo papel—. Gracias por darme este recibimiento en Leseli. Es mi deseo que se diviertan con Miranda y su perrito tanto como yo.

Pero su entrevistador no tenía ningún interés en «Bésame mu-chu-chucho» y la interrumpió.

—Ahora queremos saber, ¿qué es lo que te llevó a abandonar el trono de la víctima más sexy de las películas de terror? El género nunca será el mismo sin tus gritos, Regina.

Ella carraspeó, incómoda. Los recuerdos de la maldición, que la había perseguido desde que tomó aquel honor dudoso, ensombrecieron su rostro.

—Bueno, yo… —titubeó la joven—. Lo importante es que ahora hay una nueva Reina del Grito. Niní Melones es perfecta para estremecer a las nuevas generaciones con su alarido. Yo la elegí, personalmente, como mi sucesora. Es lo que el público millennial merece.

—Te felicitamos por tu elección y por ser la primera Reina del Grito que abandona su trono en vida.

Era cierto. El fantasma de la anterior Reina todavía se le aparecía en los espejos, durante las noches de luna nueva.

—Muchas gracias —contestó, con todo el brillo inocente en su sonrisa—. Espero expandir mis horizontes y que el público pueda oír mi voz en diversos tonos desde ahora.

—Te deseamos lo mejor.

—Hasta luego, chicos.

La cámara se apagó, los técnicos comenzaron a guardar sus cosas y ella se dio vuelta para buscar con la mirada a su amiga, Mara Laira, que estaba de visitante. El cabello azul de la muchacha relucía al otro lado de la calle, donde repartía volantes entre los empleados de la productora sobre su causa a favor del reconocimiento de las personas virtuales.

Iba a ir por ella, cuando una mano se aferró a su brazo. Era Roger, aún no se había ido.

—Disculpa, Regina —dijo, extendiéndole un teléfono móvil con cierta timidez—. Quería pedirte si pudieras grabarme un mensaje, soy tu mayor fan.

«Oh, qué bueno, mi primer fan en esta nueva etapa de mi vida».

—¡Claro! —respondió—. ¿Qué necesitas que diga?

—Nada, sólo grita como si hubiera un monstruo persiguiéndote.

El entusiasmo de ella se desinfló y sus hombros cayeron.

—Oh. Pero ya no soy…

Entonces, sin que hubiera visto cómo, su amiga estaba de pie junto a ella.

—¡Regina, por Dios! —exclamó la del cabello azul, al borde del ataque de nervios—. Algo ocurrió. Debemos salir de aquí.

—¿Pero por qué? Ya va a empezar mi parte, no puedo irme.

El periodista tuvo que marcharse, espantado por la mirada severa de la recién llegada. Otro teléfono se extendió a la actriz para sorprenderla. Esta vez, con el navegador abierto y una noticia espantosa en letras bien grandes.

—Mira esto —explicó Mara—. Niní Melones ha muerto.

—¡No es posible!

—Sabes que sí. Fue un accidente misterioso con una motosierra, mientras filmaba. Ocurrió hace apenas una hora y el video ya está en todas las redes. No quieres ver eso, créeme.

No era extraño. No para una Reina del Grito. Era una pena, pero tal vez eso significara la muerte de la maldición junto con Niní.

—Oh, pobre chica. Le enviaré una corona a la familia —decidió Regina—. Pero no puedo abandonar aquí. Esta es mi vida ahora.

Un silencio antinatural se cernió sobre el set y los alrededores. Una sombra se posó sobre el lugar. Mara y Regina seguían absortas en su discusión.

—¿No lo entiendes? —insistió la activista por los derechos de las personas virtuales—. La actual Reina del Grito ha muerto, eso quiere decir que alguien más debe serlo ahora.

—No —murmuró la rubia, con un temblor inexplicable en el labio inferior—. Yo ya dejé bien en claro que… ¡Ahhhhhhh!

Varios de los técnicos de sonido, vestuaristas y maquilladores tomaron lo que encontraron en su camino para lanzarse en persecución de la actriz. Fue una suerte que Mara Laira estuviese ahí, para rescatarla del desastre. Y es que el trono de la Reina del Grito no queda desierto por mucho tiempo.

+++

Relato juevero que salió una noche de viernes y se publicó la madrugada de sábado. La consigna y los personajes pertenecen al MaraVerso, propiedad de El Demiurgo de Hurlingham.
La Reina del Grito es uno de esos personajes que me hubiera gustado que se me ocurrieran, así que apenas vi esta consigna supe que iba a escribir sobre ella. Gracias Demiurgo y perdón por la extensión, salió largo. Se me cortó la luz tres veces mientras iba escribiendo, cuando pude terminar quedé tan contenta (y cansada de prender y apagar la compu) que olvidé el límite de palabras y ahora ya salió así.
¡Para un poco, Elisa! Epílogo: vez-una-Había...

¡Para un poco, Elisa! Epílogo: vez-una-Había...

27 abril 2017

epilogo
<< Capítulo cuatro

Al mes siguiente, desperté en casa de Santiago y encontré un regalo bajo mi almohada.

Estaba sola en la cama. Me desperecé y mi estómago rugió por el desayuno. Fui a la ventana, abrí las cortinas y saludé a la ancianita del edificio de enfrente, que colgaba unos calzones gigantes en su balcón. El sonido de la ducha me dio una pista del paradero de mi chico y el dolor en mi cuello me hizo lamentar no haberle dicho a Fae que podía dejarme unos billetes o un cheque, en lugar de semejante montaña de monedas.

Abrí el saquito de tela brillante y las vi. Brillaban para mí, doraditas y redondas. Por un instante me asombré de que fuesen tantas. Luego recordé cuánto había temido no volver a esta hermosa normalidad y lo entendí.

—¿Qué es eso? —preguntó Santiago, saliendo del baño.

—El hada de los dientes ha venido anoche a cumplir su promesa, por fin.

Él se acercó y puso los ojos verdes como platos, apenas vio el interior de la bolsa en mi mano.

—¡Ha sido muy generosa! Si casi no hicimos nada por ella. ¿Son monedas de oro?

—No seas malo conmigo. Ella vino por soluciones y eso fue lo que obtuvo —contesté, antes de que se me helara la sangre con cierta posibilidad y corriera al espejo.

Abrí la boca y revisé bien mi reflejo, en busca de alguna pieza faltante. Mi boca estaba intacta, por suerte. Él vino y me abrazó desde atrás, con un gesto travieso. Sí que nos veíamos bien juntos. Al menos para mi gusto. Él se vería bien abrazado a un árbol, si quisiera.

—Es bueno estar de regreso —murmuró, con un beso sobre mi sien que me derritió.

Sin dejar esa posición, alcé la mano con la bolsita y le di un golpecito en el hombro.

—Toma.

—¿Qué haces? —preguntó, sin soltarme.

—Vamos, llévate esto antes de que me arrepienta —dije, con toda la seriedad que pude reunir—. La recompensa es tuya. Tú fuiste el que logró que Yejun quitara la maldición sobre Fae.

Lo vi observarme por el espejo con esa cara que pone cuando está procesando algo muy complicado. Sí, lo miro mucho. He tenido tiempo de sobra para eso desde que éramos adolescentes.

Luego de unos segundos, pareció decidirse.

—¿Sabes qué? Dame una moneda de recuerdo y tú quédate la bolsa. Con una condición: tendrás que ponerte un consultorio aparte para estas cosas, Elisa.

Me di vuelta y lo besé, feliz de conocer al tipo generoso y dulce bajo esa fachada de gruñón que utilizaba frente al resto del mundo.

Recordé que acababa de despertar y no había usado mi turno en el baño, así que lo dejé por un momento. Sobre el mueble junto a la puerta, el número más reciente de La pluma naranja tenía uno de los diseños del nuevo dibujante en la portada. Yejun se estaba luciendo. Es verdad que sus primeros chistes eran todos sobre cuentos de hadas y que los mezclaba, ridiculizando a los personajes que tanto conocíamos. Pero a la gente le había gustado y a él le serviría para sanar sus heridas.

Pensé que sería interesante el material que sería capaz de traernos, una vez que superase su pasado. Esperaba ver pronto ese día.

Dejé el cepillo de dientes y me enjuagué los restos de dentífrico de la boca. Abrí la ducha, para que fuese calentándose el ambiente con el vapor, justo cuando Santiago abrió la puerta y me di cuenta de que no sería un regaderazo rápido.

Un rato después, la cosa se estaba poniendo interesante bajo el agua, cuando la puerta del baño volvió a abrirse. Del susto, resbalé y caí sentada, dejando solo a mi novio —y a su entusiasmo— en pie.

Santiago ignoró al intruso y se arrodilló junto a mí, con preocupación.

—¡Cariño! ¿Estás bien?

Balbuceé algo sobre mi culo dolorido en respuesta. Y me escondí detrás de la cortina, esperando a que el visitante no me hubiese visto. Había tenido un cortocircuito en mi cerebro, ya que las únicas dos personas que podían tener la llave de aquel lugar eran mi cuñado y mi suegra.

—Esperen afuera, por favor —ordenó, en su voz habitual, y supe que no había nadie conocido allí—. Ahora los atendemos.

Con cuidado, sin destapar mis atributos, miré por el costado de la cortina. No era un intruso, ni dos, sino siete. Siete enanos, cada uno con una expresión que delataba una emoción bien distinta en su cara. Había toda una variedad ahí.

—¿Se encuentra la consejera Elis Amores aquí? —preguntó el único que llevaba lentes.

—Es Elisa Mores. Pero sí, aquí estoy —contesté, abrazada al diseño de fantasmas y Pac-man de la cobertura plástica de la ducha.

Interesante elección de diseño, debo añadir. Pero Santiago tiene al nerd escondido en su interior todavía.

—Necesitamos de su ayuda —continuó otro enano, con ansiedad—. El hada de los dientes nos contó sobre usted.

Me estremecí. Ya sabía que el premio de Fae venía demasiado abultado. Seguro debió sentirse culpable por meternos en otro de estos líos.

—No voy a volver a meterme a ningún cuento —dije, terminante—. Envíen su carta y vean mi consejo en el próximo número de la Pluma naranja.

—¡Oiga, esto es un asunto urgente! —agregó el más enojado.

Yo no pensaba ceder. Mi tranquilidad, mi felicidad, ya tenía mi final feliz ahí mismo. Aunque la palabra final sonara algo extrema.

Santiago se cubrió de la cintura para abajo con una toalla de robots animados de Japón de los 80´ y me alcanzó otra igual. Parecía dispuesto a echarlos a patadas en cualquier momento.

Con tranquilidad, el enano de los lentes dio un paso al frente.

—Somos dueños de lo que sacamos de la mina, señorita Mores. Tenemos cómo pagarle una atención personalizada.

