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¡Para un poco, Elisa! - Dos: En realidad, el zapato me quedaba un poco grande

08 abril 2017

elisa portada blog<< Capítulo uno
No podía creer lo que estaba ocurriendo. Ya había recibido cartas de gente de otras épocas, príncipes enamorados en su mayoría, pero nunca lo sentí tan real como en ese momento. Santiago me tironeaba de la mano, como si no se decidiera a correr pero estuviese a punto de hacerlo ¡No teníamos ni zapatos! Y la tal Fae, tan tranquila ahí, con sus alas de mosquito. Me puse furiosa.

—¡Hey, tú! ¿No vas a agitar tu varita para devolvernos a la redacción? —pregunté, temblando en el viento helado del callejón empedrado—. Tenemos un cierre de edición muy pronto, no hay tiempo de ir de paseo.

—Yo no los vi tan apurados por trabajar cuando los encontré —respondió ella.

Sentí ganas de tirarle con algo. En eso, un grupo de ratones pasó corriendo a mi lado y se metió debajo de una calabaza podrida, detrás de Santiago. Se me revolvió el estómago. Él no les hizo caso.

—Eso no… No es de tu incumbencia —protestó, en mi lugar—. Por favor, necesitamos regresar. Dinos qué es lo que tenemos que hacer.

La calabaza logró moverse, con tanto bicho adentro, y se fue moviendo hasta alejarse de nosotros. Yo pude recomponerme y advertir que había algo raro en todo eso.

—Cuidado. Te entregas muy fácil, tonto —murmuré, llevándome a mi editor a un costado—. ¿No has leído sobre los genios tramposos que te obligan a pedir deseos?

—No, Elisa. Apenas si tengo tiempo de dormir después del trabajo.

Me enternecí de solo imaginarlo, cayendo sobre su almohada después de renegar tanto conmigo.

—Eso va a cambiar, amor —prometí.

Fae vino hasta nosotros, parecía arrepentida. O actuaba muy bien.

—Perdónenme. No debí responder así —dijo—. La verdad es que no sé cómo salir de aquí. Mi cuerpo se ha vuelto inestable por culpa de la maldición de un hombre que me confundió con otra hada. El Dibujante le dicen, es todo lo que sé. No dejaré de moverme de una dimensión a otra hasta que la maldición se elimine. ¡Espere, eso duele!

—¡Elisa! ¿Qué haces? —gritó Santiago.

Solo por él dejé de tironear las alas de la espalda de la muchacha. Parecían tan brillantes, tan frágiles. Largaban una especie de polvo brillante. Y no se despegaban de su dueña.

—Me aseguraba de que su historia del hada no fuese una mentira —expliqué, sacudiéndome el brillo de las manos, antes de volverme hacia ella—. O sea que admites que eres un hada inútil. Y el tatuaje pornográfico en tu cara no se va a ir tampoco.

—Son dos círculos mal dibujados —corrigió, tensa.

El asunto del dibujo en su mejilla no la ponía muy contenta, por lo que veía. Y no era para menos.

—Nada más que dos círculos, seguro —concedí, tratando de no mirarla demasiado—. Solo voy a dejar un par de cosas en claro, antes de empezar: No pienso pedir ningún deseo. Voy a ayudarte de la forma que sé, por medio de mis consejos.

—Estamos perdidos —ironizó Santiago.

Con novios así, para qué quiero enemigos.

—Y el sabio de la montaña, aquí a mi lado, nos dará la solución o cerrará la bocota.

—El carro, Elisa.

Fae y yo tratamos de hacer un recuento de los daños, pero nuestro compañero en la desgracia no nos dejaba concentrarnos.

—Segundo, y más importante —continué—: me dirás todo lo que deba saber para deshacer esta maldición. Vamos, empecemos.

—Mira el carro, te digo…

—Ese es el problema —lloriqueó el hada—. No tengo idea de porqué el Dibujante me maldijo. ¡Sus palabras fueron tan crueles!

—¿Qué te dijo? —pregunté, justo cuando nos empujaron a ambas fuera del camino—. Ah, Santiago, mira que eres bruto. No me interrumpas.

—¡No me escuchas, Elisa! Mira eso, tenemos que huir de aquí.

Era cierto, un carruaje enorme venía hacia nosotros. La escena hubiese sido encantadora, de no ser porque íbamos muy mal vestidos para el estándar de decencia de esa época. Y eso hasta yo lo sabía.

—¡Ya es tarde, los tenemos encima!

—No se preocupen —intervino Fae—, todavía puedo encantar los ojos de los demás para que no nos vean.

Los caballos se detuvieron frente a nosotros. Nos mantuvimos quietos, en silencio, esperando que la horrible coincidencia pasara pronto. Los animales estaban muy adornados, lo mismo que el traje del sirviente que abrió la puerta y puso la escalerita para que alguien más bajara. Maldita suerte la nuestra, pensé.

