<< Capítulo dos
—¿Qué? ¡Eso no es un hada! —exclamó Elisa, apenas Fae nos reveló su identidad—. ¡Nos mentiste!
Habíamos caído en otro lugar extraño. Parecía una ciudad medieval, cerrada y abandonada al punto de que la suciedad se amontonaba en las calles. Lo triste era ver las paredes de las casas cubiertas de enredaderas y a la gente dormida en las aceras, sobre los carros de frutas podridas o junto a sus caballos, que también descansaban intactos.
En medio de nuestra incertidumbre por no volver a casa, Fae nos había dado una noticia que nos puso aún más nerviosos.
—Les pido mil disculpas por no haber aclarado el malentendido antes —dijo—, pero en mi gremio llevamos el título de hada con mucho orgullo. Aunque no seamos madrinas de nadie.
Mi pelirroja no parecía muy contenta.
—Claro, porque los dientes tienen que irse a alguna parte. ¿De dónde sacan las monedas para dejar bajo la almohada de los niños?
—Elisa, por favor —advertí, temiendo que nos abandonaran allí.
—Santiago, ¿te das cuenta de que vamos de cuento en cuento junto a un hada de los dientes con un culo dibujado en la cara y que no puede hacer nada?
Por increíble que parezca, suspiré aliviado por la indiscreción de mi novia. Al fin, alguien lo había dicho. Era muy incómodo ver a esa mujer con algo tan obvio y no poder ni mencionarlo.
En cambio, para nuestra compañera en desgracia fue como si le hubieran echado un balde de agua fría.
—¡Son dos círculos mal dibujados! —gritó, tapándose la mejilla con una mano.
—Me vas a disculpar, Fae, pero yo creo que está bastante bien hecho —intervine—. Y Elisa, no había mucha diferencia en que fuese un hada madrina con un culo en la cara y que no pudiese hacer nada.
—Me hubiera sentido más protegida.
Intentamos recorrer la ciudad. Sin embargo, la vegetación era tan densa en algunos lugares, que solo pudimos avanzar con relativa facilidad hasta el castillo que se alzaba al fondo. Me puse alerta y miré en todas direcciones, no fuera a aparecer otro príncipe a retarnos a duelo. Recordé mi fanatismo adolescente por la actriz que hizo de la villana de este cuento en una película, hace poco, y casi deseé que apareciera ante nosotros. Aunque eso ya era mezclar las cosas.
Fae y mi pelirroja favorita siguieron hablando, mientras ingresábamos al edificio.
—Esto es discriminación —protestó el hada—. Nuestro gremio…
—Ya, ya. Lo lamento, mujer. Al menos dime que podrás llevarnos a la redacción cuando recuperes tus poderes dentales.
—Claro, si me permitió encontrarlos a ustedes, en un principio. Antes de quedarme sin una chispa de magia.
—Sí, muy conveniente que te quedaras varada justo cuando nos habías pedido ayuda. No me diste la oportunidad de rechazarte.
Sonreí, encantado con mi Elisa. Para qué necesito brujas maléficas, si tengo a la consejera que arruina todos los cuentos.
—Perdona su reacción —agregué, alcanzándolas en el pasillo que daba a un salón enorme—. Creo que solo nos visita un ratón por esta región para llevarse nuestros dientes.
—Oh, es verdad —respondió el hada, pensativa—. Pérez está de vacaciones por estas fechas y yo lo reemplazo.
—Entiendo —dije, y agradecí que no hubiera sido un ratón gigante el que irrumpiera en mi oficina a pedir ayuda.
Con todo respeto, nos hubiéramos llevado un susto de muerte.
Ingresamos en un sector del castillo en el que la maleza estaba cubierta de flores blancas. El perfume era intenso, imposible de ignorar. Nos adentramos en el corredor, dejándonos llevar por la invitación hacia una cama con dosel, donde seguro descansaba una muchacha. Entonces, me di cuenta de lo que ocurría y les hice señas a ambas para detenerlas. Pero ya era tarde. Las dos siguieron hasta acercarse demasiado a la escena.