«¿No sacaban diamantes de esa mina?» me dije, al borde de la euforia.

Mi editor me echó una mirada y entendí que estábamos pensando lo mismo.

—Bien, ya les haré un resumen de mis honorarios a domicilio —contesté, tratando de que no se me notaran las ganas de saltar en un pie—. Su amiga despertará pronto, se los garantizo.

Apenas hice esa referencia a Blancanieves, mis nuevos clientes quedaron desconcertados.

—¿Amiga? —reaccionó uno, que parecía recién despierto de una siesta—. No, teníamos a un chico con nosotros, llegó diciendo que necesitaba perfeccionar sus habilidades en el patinaje sobre hielo para una competición contra su maestro.

—Pero ha mordido una manzana envenenada —completó otro, en medio de un llanto repentino—. Ahora el tal maestro ha llegado, junto a un chico que no para de sacarse fotos con un aparato extraño.

—Como si no tuviéramos suficiente, no dejan de llegar esos patinadores —se quejó el enojado—. Ya no tenemos lugar para meter a tantos.

Sentí que las descripciones me sonaban de alguna parte. Debía ponerme al día con el Grand Prix, lo último que supe era que se había interrumpido por la súbita desaparición de todos los competidores. Y eso fue justo después de volver de nuestra aventura con Fae y Yejun.

—¿Patinaje sobre hielo? —dudó mi novio, como si estuviera abriendo uno a uno los archivos de su memoria—. No conozco el cuento.

Decidí tomar las riendas. Ya tenía alguna experiencia y por fin había caído en mis manos algo de lo que sí sabía un poco.

—Creo que sé a quiénes se refiere —anuncié, y comencé a hacer cálculos—. Necesitaremos una grúa, un caballo blanco y un ataúd de cristal. Ah, y unas entradas para el próximo Grand Prix. Vayan al comedor, que en un minuto me visto y estoy con ustedes.

Los siete enanitos se fueron por el pasillo, en medio de un griterío, y Santiago se volvió hacia mí.

—Supongo que iré a poner la cafetera —comentó, con una sonrisa.

—¡Gracias, mi vida!

Terminé de bañarme en tiempo récord y salí con lo único que había llevado hasta ahí: una bata de toalla, en color fucsia. Hubiera quedado mejor con una de seda, para darme aires de mujer sexy. Debía recordar comprarme una y tenerla a mano, de ahí en más. Por el momento, estaba bien así. Lista para prestar mi ayuda a los que vinieran por mí.

Excepto a cobradores.

A los demás, ya saben. El consultorio queda abierto, de manera oficial. Pueden escribirme, que por una modesta suma les daré la solución a sus problemas.

***

Así termina la historia de esta segunda ronda de Blogs colaboradores. Esto es un agregado, ya que no entra en la historia con Fae, que era el personaje a utilizar para la consigna. Espero haberlo hecho bien y que la hayan pasado tan bien leyéndola como yo al escribirla.
Gracias por acompañarme este mes y los veo en la próxima historia corta para la tercera ronda.

Casilla de voz llena

Casilla de voz llena

24 abril 2017

reto treceEstoy cansado de portarme bien, cariño. El sonido de la alarma, cada mañana. El café quemado. Las caras de mis clientes. Las órdenes sin sentido. No cuelgues, esto será rápido. Sabes que me había regenerado, lo hice por ti. Pero me abandonaste, Cristóbal, mucho antes de que me salieran las primeras ojeras.

Ahora soy bueno por inercia. Un civil más, que incluso ha sido salvado por el héroe local en una mala noche de bar. ¿Puedes creerlo? ¡El inepto de Sun ni me reconoció! Si hemos peleado varias veces.

Ya lo sé, nada es como antes. Pero no puedo ser paciente. El dinero se escurre de mis manos, mi tiempo libre es cada vez más monótono, mis amigos se la pasan en fiestas a las que yo ya no puedo entrar. Necesito plata. Cash. Metálico. Taca-taca. Guita. Pero mucha, verde y que inunde este cuchitril de olor a tinta. Como antes.

+++

¡Te atreviste a colgarme! Voy a seguir llamando. Ni siquiera me importa dormir más horas. Quiero de nuevo esa emoción de planear un golpe, juntar a las mejores liendres de la ciudad, patear culos, romper ventanas, correr con el viento helado en la cara. Oír las noticias y temer-desear que me nombren.

+++

Mil veces me cortas, mil y una llamaré. Así que lo hice. Acabo de abrir el navegador, Cristóbal. Sí, ríete. Ya no me importa lo que pienses. Entré al informativo y ni siquiera tuve que buscar la sección de policiales. Ahí estaba, ocupando toda la página de inicio, con un resumen precioso de opciones sin explorar. Eliminé primero a los políticos. Esos saben cómo hacerlo, ni necesitan ensuciarse las manos ellos mismos. Muy aburrido para mí. O corrijo: «me dicen corrupto sin conocerme bien», se queja un comisario en un titular. ¿Te suena de algún lado? Ríe conmigo ahora, vamos.
A la mierda. Vuelve a colgarme, seguiré llamando.

«El cliente no se encuentra disponible. Cuando escuche la señal, deje su mensaje».

Dejo este mensaje en tu contestador para avisarte que encontré mi noticia. «Los diez pasos del meticuloso plan para robar la recaudadora de caudales». Todo un trabalenguas, ¿eh? Está bien detallado, como un curso express. No es tarde para que vuelvas, mi vida. Ya nadie quema el café como tú.

«El cliente no se encuentra disponible…».

Mejor olvídalo. Te aviso que no voy a detenerme. Ya tengo todo lo que necesito, voy a volver a la acción y espero que estés ahí para verlo. No te daré más datos, ya dije demasiado.

«Cuando escuche la señal, deje su mensaje».

Sí, claro. Cuando tú escuches el código del robo por el radio del patrullero, sabrás que soy yo. Ven por mí, vuelve a detenerme. Si es que puedes.

«Cuando escuche…».

A no ser que prefieras que hablemos. Llámame, por favor.


+++

Reto trece para El libro del escritor: Escribe un relato inspirado en una noticia que hayas leído esta semana. Usé dos, la del comisario y la del robo son títulos reales. Una parece un chiste y la otra un manual de instrucciones. Así estamos xD

Y los criminales de ciudad Leseli también tienen corazón. O eso imagino.
Tag del anime

Tag del anime

23 abril 2017

¡Buen domingo! Vengo a descontracturarme y a dejar algo de contenido para la sección Random del blog. Se trata de un tag que encontré paseando por el blog de Saku Sekai y me dio ganas de recordar los buenos tiempos. Hace mucho que no veo nada de anime, tengo pendiente Cowboy Bebop así que en cualquier momento lo empiezo. Por ahora, les dejo estas preguntas:

¿Cuál es tu anime favorito?
parakiss
Paradise Kiss, del manga de Ai Yazawa (la misma que nos dejó con la angustia por no terminar Nana). Por varias razones: la calidad de la animación, la banda de sonido y la fidelidad con la que presenta la historia contada en el manga. Es perfecto.

¿Qué anime odias?
La palabra odiar es muy fuerte. Cuando algo no me gusta, lo ignoro y ya. Pero sí hubo una época en que me irritaba mucho el personaje de Vocaloid Miku Hatsune. Todo era Miku por acá, Miku por allá. Me saturé. No pienso poner una imagen suya.

¿Qué anime te ha hecho llorar?
kenshin y kaoru
Muchos. Soy muy llorona y luego me estoy riendo. Pero hubo una escena en Rurouni Kenshin en la que él se despide de Kaoru, entre las luciérnagas. Lloré como bebé con eso.

¿Qué anime te ha hecho gritar de la emoción?
escaflowne
No sé si gritar, pero Escaflowne me llenó de emociones, fue como una montaña rusa en muy pocos capítulos. Lo recomiendo.

¿Qué chica anime es la que te parece más sexy?
boa
Boa Hancock, de One Piece. Ni siquiera he visto la serie, solo me permito ponerla porque la vi en el episodio especial junto a Vegeta OMG con Dragon Ball.

¿Qué chico anime es el más sexy?
light
Light Yagami, alias Kira. Es el conjunto de apariencia, inteligencia y actitud que lo hacen una bomba. Aunque, con el correr de los capítulos se vuelve tan retorcido que lo único que una espera es que lo descubran. Viva L.

Serie que más veces has visto
dbz
¡Dragon Ball Z! Así, con signos de exclamación. Amo a los personajes, amo el mensaje que da y todo lo que significó en mi infancia y adolescencia. Por ese mismo amor soporté la bazofia de GT.  Y por ese mismo amor me estoy viendo todos los capítulos de Super.

Anime que te gusta en secreto
--- ??? ---
¿Por qué en secreto? ¿Tiene que ser porno o algo así? La única serie que más o menos entraría sería High School of the Dead. Zombies y colegialas con falditas. Malísima. Pero no es ningún secreto, incluso se la recomendé a una amiga fan de los zombies. Luego encontré TWD y preferí el apocalipsis a secas.

Anime que más miedo te ha dado
gundam00
Gundam 00. Miedo de que mueran los personajes. Lo siento, tengo la política de no ver terror a no ser que sean películas bien tontas y acompañada de mucha gente.

Película anime favorita
fuuuusiooon
Fusión, de Dragon Ball Z. La vi en el cine y el mundo de Janemba en la pantalla grande era espectacular. Además, Gogeta es mi fusión favorita. Perdónenme Vegetto y el canon del manga xD

Y eso es todo. ¿Conocen las series y personajes que mencioné? Si llevan el tag para hacer el suyo, no se olviden de mencionar el blog y avisarme para que pase a ver sus respuestas. Que terminen bien el fin de semana ♥
¡Para un poco, Elisa! - Cuatro: Sopló, sopló... y qué ojos tan grandes tenía

¡Para un poco, Elisa! - Cuatro: Sopló, sopló... y qué ojos tan grandes tenía

22 abril 2017

para un poco elisa cinco
<< Capítulo tres
Aparecí en un lugar muy distinto al palacio esta vez. Sola. Y la anciana con la escoba, que me corrió por el comedor y la habitación de esa casa, no me dejó mucho tiempo para desesperarme.

—¡Shu! ¡Shu! ¡Fuera! —me decía, como si yo fuera un gato callejero.

Al fin pude encontrar mi camino hacia un patio lleno de gallinas y lodo, pero lejos del alcance de esa loca. Estaba en un claro, en medio de algún bosque. No dejé de correr, por si aquella mujer tenía forma de alcanzarme a pesar de su edad. Nunca se sabía, en esos cuentos. No tardé mucho en caer exhausta, con los pulmones a punto de salirse por mi boca.

