-¿Gray? ¿En dónde está Gray? —preguntó Alba, la madre de la niña, en el palco que la familia había ocupado durante el comienzo del festejo y luego se había convertido en el refugio de los que no estaban afuera peleando.
—¿No está con Bleich? —respondió alguien—. Vi que él iba hacia ella cuando ocurrió la explosión...
—No, allí está Bleich —corrigió un anciano de la familia señalando hacia un extremo del estadio, con el ceño fruncido—, se encuentra luchando con esos sujetos desde hace rato.
—Tranquilízate, hija —dijo el padre de la mujer, recién llegado al refugio—. Seguro alguno de los muchachos está con ella...
—No, ustedes no lo entienden —exclamó ella, comenzando a desesperarse—. ¡No la veo por ningún lado!
—Mira la cantidad de soldados que hay por aquí y la gente que está amontonada en el puerto para huir de la isla —agregó el hombre, conciliador—. ¿No hay manera de que estés pasando por alto su presencia?
—Ella debería haber vuelto hacia nosotros, pero conociendo su forma de ser, podría decir que tal vez... —comenzó ella pero se interrumpió, horrorizada. No se atrevió a terminar la frase. La idea de que su hija estuviera allí afuera peleando contra esos monstruos era demasiado escalofriante—. Si alguno de los demás la hubiera encontrado, ya la habría traído...
Ante eso, sólo hubo una conclusión a la cual llegar. A Alba se le aflojaron las rodillas por la impresión y alguien tuvo que alcanzarle una silla. Todos se quedaron en silencio, tratando de encontrar la mejor alternativa. Había soldados recién graduados en la entrada del palco, estaban allí para proteger a los más débiles en caso de que alguien quisiera atacarlos. Ellos no eran los más fuertes del Grupo Iridis, no les convenía salir a hacerse los valientes, pero ahora la situación había cambiado.
La niña, humana modificada o no, corría peligro allí afuera. ¿Debían salir a buscarla? ¿Y si no la encontraban, y en cambio el refugio era atacado mientras ellos no estaban? Era una decisión demasiado difícil.
—¡No! ¡No me detengan! ¡No se metan en esto si no lo desean, pero déjenme ir! —gritó Alba, a un paso de saltar por el ventanal que antes había servido para observar el torneo y ahora era el portal del horror. Los demás la sostenían con dificultad, impidiéndole salir. Cuando se los sacudió de encima, uno de los custodios apareció frente a ella y la empujó hacia adentro. Al caer al suelo, la esposa de Bleich lo miró suplicante—. ¡Tengo que ir a buscarla, es mi hija! ¿Qué harías tú en mi lugar?
—No es lo mismo —contestó el soldado, con gesto inmutable—. Tu hija es más resistente que los míos. Es más resistente que tú, incluso. Si tú salieras, yo debería dejar a todos desprotegidos aquí para salir a buscarte. No te conviertas, ni nos conviertas a nosotros en estorbos para los demás.
—Por favor, Alba —intervino el anciano, con la indignación hirviendo en su sangre por no poder hacer nada más—. No hagamos las cosas aún más problemáticas para los muchachos que están afuera, ¿sí? Vamos a confiar en ellos. La pequeña Gray es fuerte, seguro está a salvo en otro escondite.
Pero algo le dijo a Alba que su hija no estaba a salvo. No del todo. A pesar de eso, el temor por empeorar la situación la hizo desistir de salir por su cuenta. Era horrible la posición de los que observaban sin poder participar, de los que estaban del lado de la luz, pero no podían salir a combatir la oscuridad.
○○○
En la cueva, Gray había logrado entretenerse con las ramas de un arbusto que rozaban la entrada. En ese momento se encontraba arrancando los frutos que tenía a su alcance, provocando que el preciado silencio impuesto por su ancestro se arruinara con los movimientos bruscos de las hojas.
—¿Qué se supone que estás haciendo? —preguntó Silver, masajeándose la sien derecha. No se sentía nada bien.
Ella, con una alegría que casi le había hecho olvidar el problema en que se encontraba, señaló las ramas que ingresaban a la cueva.
—Conozco esta planta, mi papá me enseñó que puedo comer de estos frutos, siempre y cuando no estén verdes.
El hombre la miró en silencio y pensó que eso no era comida de verdad. Pero no estaba en condiciones de salir a cazar, menos con los soldados del Nuevo Dominio merodeando por allí. Desvió la vista hacia el interior de la caverna. El malestar que lo agobiaba no le permitía soportar demasiado tiempo la luz del día. La pequeña percibió que él no se encontraba bien y sintió algo de pena por él. Al fin y al cabo, se veía muy parecido a su amado abuelo.
—¿Quieres? —ofreció, con un puñado de frutas de color morado entre las manos—. Hay muchas aquí.
—Ni sueñes que voy a comer eso —contestó él, luego de darle un vistazo desconfiado—. No pretendo ser envenenado por mi propia tátara-tátaranieta. Y ni siquiera eres eso, debes tener un par de tátaras más, si contamos que han pasado tres siglos.
—¿Tata... qué? —preguntó la niña, sin entender del todo.
—Olvídalo.
Aquello era una verdadera molestia, él debería estar muy lejos de allí a esas alturas. Aunque pensó en que, si solo pudiera darle una mínima molestia a su captor, valdría la pena. Se quedaría allí y apenas se sintiera mejor volvería a buscar la nave.
¿Y luego qué?