El que acababa de salir era, definitivamente, un príncipe. No tenía nada que envidiarle a mi Santiago, con esos ojazos verdes y esos hombros anchos. Sentí la mano de mi editor tomar la mía, como si me leyera el pensamiento. Entonces el príncipe buenote se cruzó de brazos, aburrido, mientras uno de los que iba con él sacaba del carro un almohadoncito púrpura, con el zapato más hermoso que haya visto en mi vida. Brillante y transparente. Sin su compañero que formara el par.

Santiago contuvo una exclamación. Lo oí morderse la lengua, cosa que debió ser muy dolorosa. Fae abrió la boca, espantada. Yo empezaba a tener una idea de dónde estábamos. Más príncipes enamorados, por todas partes.

—Ustedes, forasteros —anunció el criado gordo que bajó primero—. Por encontrarse sobre la tierra de Su Majestad, deberán cumplir con la Orden dada en…

—¿A quién le está hablando? —pregunté, en voz baja—. ¿A nosotros?

—¡Puede vernos!

En efecto, el príncipe nos miraba a los tres. No había dudas de eso. Su sirviente seguía a los gritos, anunciando algo escrito en un rollo interminable.

—…según la cual, por su Ilustrísima Majestad…

—Lo siento mucho —susurró el hada—. Parece que he perdido mis poderes del todo.

—Fae, querida —respondí, con los dientes apretados—, para la próxima nos limitaremos a correr.

—…la propietaria del pie que entre en este zapato será su futura esposa.

Por fin, había terminado la pompa innecesaria. Me adelanté para hablar con el mandamás.

—Su Alteza, voy a dejar pasar el honor. A pesar de cuánto me encantaría sentarme a conversar con ustedes de calzados de cristal y vestidos mágicos, ya tengo novio.

—Exacto —confirmó la voz de mi Santiago, desde atrás.

Igual, no iba a quedarme sin aprovechar semejante oportunidad de hacer un negocio.

—Aunque, si quiere ahorrarse algo de tiempo —ofrecí—, por unas monedas le diré quién es la dueña del zapato. O una sola moneda. Y me invita al casorio.

Varias espadas surgieron de la nada y nos apuntaron al hada, a mi editor y a mí. No estaban de buen humor los muchachos.

—El pie —ordenó el buenote—. Ahora.

—Ya, no se pongan tan nerviosos. Ahora voy.

Tenía que saber cuándo rendirme. Fui y me senté en la escalera del costado del carro y dejé que me presentaran el zapato de cristal, esperando que Cenicienta no hubiese tenido pie de atleta.

—Es una forma tan poco práctica de buscar —refunfuñaba Santiago, vigilado de cerca por uno de los sirvientes—. Con toda la gente que los vio bailando, debería poder hacer un identikit y colgarlo por todo el Reino.

—Un momento —dijo el regordete que había leído antes, mirando a Fae—, ¿esta mujer tiene dibujado en la cara un…?

En eso, ocurrió lo impensable. Mi pie se deslizó por el zapato sin problemas. La atención de los sirvientes se centró en mí. Y estaba peligrosamente cerca de la puerta abierta del carro.

—¡Esto no significa nada! —exclamé, aterrada—. ¡Mido 1,62! Es obvio que todo va a ser pequeño en mí, incluidos mis pies.

—¡Deja de jugar conmigo! —rugió el príncipe, creo que estaba despechado—. No te recordaba así, pero es posible que la champaña me haya nublado la memoria. Ahora no volverás a escapar. Te presentaste como candidata a ser mi esposa, todas en la fiesta fueron con esa intención.

—¿No podía ser por el buen ambiente? —arriesgué, temblorosa—. ¿La comida, los tragos?

—Ella ni siquiera estuvo esa noche, príncipe —intervino Fae, con gesto culpable—. Nosotros no somos de aquí.

—No pienso seguir escuchando tonterías —dijo—. Ya te encontré. Eres mía.

No tuve tiempo de zafarme de su mano, que tomó mi brazo izquierdo e intentó arrastrarme con él al interior del carruaje. En la inercia de la caída, escuché el grito del hada y sentí el freno de alguien sosteniendo mi mano derecha. Era Santiago. Quedé en una posición extraña, como una muñeca de trapo sostenida por los dos.

Me hubiera sonreído como tonta. Siempre había disfrutado cuando las heroínas se encontraban en una situación así. Pero no tenía idea de lo que dolía, iban a dejarme dislocada si seguían.

—¡Y una mierda es tuya! —gritó mi editor, que no se puso a dar discursos porque no tuvo tiempo.