Lo cierto es que no estoy en muy buena forma; tampoco me pidan mucho, si trabajo la mayor parte del día con el trasero en una silla. Esa es una buena palabra para mis lectores. Trasero. Ni siquiera parece que estuviera siendo maleducada. Otra sería culo. Culo en una silla. Eso suena más «elisesco». Pero no quiero desviarme demasiado: estaba sola, en un bosque y sin posibilidades de pedir ayuda. Iba a largarme a llorar por mi felicidad perdida, cuando apareció un perro gigantesco en dos patas frente a mí.

—¿Qué es esa cara larga, en una joven tan bonita? —dijo, y no pude creer que lo estaba entendiendo.

Lo miré, maravillada. Estos cuentos eran de lo mejor.

—Lo siento, no es un buen día —respondí, limpiándome con un pañuelo que me dio, a saber de dónde lo habría sacado si no tenía ropa puesta—. No me haga caso. Siga camino, buen perro.

—Lo haré, voy apurado. Pero regáleme una sonrisa y dígame si no sabe de la casa de una abuelita que queda por aquí. Creo que ando un poco perdido.

Me guiñó un ojo y, en su sonrisa, vi que asomaban unos dientes feroces. Era una suerte que fuese un animal tan noble.

—Claro. Acabo de venir de ahí. Haga unos sesenta pasos o cien, como mucho, en esa dirección. Pero cuidado, que tiene un humor terrible y una escoba enorme.

—Gracias por el dato, lo tendré en cuenta —contestó—. Adiós y que todo mejore.

Lo vi marcharse y me admiré del pelaje tan oscuro y grueso que tenía. Parecía que en los cuentos todo era más extremo, más llamativo. De haber nacido en alguno, yo hubiera sido una heroína llena de virtudes. Decidí que me conformaría con la realidad, que también estaba muy bien. Si es que lograba recuperarla.

Justo en ese momento escuché la voz que más extrañaba.

—¡Elisa! —gritó mi editor, corriendo hacia mí hasta atraparme en sus brazos—. ¡Dios, estás bien! ¡Pensé que te había perdido!

—¡Santiago! Gracias por seguir aquí, conmigo —le dije, emocionada de verdad.

Y mis ojos lanzaron estrellitas, por culpa de la magia de los cuentos. No veía las horas de marcharme de allí. Fae también llegó a nuestro lado, con su dibujo porno en la mejilla cada vez más visible.

—Debemos estar atentos —advirtió, nerviosa—. Había un lobo por aquí, lo vimos mientras te buscábamos.

—Yo no encontré ningún… Oh. —Me interrumpí, cuando recordé al perro simpático y entendí por qué era tan grande—. Creo que lo mandé a la casa de la abuela, por allá.

La cara de mi novio se convirtió en un poema. Pero no de esos de amor, por supuesto.

—¿Que hiciste qué cosa?

De solo escucharlo y ver la indignación de Fae, yo también me enojé.

—Claro, porque arruinarle el romance a un pervertido está mal para la continuidad de los cuentos —protesté, con los brazos cruzados—. Y cuando un pobre animalito quiere hacer una travesura hay que ir y hacerle daño, ¿no?

Entonces, los dos debieron haber pensado que tenía algo de razón, aunque se pusieron pálidos y miraron al suelo.

—Es verdad, la continuidad de los cuentos —murmuró él.

—Igual llegará hasta ahí —dijo el hada de los dientes.

—Además, la casa de esa viejita estaba muy bien construida —expliqué, tratando de hacerlos sentirse mejor—. El lobo puede soplar por años, si quiere, que no la va a derribar.

—Esos eran cerditos, Elisa.

—Bueno, aunque sean cerdos pueden tener abuela también.

—No, esa era Caperucita.

«Todo el mundo tiene abuela» pensé. No veía la razón de tanto escándalo.

—Cuánta discriminación —me quejé—. Pobres cerdos.

Cerré el tema, porque no vi ningún chanchito, solamente gallinas en esa casa. A lo mejor la continuidad del cuento ya se había arruinado y esa abuela se convertía en la protagonista de algún otro cuento que yo desconocía o no quería recordar.

Caminamos siguiendo el sendero del bosque en sentido inverso a la casa de la abuelita, esperando encontrar de nuevo al Dibujante. Mientras tanto, averigüé la fórmula de la maldición que éste echó sobre Fae por error, la noche en que Cenicienta se fue con otro. Me reí tanto al escucharla, que me sentí mal por la pobre hada. Santiago le preguntó si no había probado asentando el culo que tenía en la cara sobre un cruce de caminos, echándose agua bendita o algo. Ella dijo que sí, pero que la maldición exigía que asentara en una silla ambos culos a la vez. El natural y el dibujado. Imaginé a unas cuantas vedettes liberándose de ese problema en segundos y me asaltó la carcajada de nuevo.

Hasta que, en otro claro, encontramos a alguien sentado en una roca, con la cara escondida entre las manos y llorando como bebé. Llevaba una capa con capucha de color rojo, pero sus piernas y sus pies ya eran conocidos, no nos dejamos engañar.

—¡Yeyen! —grité—. ¿Qué has hecho con Caperucita?

Alzó la cabeza y nos miró, con sus ojos oscuros llenos de lágrimas de verdad. Por una vez, no parecía enojado. Más bien estaba triste.

—Es Yejun —corrigió, desganado, y se secó los mocos con la parte inferior de la capa—. Y no le hice nada a nadie. Esto lo tiró una chica, antes de irse con un tipo que parecía leñador. Todos tienen más suerte en estas cosas que yo.

—Ah. Hay versiones para adultos con ese final —reflexionó Fae—. No es imposible.

—Esta juventud de ahora, ni en los cuentos es como antes.

—¿Qué estás diciendo, Elisa? El mes pasado le aconsejaste eso a una tal Caperucita, que se fuera con el leñador.

—Sería mucha coincidencia, hombre. Y tú, Yayun, devuélvenos a nuestro mundo y deja ir a esta pobre mujer que no te ha hecho nada.

—¡Yejun! —exclamó, con más fuerza—. Da igual, no le quitaría la maldición a esta hada ni aunque pudiera. Estoy igual de atrapado que ella. Ya que no puedo salir de esto, suframos todos.

Sentí verdadera pena. Imaginé cómo hubiera sido si él me mandara una carta, como cualquier otro personaje. Me acerqué a él, con la comprensión de que era a él a quien debía ayudar en realidad.

—No seas tonto, para eso estamos aquí —expliqué, con suavidad—. Puedes terminar con esto si lo has empezado.

—¿Cómo?

—No lo sé. Prueba olvidándote de Cenicienta —sugerí, por sentido común.

—¡Yo la amo! ¡Desde que era niño! ¡Debería maldecirte a ti también, dibujarte lo que hay debajo de los pantalones de un hombre en la frente!

No iba a asustarme con el dibujo de unos boxers en la cara. Así que insistí.

—¿Al menos ella sí sabe pronunciar bien tu nombre?

Creo que eso dio en un punto sensible. Hasta a mí me dolió ver la expresión que puso.

—No. No lo sabe —confesó, luego de una pausa incómoda—. Para ella soy el hijo del carbonero. Y ni siquiera soy un buen aprendiz. Lo único que hago es dibujar con los productos de mi padre.

—Eres bastante bueno, por lo que veo —intervino Santiago.

—Gracias. Ahora lárguense. No quiero escucharlos.

Habíamos llegado a otro punto muerto en la negociación. Pero un brillo familiar en los ojos de mi editor hizo que le dejara el camino libre con nuestro villano.

—Deja ir ese rencor —aconsejó él—. No hay nada peor que aferrarse a alguien que te hace sentir invisible. Nadie se merece un castigo así.

—Lo dices como si fuera tan fácil. Prefiero seguir como estoy ahora, a volver a ese reino. No podría verla convertida en princesa de un príncipe que ni se acordó de su rostro después.

Asentí en silencio. Hubiera estado de su parte, de haber leído eso en una de mis cartas. Igual veía que estaba sufriendo, aunque él tuviese la razón.

—En realidad, podría traerte a mi revista —arriesgó mi novio, y temí que la magia de los cuentos le diese dientes afilados—. Tengo pensada una nueva sección de humor gráfico, y veo que tienes buena mano y mucha creatividad para los versos.

Yejun lo miró con ojos grandes y redondos, debajo de la capucha roja.

—¿Me pagarías por dibujar?

—Sí. Pero olvida a Cenicienta, es lo único que pido a cambio.

«Ya dijo que la ama, no puedes ofrecerle dinero así como así, va a ofenderse más» pensé, asustada, y calculé hacia dónde correr con Fae de la mano.

El Dibujante no tardó nada en contestar a eso.

—¿Cuándo podría empezar?

Mi asombro al escucharlos no podía ser mayor. O sí. Porque mientras ellos discutían los términos de un supuesto contrato, vi que el rostro de Fae quedaba limpio de imágenes de asentaderas. Buena palabra, asentaderas. Y eso es mucho, pobre hada de los dientes. En especial, cuando la mayoría de sus clientes son niños. Por más que no la vean, no debe ser algo fácil.

Empezamos a saltar de alegría las dos. Me di vuelta, para avisarle a Santiago del milagro, y él estrechaba una mano con la de Yuyén, Yejin, como sea. Los dos se desvanecieron en un instante. Creí enloquecer. Fae no dejaba de reír y saltar.

—¡Mira esto! ¡Se lo ha llevado!

—Claro. Ahora nos toca a nosotras. Vamos.

En pleno frenesí, corrió a abrazarme y yo la dejé. El mundo volvió a hacerse trocitos diminutos frente a mis ojos y, por fin, al volver a reacomodarse nos encontramos todos en la redacción de La pluma naranja.

Epílogo >>

+++

Por fin, llegó la resolución. Ahora se viene el epílogo. Y habrá más de este loquillo de Yejun en la siguiente historia corta que tendrá a otra protagonista de la misma redacción.

Por ahora, gracias por acompañar a Elisa en la aventura de este mes. Y gracias a mi lectora de Blogs colaboradores, Eréndida, por el aguante.
27 lunas

27 lunas

te reto con un titulo uno—Comandante Red reportándose —dijo, algo nervioso por el radio de la nave.

Era la primera vez que tenía contacto con Urano. Se contaban miles de historias escabrosas sobre los que habitaban el pequeño territorio, preparado por el ejército de ocupación y protección del sistema solar.

—Bienvenido, Comandante —respondieron desde la base.

Red suspiró, la voz parecía joven. Era femenina y no parecía hostil.

Dejó de lado los prejuicios y fue al grano, mientras el tablero emitía luces alarmantes y llenaba de sonidos la cabina.