La bella durmiente no estaba sola. Un joven en armadura estaba inclinado sobre ella.
—Me gustaría saber algo de mis cartas de quejas por el dinero de mis muelas, jamás fueron respondidas —comentó Elisa, antes de notar al que intentaba besar a la princesa—. ¿Y éste, qué hace? ¡Hey, no seas asqueroso! ¿No ves que la pobre está durmiendo? ¡Pervertido, aléjate!
Quedé boquiabierto. No podía creer lo que estaba escuchando. El príncipe se quedó igual. Tal vez un poco peor, considerando que éramos tres extraños en ropas desconocidas e íbamos descalzos.
—¡Brujas! —gritó, espantado, sin bajarse de la cama todavía—. ¡Este lugar está hechizado!
—Mira, qué novedad —contestó mi columnista, y lo amenazó con el cojín de un sillón que encontró a su paso—. ¡Quita esa mano de ahí!
Acto seguido, lo bombardeó con todo objeto que se le cruzó, hasta que el pobre cayó al suelo y se arrastró a buscar un refugio. Las delicadas flores que cubrían las paredes comenzaron a perder los pétalos, con lo que todo se hizo más confuso. Fae gritaba. Yo rogaba que se detuviera. La princesa no movió un dedo, no abrió un ojo, aún en medio de esa batalla campal.
Ahora, voy a decir algo en favor de Elisa. Era verdad que la chica estaba dormida. Y el príncipe no solo intentaba darle un besito. Le estaba tocando las tetas.
—¡Consejera, estás interrumpiendo el cuento! —lloriqueó Fae, abrazaba a una columna.
El intruso aprovechó para correr hasta la salida, rezando y con un amuleto en alto. Vi que mi pelirroja iba a perseguirlo, así que me interpuse en su camino.
—¡No debes hacer eso, déjalo!
—Claro que no. Mientras yo esté aquí, nadie va a hacerle eso a una chica que no puede responder si quiere o no —explicó, antes de gritar por encima de mi hombro—. ¡Corre, cobarde!
Y yo la entendía, pero...
—¡Pero es la clave de que despierte y se le quite la maldición de la bruja! —insistí.
Ya nos habíamos quedado los tres a solas, en la habitación de la princesa dormida. El hada de los dientes se acercó, más calmada, y nos hizo bajar un tono a la discusión.
—En realidad, lo que acaba de decir ella tiene sentido —añadió, en voz baja, como si con nuestras voces algo fuese a cambiar.
—¿Aunque todo un reino quede dormido por siempre?
La verdad es que no entendía el propósito de algunos cuentos. La crueldad de los mensajes que transmitían, o la falta de mensaje en absoluto, los convertía en la última opción que yo hubiese elegido para educar a un niño. A no ser que las adaptaciones fueran para el público infantil y yo me hubiese perdido de algo.
—Claro que sí —dijo mi chica, respondiendo a mis sospechas—. Tu prima Sienna, la sabelotodo de la columna de las moscas, me contó la verdadera versión de esta historia. No iba a ser nada bonito lo que iba a ocurrir en esta habitación.*
—Oh. Qué desagradable.
—Sí, así es Sienna.
—No, me refiero al príncipe —aclaré, aunque mi prima podía ser hartante cuando quería—. Los cuentos parecen más divertidos cuando se los lee en la comodidad de casa y sin tantos detalles.
—No serían buenos cuentos si no nos dieran realismo —reflexionó el hada, luego del momento incómodo en que todos imaginamos lo que acabábamos de interrumpir.
Elisa fue la primera en reírse, perdida en sus ideas.
—Uh, como si un tipo pudiera llamar a un genio que le dé elefantes y oro, para conquistar a una princesa con un tigre de mascota.
—Bueno, el tigre de Jazmín está domesticado, no es para tanto. Ya le ha dado cachorros y todo. Cambiaron los dientes hace poco.
Yo las escuché, conversando con tanta tranquilidad acerca de una situación tan extraña, que me pregunté si no sería yo el dormido.