Por suerte, Fae surgió en primer plano de la discusión, señalando al final de la calle con su mejor cara de terror.

—¡Miren! ¡Esa calabaza acaba de convertirse en carroza!

El primero en darse vuelta fue el príncipe, con lo que recuperé la mitad de mi cuerpo y Santiago me recibió en su abrazo.

Aprovechamos para correr lo más rápido que pudimos. Yo llevaba el zapato puesto todavía, fue muy incómodo. Entiendo cómo es que su dueña no volvió por él en las escaleras del palacio.

Nos metimos en medio de una especie de feria. La gente se apartaba al vernos, algunos nos señalaban, acusándonos de brujos a gritos. No iba a ser el mejor escondite. Santiago discutía con una vieja que pretendía llamar a un sacerdote para un exorcismo, por mi cabello rojo, cuando Fae nos volvió a sorprender.

—¡El Dibujante! —gritó el hada—. ¡Ahí está!

Apenas era un flacucho rubio, de ropas sosas y cara de simplón que se había mezclado entre la gente. Lo único que lo delató fue el cambio de expresión al reconocer a nuestra acompañante. Sus ojos echaban chispas de odio. Me cubrí las mejillas con las manos, por el miedo a que nos quisiera dibujar a nosotros también. Para mi horror, levantó una mano y comenzó a decir algo. No lo escuchaba. Entonces, desapareció.

—Se lo llevó. Él también ha quedado maldito, como yo. Esto significa que nos queda poco tiempo aquí.

—¡Fae, exijo una explicación de todo esto! —exclamó Santiago.

Los soldados del rey llegaron a rodear la plaza y el príncipe se acercó, desenfundando su espada. Temí por mi novio. Por mí. Y esa rarita de Fae, tan tranquila, tomándonos de las manos y contando en reversa. Comencé a sentir el suelo deshaciéndose, el aire mezclándose con el verde y el marrón, todo esfumándose otra vez.

—¡Ojalá te confundas con la hermanastra fea, tarado! —grité, y esperé que algo de mi voz todavía quedara en aquel cuento.

¿Y yo? Era quien debía arreglar este lío. ¿Qué se suponía que tenía que hacer?

+++

Gracias a los que leen y comentan.

12 comentarios:

  1. Santa Cachucha o.o en qué los ha metido la tarifa de Fae? Ojalá logren salir de esto antes de que Santiago decida que es mejor ser viudo que seguir aguantando los despuntes de la pelirroja xD
    Espero la continuación, saludos.

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    1. Jajaja, yo creo que todo puede pasar, incluyendo la huida de Santiago. Gracias por leer y comentar ♥

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  2. Un hada encantadora pero torpe metiendo a los personajes en líos. Por haber sido maldecida por El Dibujante. Que serie de enredos. me gusta

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    1. Este Dibujante no tiene nada que ver con tu Historietista, lo juro xD Es que en la consigna de la historia tenía que haber un dibujo y tenía que ser de importancia para la trama, así que terminé dándole al villano el nombre. Luego se entenderá mejor. Gracias por leer y comentar :D

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  3. Jaja me ha gustado mucho tu historia! Es muy original y tiene un hilo argumental que es de todo menos plano!
    Me ha encantado lo del dibujante, un saludo guapa :))

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  4. Muy bueno, me causó gracia que le dijera "buenote" al príncipe. Que lo que tiene de bueno le falta de inteligente, por lo que parece :P

    MUERO por leer la explicación de Fae, y me encanta el tono con el que narra Elisa, me hiciste reír XD

    ¡Besos!

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  5. ¡Hola! ¡Qué manera de crear problemas! Y la pobre Elisa, hace una de cal y otra de arena, aunque lo del príncipe de Cenicienta me pudo XD que lío ahora que le ha robado el príncipe a Cenicienta ¡menuda suerte va a tener!

    El dibujante pinta interesante y lo de tener una maldición por un error ¡encantador!

    ¡Un abrazo!

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  6. ¡Vaya! ¡Pobrecita! ¡Pero me he reído, en vaya líos se mete!

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  7. hola! genial relato, divertido y bien pensado, un placer haberte compartido. feliz semana y un abrazobuho!

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  8. Jaja! Pobre Fae... qué lástima. Y el príncipe ha sido un puntazo. Me encanta la manera tan ligera y amena de escribir. Qué imaginación. No había leído nada tuyo, pero por aquí me quedo. Un beso y a ver qué pasa!

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  9. Muy original vuelta de tuerca al clásico cuento. Divertida inmersión de los creadores en la historia. A ver por dónde sale el dibujante. Un abrazo!

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  10. Me encanto el ada, es adorable aunque haga tanto lio, pero tuvo sus razones.
    Muy original y divertido relato, me gusto mucho.
    Bso

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