—Solicito permiso para uranizaje de emergencia. He dado con la estela electromagnética de la cola de un cometa en mi trayecto —explicó, sintiendo el sudor frío correr por su espalda—. No llegaré a mi destino en Saturno, a menos que haga unos ajustes en la nave.

Hubo un tenso silencio del otro lado. Red maldijo su suerte, en aquel rincón tan extraño del sistema solar. La voz uraniana regresó.

—Nuestro superior está encargándose de unos asuntos, Comandante —anunció—. Él es el único que puede autorizar la entrada de cohetes a nuestra región. Tendrá que aguardar a su regreso.

—¿Cómo? ¿Pero no hay un reemplazo? ¿No hay nadie que pueda tomar decisiones en su ausencia?

—No, Comandante —dijo, luego su tono adquirió una alegría insana mientras proponía una alternativa—. Lo que sí podemos hacer por usted es ofrecerle nuestro espectáculo más reciente de las veintisiete lunas, mientras espera.

El viajero sintió un escalofrío al imaginarse muriendo mientras ellos ni se enteraban, o lo tomaban como algo de lo más interesante en su cielo lleno de rocas congeladas. Él sería una más. Tal vez lo adoptarían por un tiempo como la luna número veintiocho.

«Manga de tarados. El hielo de Urano les ha congelado el cerebro».

—¡No me importan sus lunas! Quiero hablar con alguien que me permita entrar, o juro que lo haré de todas formas.

—Le aconsejamos no hacerlo, señor Red —sugirió la voz de la joven, con frialdad profesional, desde la salida de audio de la cabina—. Aún si llegara a pasar las capas de hielo, nuestros misiles pueden ser disparados por cualquiera de nosotros si hay intrusos.

Red se indignó y golpeó el tablero con el puño. Lo único que logró fue la aparición de más luces rojas y alarmas molestas.

—¿Los dejan usar armas y no permitir un uranizaje de emergencia? ¡Son idiotas! ¡No se los pediría si no lo necesitara!

Otra pausa en la comunicación.

—Hemos avisado a nuestro comandante —anunció la muchacha, al regresar poco después—. Dijo que nadie que no pueda apreciar a las veintisiete lunas es digno de pisar nuestro suelo. Solo serán unas horas. De paso, le dará tiempo a usted de esperarlo y recibir sus instrucciones para pasar por la parte segura de nuestra atmósfera. No podrá hacerlo sin él.

Red volvió a su silla, resignado.

—Está bien. Por eso dicen que jamás vayas a pedir ayuda a Urano. No pensé que fuera tan literal. Pongan el espectáculo. Igual moriré si me marcho de aquí.

—Las lunas lo mantendrán a salvo, señor —lo alentó la voz, con una suavidad llena de fé—. Este universo nos da tormentas magnéticas, nubes de asteroides y cometas, pero también nos entrega su belleza para que elijamos salvarnos con ella. Tómese de la belleza, señor Red. Y espere nuestra ayuda, pronto llegará.

Él se reclinó en su asiento y prestó atención al vacío, que dejaba de serlo para llenarse de puntos de colores y hologramas de los satélites uranianos que no estaban disponibles en aquel sector de la órbita.

«Ya sabía que eran unos dementes. La palabra lunáticos les queda corta. Deberían inventar una nueva, como uraniáticos».

Titania y Oberón comenzaron a reproducir imágenes en sus superficies, con la melodía del Lago de los cisnes de Chaikovski de fondo a través de los transmisores. Red podría haber cerrado el sonido, tomarse una siesta, ignorar la propaganda religiosa del culto de los uraniáticos. Pero tenían algo de razón. Había una belleza sobrecogedora en aguardar la salvación o la muerte en medio de ese paisaje.

Se quedó frente a la imagen enorme del espacio y la danza de las lunas. El sistema de calefacción comenzaba a fallar. Él estaba temblando y ni se había dado cuenta. Pero el baile era bonito. Inspiró hondo, apagó los controles y se entregó a su destino. Fuera cual fuera.

+++

Puse 27 lunas en google y me apareció Urano. Imaginé a un grupo de astronautas locos en medio de la nada, creando su propia religión nueva y haciendo enloquecer a los viajeros que cayeran en sus manos. Debo leer más ciencia ficción.
¡Para un poco, Elisa! - Tres: Afortunada ella, que siguió durmiendo sin problemas

¡Para un poco, Elisa! - Tres: Afortunada ella, que siguió durmiendo sin problemas

17 abril 2017

elisa
<< Capítulo dos
—¿Qué? ¡Eso no es un hada! —exclamó Elisa, apenas Fae nos reveló su identidad—. ¡Nos mentiste!

Habíamos caído en otro lugar extraño. Parecía una ciudad medieval, cerrada y abandonada al punto de que la suciedad se amontonaba en las calles. Lo triste era ver las paredes de las casas cubiertas de enredaderas y a la gente dormida en las aceras, sobre los carros de frutas podridas o junto a sus caballos, que también descansaban intactos.

En medio de nuestra incertidumbre por no volver a casa, Fae nos había dado una noticia que nos puso aún más nerviosos.

—Les pido mil disculpas por no haber aclarado el malentendido antes —dijo—, pero en mi gremio llevamos el título de hada con mucho orgullo. Aunque no seamos madrinas de nadie.

Mi pelirroja no parecía muy contenta.

—Claro, porque los dientes tienen que irse a alguna parte. ¿De dónde sacan las monedas para dejar bajo la almohada de los niños?

—Elisa, por favor —advertí, temiendo que nos abandonaran allí.

—Santiago, ¿te das cuenta de que vamos de cuento en cuento junto a un hada de los dientes con un culo dibujado en la cara y que no puede hacer nada?

Por increíble que parezca, suspiré aliviado por la indiscreción de mi novia. Al fin, alguien lo había dicho. Era muy incómodo ver a esa mujer con algo tan obvio y no poder ni mencionarlo.

En cambio, para nuestra compañera en desgracia fue como si le hubieran echado un balde de agua fría.

—¡Son dos círculos mal dibujados! —gritó, tapándose la mejilla con una mano.

—Me vas a disculpar, Fae, pero yo creo que está bastante bien hecho —intervine—. Y Elisa, no había mucha diferencia en que fuese un hada madrina con un culo en la cara y que no pudiese hacer nada.

—Me hubiera sentido más protegida.

Intentamos recorrer la ciudad. Sin embargo, la vegetación era tan densa en algunos lugares, que solo pudimos avanzar con relativa facilidad hasta el castillo que se alzaba al fondo. Me puse alerta y miré en todas direcciones, no fuera a aparecer otro príncipe a retarnos a duelo. Recordé mi fanatismo adolescente por la actriz que hizo de la villana de este cuento en una película, hace poco, y casi deseé que apareciera ante nosotros. Aunque eso ya era mezclar las cosas.

Fae y mi pelirroja favorita siguieron hablando, mientras ingresábamos al edificio.

—Esto es discriminación —protestó el hada—. Nuestro gremio…

—Ya, ya. Lo lamento, mujer. Al menos dime que podrás llevarnos a la redacción cuando recuperes tus poderes dentales.

—Claro, si me permitió encontrarlos a ustedes, en un principio. Antes de quedarme sin una chispa de magia.

—Sí, muy conveniente que te quedaras varada justo cuando nos habías pedido ayuda. No me diste la oportunidad de rechazarte.

Sonreí, encantado con mi Elisa. Para qué necesito brujas maléficas, si tengo a la consejera que arruina todos los cuentos.

—Perdona su reacción —agregué, alcanzándolas en el pasillo que daba a un salón enorme—. Creo que solo nos visita un ratón por esta región para llevarse nuestros dientes.

—Oh, es verdad —respondió el hada, pensativa—. Pérez está de vacaciones por estas fechas y yo lo reemplazo.

—Entiendo —dije, y agradecí que no hubiera sido un ratón gigante el que irrumpiera en mi oficina a pedir ayuda.

Con todo respeto, nos hubiéramos llevado un susto de muerte.

Ingresamos en un sector del castillo en el que la maleza estaba cubierta de flores blancas. El perfume era intenso, imposible de ignorar. Nos adentramos en el corredor, dejándonos llevar por la invitación hacia una cama con dosel, donde seguro descansaba una muchacha. Entonces, me di cuenta de lo que ocurría y les hice señas a ambas para detenerlas. Pero ya era tarde. Las dos siguieron hasta acercarse demasiado a la escena.

La bella durmiente no estaba sola. Un joven en armadura estaba inclinado sobre ella.

—Me gustaría saber algo de mis cartas de quejas por el dinero de mis muelas, jamás fueron respondidas —comentó Elisa, antes de notar al que intentaba besar a la princesa—. ¿Y éste, qué hace? ¡Hey, no seas asqueroso! ¿No ves que la pobre está durmiendo? ¡Pervertido, aléjate!

Quedé boquiabierto. No podía creer lo que estaba escuchando. El príncipe se quedó igual. Tal vez un poco peor, considerando que éramos tres extraños en ropas desconocidas e íbamos descalzos.

—¡Brujas! —gritó, espantado, sin bajarse de la cama todavía—. ¡Este lugar está hechizado!

—Mira, qué novedad —contestó mi columnista, y lo amenazó con el cojín de un sillón que encontró a su paso—. ¡Quita esa mano de ahí!

Acto seguido, lo bombardeó con todo objeto que se le cruzó, hasta que el pobre cayó al suelo y se arrastró a buscar un refugio. Las delicadas flores que cubrían las paredes comenzaron a perder los pétalos, con lo que todo se hizo más confuso. Fae gritaba. Yo rogaba que se detuviera. La princesa no movió un dedo, no abrió un ojo, aún en medio de esa batalla campal.

Ahora, voy a decir algo en favor de Elisa. Era verdad que la chica estaba dormida. Y el príncipe no solo intentaba darle un besito. Le estaba tocando las tetas.

—¡Consejera, estás interrumpiendo el cuento! —lloriqueó Fae, abrazaba a una columna.

El intruso aprovechó para correr hasta la salida, rezando y con un amuleto en alto. Vi que mi pelirroja iba a perseguirlo, así que me interpuse en su camino.

—¡No debes hacer eso, déjalo!

—Claro que no. Mientras yo esté aquí, nadie va a hacerle eso a una chica que no puede responder si quiere o no —explicó, antes de gritar por encima de mi hombro—. ¡Corre, cobarde!

Y yo la entendía, pero...

—¡Pero es la clave de que despierte y se le quite la maldición de la bruja! —insistí.

Ya nos habíamos quedado los tres a solas, en la habitación de la princesa dormida. El hada de los dientes se acercó, más calmada, y nos hizo bajar un tono a la discusión.

—En realidad, lo que acaba de decir ella tiene sentido —añadió, en voz baja, como si con nuestras voces algo fuese a cambiar.