—¿Y Aladino tiene su propia alfombra voladora? —continuó mi novia, fascinada.
El hada asintió y yo no quise saber más nada. Creo que, de solo imaginarlo, me sentí mareado.
—Arreglemos esto, antes de que caigamos por allá —sugerí—. Tengo terror a las alturas.
En ese momento, alguien más surgió de entre las plantas que cubrían los muros. Era aquel chico al que habíamos visto en el otro cuento. El rubio enojado, de ropas sencillas. Parecía más furioso que antes.
—Ustedes no irán a ninguna parte —dijo, en tono amenazante, y señaló a Fae—. Tú, hada entrometida, me devolverás la oportunidad de tener a mi amada o morirás aquí.
Estaba por reírme de su falta de educación, alzando el dedo índice contra la gente así como así, cuando Elisa hizo lo mismo y lo apuntó a él. Me di cuenta de que esto no iba a terminar rápido y, por las dudas, busqué algo para defenderme.
—¡Ahí estás, Dibujante! ¡Devuélvenos a nuestro mundo!
—¡Irrespetuosa! —exclamó, ofendido—. Mi nombre es Yejun y no haría nada por ustedes, ni aunque pudiera.
Nuestra guía, en medio del desastre, avanzó y tomó la atención del desconocido.
—Te he dicho que yo no tuve nada que ver con que ella fuera al baile del palacio. ¡Me estaba llevando un diente la noche que me encontraste!
—¡Mentiras! ¡Ella ya es adulta para ir perdiendo dientes por ahí!
—Es que la higiene no es muy buena en esa casa —contestó el hada—. Te asombrarías de la cantidad de ceniza que había por todas partes.
«Oh, así que por eso le decían así» pensé, y noté que no sabía nada de estas cosas hasta ahora.
—Ese maldito ni siquiera se acordaba de su rostro —siguió lamentándose el tal Yejun—. Ha ido con uno de sus zapatos, probándoselo a todo el mundo. Ridículo.
—Dímelo a mí —añadió mi compañera, irritada por el recuerdo.
La conversación pareció darle alguna esperanza al sujeto. Era una pena que creyera que Fae podía cumplirle semejante deseo.
—Necesito que quites el encantamiento sobre ellos —le pidió—. No pueden casarse.
—Yo llegué cuando ella ya estaba de regreso a las doce y media pero, según vi, las acciones del hada madrina se limitaron a su vestuario —explicó ella, con paciencia—. No hubo hechizos de amor involucrados.
—Eso, como un episodio de Emergencia de la Moda, hombre. Ella era la que quería ir.
Aquello no iba a ninguna parte. Por fin el Dibujante empezaba a darse cuenta de eso, porque volvió a perder los estribos.
—¡Tú, cállate! ¡Debería maldecirlos a todos! ¡Debería…!
Un poco tarde, porque su cuerpo ya empezaba a transparentarse, camino a otro lugar, donde fuese que la maldición se lo llevara.
—Por fin, desapareció. Era insoportable.
—Ya nos debe quedar poco, no se alejen de mí.
Tomé nota mental de lo que había averiguado de Yejun y las circunstancias del problema, aunque no sería suficiente para buscar una solución. En eso, unos ruidos me hicieron ir hasta la ventana. Lo que vi no me gustó nada.
—Refrésquenme la memoria —dije, bien alto—: la gente del reino no debía levantarse hasta que ella despertara, ¿no es así?
—Cierto —confirmó Fae.
—Entonces, ¿qué es esto?
Apenas pude apartarme cuando un aldeano subió hasta el balcón de afuera. Su aspecto no era muy bueno. Gruñía y sus ojos rojos no parecían amistosos.
—¡Por favor, marchémonos rápido! —pidió Elisa, desesperada.
—¡A mí no me digan nada, yo solo puedo tranquilizarlos hasta que ocurra!
Las empujé hasta el túnel de las flores por el que habíamos entrado. Corrimos hasta la salida, pero una multitud de sirvientes de ojos rojos se arrastraban hacia nosotros. Algo había salido mal con la continuidad del cuento, eso era verdad. Al menos, en el anterior, no le hicimos nada a Cenicienta.