—¿Aunque todo un reino quede dormido por siempre?

La verdad es que no entendía el propósito de algunos cuentos. La crueldad de los mensajes que transmitían, o la falta de mensaje en absoluto, los convertía en la última opción que yo hubiese elegido para educar a un niño. A no ser que las adaptaciones fueran para el público infantil y yo me hubiese perdido de algo.

—Claro que sí —dijo mi chica, respondiendo a mis sospechas—. Tu prima Sienna, la sabelotodo de la columna de las moscas, me contó la verdadera versión de esta historia. No iba a ser nada bonito lo que iba a ocurrir en esta habitación.*

—Oh. Qué desagradable.

—Sí, así es Sienna.

—No, me refiero al príncipe —aclaré, aunque mi prima podía ser hartante cuando quería—. Los cuentos parecen más divertidos cuando se los lee en la comodidad de casa y sin tantos detalles.

—No serían buenos cuentos si no nos dieran realismo —reflexionó el hada, luego del momento incómodo en que todos imaginamos lo que acabábamos de interrumpir.

Elisa fue la primera en reírse, perdida en sus ideas.

—Uh, como si un tipo pudiera llamar a un genio que le dé elefantes y oro, para conquistar a una princesa con un tigre de mascota.

—Bueno, el tigre de Jazmín está domesticado, no es para tanto. Ya le ha dado cachorros y todo. Cambiaron los dientes hace poco.

Yo las escuché, conversando con tanta tranquilidad acerca de una situación tan extraña, que me pregunté si no sería yo el dormido.

—¿Y Aladino tiene su propia alfombra voladora? —continuó mi novia, fascinada.

El hada asintió y yo no quise saber más nada. Creo que, de solo imaginarlo, me sentí mareado.

—Arreglemos esto, antes de que caigamos por allá —sugerí—. Tengo terror a las alturas.

En ese momento, alguien más surgió de entre las plantas que cubrían los muros. Era aquel chico al que habíamos visto en el otro cuento. El rubio enojado, de ropas sencillas. Parecía más furioso que antes.

—Ustedes no irán a ninguna parte —dijo, en tono amenazante, y señaló a Fae—. Tú, hada entrometida, me devolverás la oportunidad de tener a mi amada o morirás aquí.

Estaba por reírme de su falta de educación, alzando el dedo índice contra la gente así como así, cuando Elisa hizo lo mismo y lo apuntó a él. Me di cuenta de que esto no iba a terminar rápido y, por las dudas, busqué algo para defenderme.

—¡Ahí estás, Dibujante! ¡Devuélvenos a nuestro mundo!

—¡Irrespetuosa! —exclamó, ofendido—. Mi nombre es Yejun y no haría nada por ustedes, ni aunque pudiera.

Nuestra guía, en medio del desastre, avanzó y tomó la atención del desconocido.

—Te he dicho que yo no tuve nada que ver con que ella fuera al baile del palacio. ¡Me estaba llevando un diente la noche que me encontraste!

—¡Mentiras! ¡Ella ya es adulta para ir perdiendo dientes por ahí!

—Es que la higiene no es muy buena en esa casa —contestó el hada—. Te asombrarías de la cantidad de ceniza que había por todas partes.

«Oh, así que por eso le decían así» pensé, y noté que no sabía nada de estas cosas hasta ahora.

—Ese maldito ni siquiera se acordaba de su rostro —siguió lamentándose el tal Yejun—. Ha ido con uno de sus zapatos, probándoselo a todo el mundo. Ridículo.

—Dímelo a mí —añadió mi compañera, irritada por el recuerdo.

La conversación pareció darle alguna esperanza al sujeto. Era una pena que creyera que Fae podía cumplirle semejante deseo.

—Necesito que quites el encantamiento sobre ellos —le pidió—. No pueden casarse.

—Yo llegué cuando ella ya estaba de regreso a las doce y media pero, según vi, las acciones del hada madrina se limitaron a su vestuario —explicó ella, con paciencia—. No hubo hechizos de amor involucrados.

—Eso, como un episodio de Emergencia de la Moda, hombre. Ella era la que quería ir.

Aquello no iba a ninguna parte. Por fin el Dibujante empezaba a darse cuenta de eso, porque volvió a perder los estribos.

—¡Tú, cállate! ¡Debería maldecirlos a todos! ¡Debería…!

Un poco tarde, porque su cuerpo ya empezaba a transparentarse, camino a otro lugar, donde fuese que la maldición se lo llevara.

—Por fin, desapareció. Era insoportable.

—Ya nos debe quedar poco, no se alejen de mí.

Tomé nota mental de lo que había averiguado de Yejun y las circunstancias del problema, aunque no sería suficiente para buscar una solución. En eso, unos ruidos me hicieron ir hasta la ventana. Lo que vi no me gustó nada.

—Refrésquenme la memoria —dije, bien alto—: la gente del reino no debía levantarse hasta que ella despertara, ¿no es así?

—Cierto —confirmó Fae.

—Entonces, ¿qué es esto?

Apenas pude apartarme cuando un aldeano subió hasta el balcón de afuera. Su aspecto no era muy bueno. Gruñía y sus ojos rojos no parecían amistosos.

—¡Por favor, marchémonos rápido! —pidió Elisa, desesperada.

—¡A mí no me digan nada, yo solo puedo tranquilizarlos hasta que ocurra!

Las empujé hasta el túnel de las flores por el que habíamos entrado. Corrimos hasta la salida, pero una multitud de sirvientes de ojos rojos se arrastraban hacia nosotros. Algo había salido mal con la continuidad del cuento, eso era verdad. Al menos, en el anterior, no le hicimos nada a Cenicienta.

—No se alejen —recordó Fae—. Deben tomarme de las manos, para venir conmigo. O se quedarán aquí.

Desviamos nuestro camino a otro corredor. Las enredaderas dejaron su quietud sobre las paredes y los muebles para lanzarse contra nosotros. Apenas pudimos resistirnos.

—Esperen, no va a vencernos una planta —decidió Elisa, soltándonos para enfrentar el lío—. No, señor.

Entonces, volvió a recordarme nuestra época de la escuela. Tomó un palo de escoba y comenzó a rechazar los avances de la vegetación, que volvía a regenerarse y a ser cortada. Intentamos ayudarla, como pudimos. Sería un ciclo sin fin. O hasta que a uno de los dos lados lo venciera el cansancio. Vi de reojo a Fae, estaba desapareciendo. Miré a mi pelirroja, el verde la tenía atrapada por una pierna.

—¡Cuidado!

Hice subir al hada a mi espalda y corrí como loco. Extendí mi brazo, pero justo cuando alcanzaba a tocar los dedos de Elisa, el mundo volvió a desacomodarse como un gigantesco cubo mágico. Grité su nombre, desesperado.

Solo esperé que, cuando las piezas volviesen a asentarse para dejarme en otro lugar, ella estuviese ahí.
+++

* Se refiere a la historia Sol, Luna y Talía, de donde surge por primera vez la historia de la Bella durmiente. Escalofriante. Búsquenlo. 

IR-A-RTE

IR-A-RTE

14 abril 2017

irarte
«Ponte la camisa, es perfecta para el concepto» oyó Roy, al probarse el vestuario del nuevo video. Estaba obligado a ganar, en una carrera hacia la nada. El contenido, la originalidad… a la mierda. Su amor por la música era un recuerdo, el compromiso le apretaba el cuello. Ira, eso sentía. Se miró las manos, aún en el cambiador. Sus dedos brillaban. Se miró entero, su piel vibraba. Todavía podía ser arte. Salió al pasillo, las vendedoras gritaron. Y no de admiración.

+++

Otro nuevo villano en Leseli City ha nacido. Después de un año y medio de participar en este reto, he tenido problemas en recortar la historia. 

Palabras del reto de este mes: ganar, compromiso, camisa.
Microrrelato escrito para las Cinco líneas de Adella Brac del mes de abril.
¡Para un poco, Elisa! - Dos: En realidad, el zapato me quedaba un poco grande

¡Para un poco, Elisa! - Dos: En realidad, el zapato me quedaba un poco grande

08 abril 2017

elisa portada blog<< Capítulo uno
No podía creer lo que estaba ocurriendo. Ya había recibido cartas de gente de otras épocas, príncipes enamorados en su mayoría, pero nunca lo sentí tan real como en ese momento. Santiago me tironeaba de la mano, como si no se decidiera a correr pero estuviese a punto de hacerlo ¡No teníamos ni zapatos! Y la tal Fae, tan tranquila ahí, con sus alas de mosquito. Me puse furiosa.

—¡Hey, tú! ¿No vas a agitar tu varita para devolvernos a la redacción? —pregunté, temblando en el viento helado del callejón empedrado—. Tenemos un cierre de edición muy pronto, no hay tiempo de ir de paseo.

—Yo no los vi tan apurados por trabajar cuando los encontré —respondió ella.

Sentí ganas de tirarle con algo. En eso, un grupo de ratones pasó corriendo a mi lado y se metió debajo de una calabaza podrida, detrás de Santiago. Se me revolvió el estómago. Él no les hizo caso.

—Eso no… No es de tu incumbencia —protestó, en mi lugar—. Por favor, necesitamos regresar. Dinos qué es lo que tenemos que hacer.

La calabaza logró moverse, con tanto bicho adentro, y se fue moviendo hasta alejarse de nosotros. Yo pude recomponerme y advertir que había algo raro en todo eso.

—Cuidado. Te entregas muy fácil, tonto —murmuré, llevándome a mi editor a un costado—. ¿No has leído sobre los genios tramposos que te obligan a pedir deseos?

—No, Elisa. Apenas si tengo tiempo de dormir después del trabajo.

Me enternecí de solo imaginarlo, cayendo sobre su almohada después de renegar tanto conmigo.

—Eso va a cambiar, amor —prometí.

Fae vino hasta nosotros, parecía arrepentida. O actuaba muy bien.

—Perdónenme. No debí responder así —dijo—. La verdad es que no sé cómo salir de aquí. Mi cuerpo se ha vuelto inestable por culpa de la maldición de un hombre que me confundió con otra hada. El Dibujante le dicen, es todo lo que sé. No dejaré de moverme de una dimensión a otra hasta que la maldición se elimine. ¡Espere, eso duele!

—¡Elisa! ¿Qué haces? —gritó Santiago.

Solo por él dejé de tironear las alas de la espalda de la muchacha. Parecían tan brillantes, tan frágiles. Largaban una especie de polvo brillante. Y no se despegaban de su dueña.

—Me aseguraba de que su historia del hada no fuese una mentira —expliqué, sacudiéndome el brillo de las manos, antes de volverme hacia ella—. O sea que admites que eres un hada inútil. Y el tatuaje pornográfico en tu cara no se va a ir tampoco.