—No se alejen —recordó Fae—. Deben tomarme de las manos, para venir conmigo. O se quedarán aquí.
Desviamos nuestro camino a otro corredor. Las enredaderas dejaron su quietud sobre las paredes y los muebles para lanzarse contra nosotros. Apenas pudimos resistirnos.
—Esperen, no va a vencernos una planta —decidió Elisa, soltándonos para enfrentar el lío—. No, señor.
Entonces, volvió a recordarme nuestra época de la escuela. Tomó un palo de escoba y comenzó a rechazar los avances de la vegetación, que volvía a regenerarse y a ser cortada. Intentamos ayudarla, como pudimos. Sería un ciclo sin fin. O hasta que a uno de los dos lados lo venciera el cansancio. Vi de reojo a Fae, estaba desapareciendo. Miré a mi pelirroja, el verde la tenía atrapada por una pierna.
—¡Cuidado!
Hice subir al hada a mi espalda y corrí como loco. Extendí mi brazo, pero justo cuando alcanzaba a tocar los dedos de Elisa, el mundo volvió a desacomodarse como un gigantesco cubo mágico. Grité su nombre, desesperado.
Solo esperé que, cuando las piezas volviesen a asentarse para dejarme en otro lugar, ella estuviese ahí.
+++
* Se refiere a la historia Sol, Luna y Talía, de donde surge por primera vez la historia de la Bella durmiente. Escalofriante. Búsquenlo.
Desde luego ,esta historia te está quedando fantástica. Además, me he quedado bastante perpleja con la conversación de los animales. Yo me habría quedado igual de perpleja que hablasen con tanta naturalidad de esos temas.
ResponderEliminarUn besote!
¿La conversación sobre el tigre y los tigrecitos de Jazmín? Eso sobraba en el capítulo, pero una vez escrito ya no pude borrarlo xD Gracias por leer y comentar ♥
EliminarPues a mi me ha hecho mucha gracia jajajaja
EliminarBesitoss
Ya fangirlee en wattpad, así que he venido a ser objetiva... ... ... bah, no puedo xD me reencanta tu historia.
ResponderEliminarPd. Ya estoy investigando como ser objetiva cuando algo te reencanta xD Besos hermosa.
Ohhh, gracias por venir por acá también ♥
Eliminar¡Hola! Como siempre, un capítulo de lo más divertido xD no pensé que usaras la versión hard de La bella durmiente xD de la que salvaron a la princesa. Me encanta la historia, sin duda alguna. Y ya me he quedado mal por Elisa, es que acompañada se ahoga en un vaso de agua, no quiero imaginarme sola (?)
ResponderEliminar¡Un abrazo!
!Wow! Me encanto este capitulo. Veo que el próximo le darás el final.
ResponderEliminarQuedare al pendiente.
Bso
Muy entretenido, y ya que estamos, te tiro una interpretación más de los cuentos de La Bella Durmiente y Blancanieves: alegorías de la primera menstruación.
ResponderEliminarTe la dejo picando XD
Ohhh... me quedé pensando un momento, jajaja. Ahora lo entiendo. Serían los príncipes menstruación. Qué asquito.
EliminarCreé que había comentado.
ResponderEliminarY es cierto lo que pasaba en esa versión de La bella durmiente. Y Elisa resultó tener razón. El hada llorando es toda una escena. Charles Perrault la cambió, aunque incluyó lo que sería una segunda parte, con la madre del principe, la reina, que es una ogresa.
Vaya maldición que arrojó el dibujante, sobre un hada que ni siquiera cumplía deseos. Está claro que no es El Historietista.
Nunca leí esa segunda parte, qué interesante. El Dibujante pasó a ser un personaje más útil para la mini historia que sigue en las rondas de Blogs Colaboradores. Creo que me falta el elemento que dan como consigna, pero la historia en sí ya la tengo. Gracias por pasar a leer y comentar.
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