—Son dos círculos mal dibujados —corrigió, tensa.

El asunto del dibujo en su mejilla no la ponía muy contenta, por lo que veía. Y no era para menos.

—Nada más que dos círculos, seguro —concedí, tratando de no mirarla demasiado—. Solo voy a dejar un par de cosas en claro, antes de empezar: No pienso pedir ningún deseo. Voy a ayudarte de la forma que sé, por medio de mis consejos.

—Estamos perdidos —ironizó Santiago.

Con novios así, para qué quiero enemigos.

—Y el sabio de la montaña, aquí a mi lado, nos dará la solución o cerrará la bocota.

—El carro, Elisa.

Fae y yo tratamos de hacer un recuento de los daños, pero nuestro compañero en la desgracia no nos dejaba concentrarnos.

—Segundo, y más importante —continué—: me dirás todo lo que deba saber para deshacer esta maldición. Vamos, empecemos.

—Mira el carro, te digo…

—Ese es el problema —lloriqueó el hada—. No tengo idea de porqué el Dibujante me maldijo. ¡Sus palabras fueron tan crueles!

—¿Qué te dijo? —pregunté, justo cuando nos empujaron a ambas fuera del camino—. Ah, Santiago, mira que eres bruto. No me interrumpas.

—¡No me escuchas, Elisa! Mira eso, tenemos que huir de aquí.

Era cierto, un carruaje enorme venía hacia nosotros. La escena hubiese sido encantadora, de no ser porque íbamos muy mal vestidos para el estándar de decencia de esa época. Y eso hasta yo lo sabía.

—¡Ya es tarde, los tenemos encima!

—No se preocupen —intervino Fae—, todavía puedo encantar los ojos de los demás para que no nos vean.

Los caballos se detuvieron frente a nosotros. Nos mantuvimos quietos, en silencio, esperando que la horrible coincidencia pasara pronto. Los animales estaban muy adornados, lo mismo que el traje del sirviente que abrió la puerta y puso la escalerita para que alguien más bajara. Maldita suerte la nuestra, pensé.

El que acababa de salir era, definitivamente, un príncipe. No tenía nada que envidiarle a mi Santiago, con esos ojazos verdes y esos hombros anchos. Sentí la mano de mi editor tomar la mía, como si me leyera el pensamiento. Entonces el príncipe buenote se cruzó de brazos, aburrido, mientras uno de los que iba con él sacaba del carro un almohadoncito púrpura, con el zapato más hermoso que haya visto en mi vida. Brillante y transparente. Sin su compañero que formara el par.

Santiago contuvo una exclamación. Lo oí morderse la lengua, cosa que debió ser muy dolorosa. Fae abrió la boca, espantada. Yo empezaba a tener una idea de dónde estábamos. Más príncipes enamorados, por todas partes.

—Ustedes, forasteros —anunció el criado gordo que bajó primero—. Por encontrarse sobre la tierra de Su Majestad, deberán cumplir con la Orden dada en…

—¿A quién le está hablando? —pregunté, en voz baja—. ¿A nosotros?

—¡Puede vernos!

En efecto, el príncipe nos miraba a los tres. No había dudas de eso. Su sirviente seguía a los gritos, anunciando algo escrito en un rollo interminable.

—…según la cual, por su Ilustrísima Majestad…

—Lo siento mucho —susurró el hada—. Parece que he perdido mis poderes del todo.

—Fae, querida —respondí, con los dientes apretados—, para la próxima nos limitaremos a correr.

—…la propietaria del pie que entre en este zapato será su futura esposa.

Por fin, había terminado la pompa innecesaria. Me adelanté para hablar con el mandamás.

—Su Alteza, voy a dejar pasar el honor. A pesar de cuánto me encantaría sentarme a conversar con ustedes de calzados de cristal y vestidos mágicos, ya tengo novio.

—Exacto —confirmó la voz de mi Santiago, desde atrás.

Igual, no iba a quedarme sin aprovechar semejante oportunidad de hacer un negocio.

—Aunque, si quiere ahorrarse algo de tiempo —ofrecí—, por unas monedas le diré quién es la dueña del zapato. O una sola moneda. Y me invita al casorio.

Varias espadas surgieron de la nada y nos apuntaron al hada, a mi editor y a mí. No estaban de buen humor los muchachos.

—El pie —ordenó el buenote—. Ahora.

—Ya, no se pongan tan nerviosos. Ahora voy.

Tenía que saber cuándo rendirme. Fui y me senté en la escalera del costado del carro y dejé que me presentaran el zapato de cristal, esperando que Cenicienta no hubiese tenido pie de atleta.

—Es una forma tan poco práctica de buscar —refunfuñaba Santiago, vigilado de cerca por uno de los sirvientes—. Con toda la gente que los vio bailando, debería poder hacer un identikit y colgarlo por todo el Reino.

—Un momento —dijo el regordete que había leído antes, mirando a Fae—, ¿esta mujer tiene dibujado en la cara un…?

En eso, ocurrió lo impensable. Mi pie se deslizó por el zapato sin problemas. La atención de los sirvientes se centró en mí. Y estaba peligrosamente cerca de la puerta abierta del carro.

—¡Esto no significa nada! —exclamé, aterrada—. ¡Mido 1,62! Es obvio que todo va a ser pequeño en mí, incluidos mis pies.

—¡Deja de jugar conmigo! —rugió el príncipe, creo que estaba despechado—. No te recordaba así, pero es posible que la champaña me haya nublado la memoria. Ahora no volverás a escapar. Te presentaste como candidata a ser mi esposa, todas en la fiesta fueron con esa intención.

—¿No podía ser por el buen ambiente? —arriesgué, temblorosa—. ¿La comida, los tragos?

—Ella ni siquiera estuvo esa noche, príncipe —intervino Fae, con gesto culpable—. Nosotros no somos de aquí.

—No pienso seguir escuchando tonterías —dijo—. Ya te encontré. Eres mía.

No tuve tiempo de zafarme de su mano, que tomó mi brazo izquierdo e intentó arrastrarme con él al interior del carruaje. En la inercia de la caída, escuché el grito del hada y sentí el freno de alguien sosteniendo mi mano derecha. Era Santiago. Quedé en una posición extraña, como una muñeca de trapo sostenida por los dos.

Me hubiera sonreído como tonta. Siempre había disfrutado cuando las heroínas se encontraban en una situación así. Pero no tenía idea de lo que dolía, iban a dejarme dislocada si seguían.

—¡Y una mierda es tuya! —gritó mi editor, que no se puso a dar discursos porque no tuvo tiempo.

Por suerte, Fae surgió en primer plano de la discusión, señalando al final de la calle con su mejor cara de terror.

—¡Miren! ¡Esa calabaza acaba de convertirse en carroza!

El primero en darse vuelta fue el príncipe, con lo que recuperé la mitad de mi cuerpo y Santiago me recibió en su abrazo.

Aprovechamos para correr lo más rápido que pudimos. Yo llevaba el zapato puesto todavía, fue muy incómodo. Entiendo cómo es que su dueña no volvió por él en las escaleras del palacio.

Nos metimos en medio de una especie de feria. La gente se apartaba al vernos, algunos nos señalaban, acusándonos de brujos a gritos. No iba a ser el mejor escondite. Santiago discutía con una vieja que pretendía llamar a un sacerdote para un exorcismo, por mi cabello rojo, cuando Fae nos volvió a sorprender.

—¡El Dibujante! —gritó el hada—. ¡Ahí está!

Apenas era un flacucho rubio, de ropas sosas y cara de simplón que se había mezclado entre la gente. Lo único que lo delató fue el cambio de expresión al reconocer a nuestra acompañante. Sus ojos echaban chispas de odio. Me cubrí las mejillas con las manos, por el miedo a que nos quisiera dibujar a nosotros también. Para mi horror, levantó una mano y comenzó a decir algo. No lo escuchaba. Entonces, desapareció.

—Se lo llevó. Él también ha quedado maldito, como yo. Esto significa que nos queda poco tiempo aquí.

—¡Fae, exijo una explicación de todo esto! —exclamó Santiago.

Los soldados del rey llegaron a rodear la plaza y el príncipe se acercó, desenfundando su espada. Temí por mi novio. Por mí. Y esa rarita de Fae, tan tranquila, tomándonos de las manos y contando en reversa. Comencé a sentir el suelo deshaciéndose, el aire mezclándose con el verde y el marrón, todo esfumándose otra vez.

—¡Ojalá te confundas con la hermanastra fea, tarado! —grité, y esperé que algo de mi voz todavía quedara en aquel cuento.

¿Y yo? Era quien debía arreglar este lío. ¿Qué se suponía que tenía que hacer?

+++

Gracias a los que leen y comentan.
De cuando el sol encontró su clara de huevo

De cuando el sol encontró su clara de huevo

06 abril 2017

reto doce—Es la mejor suma que te puedo ofrecer —murmuró Sun, incómodo en su escondite.

—¿De verdad? —respondió, bajito, la muchacha junto a él—. La justicia paga poco, por lo que veo.

El joven en traje amarillo con una «S» blanca sobre el pecho se sintió insultado. Tanto que, por un momento, olvidó a los monstruos que lo acechaban desde la negrura del teatro. Se arrastró un poco entre las butacas abandonadas, con sigilo, para llegar a la otra refugiada. Sobre el escenario, un dragón multicolor de tamaño mediano lloraba por su amada perdida. A su lado, un hombre de hojalata bailaba abrazado a una muñeca de trapo. Ambos habían sido actores de una obra en estreno. Ambos habían sido poseídos por sus papeles desde las diez en punto. Abajo, un ogro enfurecido golpeaba con su mazo las primeras filas de asientos vacíos. Debía ser el alivio cómico, pero lo había olvidado.

Y todo en la penumbra. En el desastre por la huida del público en plena función, se habían apagado las luces y Sun había quedado a merced de sus temores. Detestaba el teatro. Detestaba la oscuridad aún más. Pero el crimen encabezaba la lista de sus peores molestias. Necesitaba de esa actriz suplente de ascendencia oriental que había quedado atrapada con él.

—¿Te parece poco? —dijo, apenas la tuvo enfrente—. El honor de saber que estás colaborando con el bienestar de los leselianos, el brillo en los ojos de los niños al verte pasar, los suspiros de las… los hombres cuando se cuenten tus hazañas…
—Quiero el doble —insistió Claire Egg—. O se termina aquí la conversación.

Algo se retorció junto al pie de Sun. Él sabía que no debía hacer caso, que nada de lo que veía en la oscuridad podía alcanzarlo realmente. Igual, le temblaron las piernas. La muchacha estaba por salir corriendo. Si es que llegaba a la salida sin un rasguño, él caería bajo las mil visiones de otros mundos por culpa de sus ojos, mientras el teatro se derrumbaba y aquellos tres monstruos arrasaban con Leseli City.

¿Ella quería el doble? Hecho. Luego vería en lo que se estaba metiendo.

—Concedido. Te doy mi palabra —aceptó, extendiendo la mano a modo de cierre del trato—. ¿Sabes que serás la asistente de héroe mejor pagada de la región? Ahora tu primera tarea, Claire.
—¡Ahora voy!

La escuchó entusiasmarse. Sintió sus pasos rápidos hasta el fondo de la sala, cómo abría el tablero eléctrico y el «clic» de los interruptores. Todas las luces se encendieron. Un instante de desconcierto detuvo a los actores transformados de lo que estaban haciendo. Sun surgió desde el suelo y los enfrentó, con su pose más orgullosa.

—Ahí vamos. ¡Contra la oscuridad y el caos, siempre reinará la luz! —exclamó, como si los tuviera a tres cuadras de distancia—. ¡Villanos, ríndanse!
—¿Tienes que anunciarte así? —preguntó Claire desde atrás, preocupada—. ¿No sería mejor caerles de sorpresa?
—Es verdad, pero tengo que darles algo que escribir a los diarios después. Ahora, presta atención, que viene la acción de verdad.

El ogro ya iba hacia ellos, revoleando su maza como si todavía fuera de utilería. El dragón quiso incendiar el telón, pero solo lanzó corazones de papel por la boca y se atragantó. El hombre de hojalata dejó el baile y bajó del escenario. Sun fue hacia ellos, esquivó el primer golpe, devolvió un puñetazo. La maza quedó incrustada a la pared.

Los sonidos del metal golpeado y los gruñidos ahogados llegaron a la muchacha.

—Está bien. Asistente de héroe. Esto va a estar bueno —se dijo Claire, mientras buscaba algo en su bolsillo—. Por fin mi madre dejará de molestarme con que me consiga un trabajo de verdad. ¿Dónde dejé mi móvil? ¿Eh?

Los tres alborotadores habían vuelto a su forma humana y yacían en el suelo, inconscientes, junto al héroe que la saludaba con una mano alzada con la «V» de la victoria.

—¡Una vez más, Super Sun al rescate!
—Pero… yo quería tomarme una selfie contigo detrás, persiguiéndolos —balbuceó ella, con el móvil en la mano—. Para enviarla a mi familia. Y mis amigas no van a creerme si no ven una prueba.

La sonrisa de Sun se esfumó.

—¿Estás hablando en serio?
—Eh… ¡Claro que no! —mintió ella, con una risa forzada—. Olvídalo.

Pero él no se mostró muy convencido.

—Espera, no guardes el teléfono —pidió, más serio—. Podría buscar otras escenas de crimen ahora mismo. Estoy aburrido. Esta noche ha resultado un bodrio.

Ella lo pensó un poco, sorprendida. En ese momento, la policía ingresó al teatro, junto a los bomberos y el personal médico en busca de los heridos. Aquel problema había sido resuelto.

—Si estás aburrido, podríamos ir a tomar algo al bar del frente —ofreció—. Es decir, solo si quieres.
—Me refería a la foto que ibas a tomar —aclaró Sun, todavía junto a los tres caídos.
—¡Oh, sí! ¿De verdad harías eso por…?
—¡Ahhh! ¡La luz! ¡Vuelve a encenderla, por Dios!

Al retroceder para tomar la foto, Claire se había apoyado en el tablero eléctrico abierto. Y ella era la nueva asistente del héroe de la ciudad.

El futuro de los leselianos era incierto. Aunque no hacía gran diferencia con las hazañas de la policía, si lo pensaba bien.

—¡Sun! ¡Lo siento tanto! ¿Estás bien?
—Sí. No te preocupes. No volveré a olvidar mis gafas de visión nocturna. Ahora busca un buen ángulo.
—La verdad es que te ves bien en cualquier perspectiva.
—No tanto como tú. ¡Ahhh! ¡Otra vez! ¡Aléjate de ese interruptor!


+++

La primera misión en conjunto de Sun y Claire. Escrita para el reto número doce de El libro del escritor: Combina estos tres personajes a modo de secundarios: «el hombre de hojalata», «un dragón enamorado» y un «ogro» para hacer con ellos una narración fantástica.
Y para que sea «fantástico» un encantamiento vale, me imagino.
La imagen es Lim Kim, en el video de Awoo.
La sangre de los elfos, Andrzej Sapkowsky

La sangre de los elfos, Andrzej Sapkowsky

lasangredeloselfosTítulo: La sangre de los elfos
Título original: Krew elfów
Autor: Andrzej Sapkowsky
Editorial: Kindle
Año publicación: 1994
Género: Fantasía, aventura, drama
Sinopsis: En verdad os digo que se acerca el tiempo de la espada y el hacha, la época de la tormenta salvaje. Se acerca el Tiempo del Invierno Blanco y de la Luz Blanca. El Tiempo de la Locura y el Tiempo del Odio, el Tiempo del Fin. El mundo morirá entre la escarcha y resucitará de nuevo junto con el nuevo sol. Resucitará de entre la Antigua Sangre, de Hen Ichaer, de la semilla sembrada. De la semilla que no germina sino que estalla en llamas. ¡Así será! ¡Contemplad las señales! Qué señales sean, yo os diré: primero se derramará sobre la tierra la sangre de los Aen Seidhe, la Sangre de los Elfos...

Opinión personal: Voy a dejar reseñas de todos los libros de esta saga, porque les tengo tanto cariño que no pueden faltar en mi archivo. Voy a tratar de ser breve, si empiezo a divagar y fangirleo confío que sepan entenderme. Esta es la tercera entrega de la saga del brujo Geralt de Rivia, protagonista del conocido juego The Witcher (trailer aquí). Es el primer libro de la saga escrito como una novela, ya que los dos anteriores eran un conjunto de relatos. Igual, se leen con facilidad y cada capítulo mantiene una temática y su historia interna, de forma parecida a como lo hacían los relatos.

También es el primero de los libros que se pone más serio con la situación de los reinos del sur versus los del norte. Niilfgard es cada vez una amenaza más real, no solo el cuento de los ancianos que deliran con el fin del mundo.

Así como la oscuridad empieza a asomar la nariz por la trama, también aparece la ternura con la pequeña Ciri. El destino ha convertido a Geralt en padre adoptivo, lo cual transforma su vida y la de los demás brujos en Kaer Morhen. Además, las dos mujeres relacionadas al brujo terminan teniendo un papel interesante en la crianza de la niña. Empiezo a entender a Yennefer y a apreciarla mucho más, pero no deja de caerme bien Triss. Además, Geralt no deja de meterse en la cama con toda desconocida que aparezca con cierta importancia en la trama. Pero no puedo enojarme con él. Aunque es un loquillo, se hace querer.

La complejidad de los personajes y sus relaciones me ha mantenido enganchada a la historia hasta el final (hablando de eso, no puede terminar así, no, no. Necesitaba saber más así que corrí a buscar el siguiente). El nuevo villano, el misterio alrededor de Ciri y la pesadilla del caballero del yelmo negro con la pluma me dieron escalofríos. Este es el momento de temer por todos los personajes, espero que el autor no se entusiasme y empiece a hacerlos morir a todos. El ambiente conspirador hace que la tensión quede bien alta, solo queda ver cómo sigue.

Calificación: 

Apto para: Fans del juego. Amantes del género fantástico y de las buenas historias de aventura. 
No apto para: No puedo no recomendarle esta saga a alguien. Pero lean los dos primeros antes.
Dulzura: Ciri. Geralt y Ciri. Triss y Ciri. Yennefer y Ciri (a su manera).
Acción: Bastante. Las cosas se están agitando entre los reinos.
Sangre: Un poco, empiezan a caer algunos en medio de las conspiraciones.
Sexo: Este Geralt es un loquillo... Pero nada explícito.

(Aviso: No pongo más puntaje en números. Si lo terminé de leer es porque lo disfruté. Los que no termine irán en otra sección).
Mi decálogo de escritura para el 2017

Mi decálogo de escritura para el 2017

02 abril 2017

mi decalogo de escritura¡Buen domingo! Vengo con una entrada que me inspiró la visita por El Demiurgo de Hurlingham. Aunque él habló de su actividad en el mundo de la historieta, yo leí su decálogo y me di cuenta de que muchas de esas reglas pueden aplicarse a la escritura también. Luego recordé que yo también me puse objetivos y normas a seguir para este año. Así que las dejo por escrito, para no olvidarlas y volver en el futuro a comparar logros:

1- Leer mucho. Lo más variado posible. (Recién estamos en abril, tengo esperanzas).

2- Prestar atención al uso de las palabras en los autores que leo, tanto las que me gustan como las que no. Ver por qué no me gustan, si suenan raro o si chocan con los modismos de mi región. (Amo a Bradbury y a Nabokov en cómo narran, me casaría con sus cuentos).

3- Escribir siguiendo un cierto hilo de fondo en mis relatos. (Sigo intentando con esto).

4- Utilizar temáticas importantes de fondo en mis historias, sin dar lecciones morales a los que me leen ni dejar de lado la diversión cuando escribo. (No, ¡hablemos de manicuras asesinas!)

5- Variar mis personajes. Evitar la tentación de escribir siempre lo mismo. (Me cuesta, en especial con ciertos personajes femeninos).

6- Hablar más de lo cotidiano, bajar a tierra con los conflictos de mis relatos. No en el género, no creo poder abandonar la fantasía. (Con esto vengo desde el año pasado).

7- Ser constante con los retos. Traer al menos un cuento por semana al blog. (Creo que de enero hasta ahora voy cumpliendo).

8- Probar al menos una vez con cada clase de narrador y con cada género. (Por primera vez voy a intentar los narradores múltiples, no se me dan muy bien).

9- ¿Algún tema me parece difícil? Escribir una vez utilizándolo. (Erótica, allá voy...). Luego, sí decir que no es para mí.

10- Terminar con todo lo que empiezo. Pensar bien antes de empezar una historia larga (Refulgens en curso, avanzando de a poco, va a finalizar este año, lo prometo).

Y eso fue todo. Espero conseguir la mayoría, los que no quedarán para el año que viene. Y así. Otro objetivo es poder escribir lo suficiente como para armar mi propio libro de cuentos y sacarlo en Amazon, pero eso ya se verá más adelante.
¿Ustedes coinciden con alguno? ¿Tienen  su propio decálogo? Gracias a Demiurgo por la idea. Y que comiencen bien la semana.
¡Para un poco, Elisa! - Uno: Y fuimos felices por siempre (es decir, unos minutos)

¡Para un poco, Elisa! - Uno: Y fuimos felices por siempre (es decir, unos minutos)

Elisa portada blog
La puerta de mi oficina no suele estar cerrada. Guardo ese privilegio para pequeñas ocasiones, como regaños a miembros del personal o discusiones con mi gemelo Sergio, el director de arte de la revista. Sé que soy el editor en jefe, pero considero energizante el sonido del staff corriendo de un lado a otro, rogando una entrevista al teléfono o gritando que necesitan ayuda con una hoja atascada en la impresora. Tengo un amor secreto por el caos, en medio de mi vida ordenada y tranquila. Ver y oír a la manada de locos que tengo por empleados me hace sentir como un niño que se asoma a una juguetería. Una muy ruidosa. Pero hay una razón extra para cerrar mi puerta, en ciertas ocasiones. Como la de ese día.

—¿Qué significa esto? —exigió la voz que esperaba, destacándose sobre el estruendo de la madera al chocar con la pared—. ¡No me ignores, sé que has sido tú!

Ahí estaba. El sonido de la puerta cuando Elisa iba por mí era único.

—Te tardaste demasiado —respondí, sin levantarme del sillón en mi escritorio—. Con la primera línea deberías haberte dado cuenta de que era yo, Mores.

La hermosa pelirroja agitó la hoja de papel en su mano.

—¿Cómo voy a adivinarlo, Ledesma, si me has escrito una nota en tu computadora?

—Exacto. Así soy yo, Elisa.

—Podrías haber enviado un email, o algo. Ya mueren muchos árboles para que gastes en… lo que sea que…

Me removí en mi asiento, incómodo. De pronto, encontré interesante el diseño de mi bolígrafo y comencé a pasarlo entre mis dedos. Era la primera vez que la veía así de nerviosa. No podía ser buena señal.

—Como sea. Supongo que la leíste. Por eso has venido.

Noté que ella me miraba por un momento, con desconfianza. Pareció convencerse de algo, porque relajó los hombros y soltó un suspiro. Entonces cerró la puerta, con suavidad. Yo seguí pensando que aquello podía terminar mal.

—La leí, hombre. Y no sé si estoy despedida o estás burlándote de mí.

—¡Nada de eso, Elisa! ¡Estoy declarándome!

Lo había dicho. Antes lo había escrito, era cierto. Pero me estaba escuchando decirlo y ya no había vuelta atrás. Me puse de pie, angustiado. Fui hasta la ventana, necesitaba poner los ojos en otra parte. Y el reflejo del cristal me trajo los ojos confundidos de la muchacha que me había seguido hasta ahí.

—¿Cómo? ¿En qué párrafo, exactamente? —preguntó, indignada—. Porque lo único que veo son quejas de mi desempeño en la revista.

—No voy a mentirte. Esto no lo hace más fácil, créeme.

—¿No podías enviarme una advertencia con los de Recursos humanos, como a los demás? Crees que porque nos conozcamos desde niños tienes derecho a…

Me volví y la enfrenté.

—¡Eres la peor consejera sentimental del planeta, Elisa! ¡Y te pago por meternos a todos en problemas! Esa princesa que asesoraste por una venganza hacia su amante salió en televisión. Y todavía no me devuelven del taller el auto que ese rarito del futuro me robó para perseguir a no sé quién. Pero siento… cosas por ti. Desde la escuela. Cuando golpeabas a esos matones con sus propios bates de béisbol y me llevabas a la enfermería.

Otra vez. Había querido ser sincero y, en lugar de eso, no había hecho más que esconder las palabras bonitas en un montón de reclamos. Al menos, las cosas importantes las había dicho al final. Y, por el gesto pensativo de Elisa, eran las que habían causado más impacto.

—¿De verdad? Pensé que no me veías a la altura —murmuró ella.

Y esa fue toda su reacción.

Al escuchar eso, deseé que el suelo se hundiera y me llevara a las profundidades de la tierra. Atravesar el magma del centro y salir después por China. O Corea. O alguno de esos países del otro lado del globo, donde nadie me conociera. Por la ubicación de este país, era probable que solo hubiese océano a esas alturas. No importaba.

Se suponía que me había tenido enfrente desde los doce años. No había caso. Era invisible para ella. Ahí tenía mi respuesta, solo con ver la cara de desconcierto que había puesto. Y eso que ni mencioné la palabrita que empezaba con «a». Por suerte no lo hice.

—Olvídalo. Fue un impulso estúpido —dije, conciliador—. No tienes que contestarme nada. Devuélveme la carta y te prometo que esto no se repetirá.

Ella miró mi mano extendida.

Yo quedé esperando. Entonces, la vi sonreír como nunca lo había hecho. Era como si tuviésemos quince años otra vez y yo sí me hubiese animado a decirle todo. O aún mejor.

Cuando me di cuenta, habíamos barrido con medio escritorio y nos besábamos a lo bruto. Elisa luchaba con los botones de mi camisa, yo con el cierre de su vestido azul. Me había rendido, levantándole la falda hasta la cintura. Ella había sido más hábil con mis pantalones, lo único que debía hacer ahora era desenredarlos de mis tobillos para liberarme. Y la primera en decir todas las palabras tiernas que yo había callado fue la propia Elisa.

—Yo siempre te quise, tonto.

Era rarísimo. Sentirme así de feliz. No estaba acostumbrado. No sabía hacer el amor, aunque de sexo podía escribir una revista aparte yo solo. No esperaba que ella se sonrojara como lo estaba haciendo, que riera por las cosquillas o que se detuviera a besarme la punta de la nariz al terminar.

—Perdóname —dijo, cuando la abracé sobre la alfombra—. No pienso devolverte nada. La carta es mía. Y voy a usarla en extorsionarte para que cenemos esta noche, si es necesario.

Hundí mi nariz en sus rizos anaranjados, encantado de ser su víctima, cuando alguien carraspeó al otro lado del escritorio. Así fue como la vimos, de pie a la luz del sol de mediodía. Era una muchacha joven, rubia y con un par de alas del mismo blanco tornasolado de su vestido. Nos llevamos tremendo susto.

—Ejem… Por favor, no teman —pidió, tal vez más asustada que nosotros—. Si ya han finalizado, voy a pedirles un favor.

Nosotros nos vestimos a velocidad supersónica. O nos cubrimos como pudimos, luego nos acordaríamos de prender botones y subir cierres.

—¡Oh, por Dios, Santiago! ¿Cuándo entró?

—¡No lo sé! ¡Nunca se abrió la puerta! ¡Lo hubiera escuchado!

—Perdonen la intrusión —volvió a empezar la extraña—. Mi nombre es Fae y estoy buscando a la consejera. Vi su aviso en la calle, busqué su ubicación y llegué en mal momento —explicó—. Los felicito por su final feliz.

Sentí algo de inquietud al verlo definido de esa forma. Miré a Elisa. Ella pareció igual de molesta.

—¿Esto tiene pinta de ser un final para usted? —dije—. Acabamos de comenzar.

—Así se habla —murmuró mi consejera favorita, antes de dirigirse a la recién llegada—. Señora, veo que necesita algo de mi columna. Deje su carta en mi escritorio y la respuesta aparecerá en el próximo número de la revista. Ahora, si nos permite…

Me guiñó un ojo, mientras le indicaba la salida a la mujer, e imaginé que no necesitaría volver a ponerme los zapatos. Pero la invasora de intimidades se aferró a ella como una desesperada.

—Me temo que necesito una respuesta urgente. Pagaré bien por sus servicios. Se lo suplico, haga una excepción.

—Deberías poner un consultorio aparte —protesté, al ver que Elisa dudaba—. No uses la redacción para estas cosas.

—Mira quién habla —contestó, y al volverse a la otra le vi toda la espalda descubierta por el cierre abierto del vestido—. Está bien. Si puede esperarme afuera unos veinte, cuarenta minutos, la atenderé.

—No tengo esa cantidad de tiempo, señorita Mores.

—Oiga, ¿se siente bien?

Yo seguía perdido en la línea de la espalda de Elisa. Me apoyé en mi escritorio y me crucé de brazos a esperar. Hacía tiempo que había aprendido a no entrometerme en sus intercambios con personajes extraños. Mi tarea sería después de la publicación del número siguiente, con los de Legales o mi propia madre, la dueña de la revista.

—Soy un hada en problemas —resolló la mujer, tambaleándose un poco—. Mis poderes han sufrido cierta modificación, por culpa de una maldición.

Mi pelirroja ya estaba preocupada. Aquello iba a ser largo.

—Ahora que la veo bien, ¿eso que tiene en la cara es el dibujo de un…?

—Son dos círculos mal hechos. Nada más. El hechicero ha trazado en el aire al lanzar el conjuro, puede significar cualquier cosa.

—Claro, por supuesto —gruñí, impaciente.

Era obvio que eso que el hada tenía marcado en la mejilla izquierda era un...

—¡Espere, se está poniendo transparente! ¡No me diga que no lo siente!

—Me lo temía —se lamentó la otra y volvió a tomar la mano de mi chica, esta vez con más fuerza—. Señorita consejera, tendré que explicarle cuando lleguemos.

—¿Cómo? ¿Adónde?

Habían empezado a forcejear. El cuerpo del hada intrusa era casi de humo a esas alturas, cosa que no me hubiera movido un pelo de no ser porque el de Elisa se estaba desvaneciendo también. Corrí hacia ellas. Ya había visto más rarezas de las que podía soportar.

—¿Qué hace? ¡Elisa, suéltala! —grité, justo cuando alcancé a tomarla de la cintura para llevármela conmigo.

Entonces fue como si el mundo se licuara a nuestro alrededor y nos devolviera los mismos colores, el mismo cielo sobre nuestras cabezas y el suelo bajo nuestros pies. Pero todo dispuesto de otra manera. No sobraba ni faltaba un átomo ahí. Simplemente se habían reorganizado para transformar mi oficina en un callejón sucio y empedrado.

Por la inercia de la lucha que habíamos empezado antes, todos caímos al piso. Aproveché para subir el cierre del vestido de mi pelirroja. Estábamos tan asustados, que no atinábamos a decir nada. Yo hubiera jurado que acababa de ver un carro de caballos pasar por la esquina.

—¡No puede ser! —exclamó el hada, mirando en todas direcciones con una expresión que no me gustó nada—. ¿Dónde hemos venido a caer?

Hubiera tomado a Elisa para correr lejos de ahí. Si hubiera sabido en qué dirección.



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Bienvenidos a esta mini historia para la segunda ronda de Blogs colaboradores, de Letras en el aire y Beyond a Writer´s Mind. Espero que a mi lectora asignada, MaryEre, le guste lo que va a leer. Los dos van a ser narradores. Y la identidad del hada se revelará muy pronto.
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