¿Se llevaría a la mocosa de allí? ¿Iría de una línea temporal a otra con esa carga? Lo mejor era dejarla allí pero, otra vez, si ella era atrapada, el esfuerzo habría sido en vano. Tenía que quedarse hasta que los soldados se fueran. No podían destruir la colonia, necesitaban a la niña por alguna extraña razón.
De pronto, la realidad vino a él como un baldazo de agua fría. No tenía todo el tiempo del mundo. Mientras el portal del tiempo estuviese abierto, él podría escapar de allí. Sino, debería quedarse en aquél universo a morir en la mediocridad de su nueva existencia. ¡Era algo totalmente injusto!
Él no debía estar vivo, no sin sus compañeros de escuadrón, sin los que habían vivido junto a él. No en esa época en la que el glorioso Grupo Iridis se había reducido a un par de sujetos que olvidaron su sed infinita de sangre y se pusieron al nivel de artistas de circo, entreteniendo a las masas. No cuando sus descendientes eran humanos con los genes modificados.
Sacudió la cabeza, tratando de espantar el desánimo que se había apoderado de él tan fácilmente. Lo que fuera que le estaban haciendo para controlarlo, le quitaba la capacidad de razonar con frialdad. Él no era un llorón, era un soldado, su punto fuerte eran sus puños. Saldría de aquél problema y se vengaría de quien fuera que le había quitado el derecho de morir con dignidad junto a los suyos.
En ese momento, detrás de él apareció alguien a increíble velocidad y lo pateó enviándolo contra unas rocas. Era el general encargado de aquella misión para el Nuevo Dominio. Silver apenas pudo detenerse antes de golpear su espalda contra la pared de la caverna, y se colocó en pose defensiva.
Observó al sujeto que lo había atacado, no recordaba su nombre. En realidad no tenía por qué saberlo, si él había llegado a ese planeta bajo su control y no por voluntad propia, no recordaba nada. Toda la información que poseía era gracias a sus visiones y éstas ni siquiera se le presentaban de forma ordenada o completa.
El sujeto, alto y fornido, tenía un aspecto feroz. Totalmente calvo, de nariz aguileña y mandíbula cuadrada. Su mirada era gélida y toda su piel era de un color violáceo, lo cual contrastaba con el intenso negro de sus ojos. Por la diferencia en su armadura con respecto al resto de los luchadores alienígenas, era evidente que él era el jefe de todos ellos.
—¡Parece que hoy es mi día de suerte! —dijo entre risas el recién llegado—. Encontré a mi objetivo junto con mi soldado desertor. —Luego dio un paso hacia Gray, sin quitarle al otro los ojos de encima—. ¿Estás deseando congraciarte conmigo al entregármela, Silver? ¿Intentarás convencerme de que no necesitas el neuroaparato para obedecer nuestras órdenes?
Él se levantó y arremetió contra el sujeto, que había logrado acorralar a la pequeña y se disponía a atraparla. Lo arrojó contra un árbol del exterior y la niña retrocedió aún más, sin saber qué acción tomar hacia esos dos gigantes de fuerza claramente superior a la de ella. El soldado se puso en pose defensiva delante de Grey y el invasor se levantó del rincón adonde había ido a parar por el golpe, para acomodar su uniforme. Al volver hacia la cueva les dedicó a ambos una sonrisa sarcástica.
—¡Vaya! Veo que no era el caso —exclamó con aparente tranquilidad, mientras seguía sacudiéndose la armadura—. El neuroaparato debe estar afectándote el cerebro, idiota. ¿Aún en ese estado tan débil vas a intentar resistirte?
—No me lo preguntes —espetó Silver, con una temible sonrisa que mostraba todos sus dientes—. Ven y compruébalo.
La provocación no hizo ningún efecto sobre el sujeto violeta, que se cruzó de brazos con gesto de cansancio.
—Oh, vamos. Es obvio que no recuerdas nada de cuando estabas bajo mi control. ¿Realmente crees que eres rival para mí? —Y se irguió con orgullo al comenzar a hablar de sí mismo—. Soy uno de los generales más importantes del ejército del Nuevo Dominio. Mis superiores te entregaron a mi custodia para disciplinarte y darte instrucciones en cada una de las misiones. Pero esta cosa falló —dijo al tiempo que sacaba de su cinturón un pequeño objeto, apretaba un botón y éste se convertía en una especie de vincha con ramificaciones de terminaciones redondeadas de color gris—, y despertaste justo en una de las misiones más importantes de nuestro escuadrón.
Gray observó asombrada al hombre. Había demasiadas cosas que desconocía de aquellos enemigos. Por otro lado, Silver reconoció al neuroaparato como el objeto que sus visiones le habían mostrado. Con eso lo habían mantenido bajo control todo ese tiempo. Rechinó los dientes, nervioso. El general del Nuevo Dominio prosiguió, confiado.
—Has llegado lo más lejos que has podido, ¿verdad? A pesar de haberte quitado el neuroaparato, aún estás bajo algunos de sus efectos. No podrás recuperarte tan pronto, ¿sabes? Y no voy a sentarme a esperar tampoco. Así que resígnate. De todos modos, ya estás más allá del bien y del mal, no tienes ninguna obligación con la gente de esta época.
Eso era cierto, pensó Silver. Su situación era bastante gris, lo cual era denigrante. A él, que siempre le había gustado medirlo todo en blanco y negro, de repente la situación se le ponía en contra. Ninguna solución podía ser del todo beneficiosa. Entonces tomó una decisión con rapidez, alzó a Gray en sus brazos y le apuntó con el arma que traía en su propio traje.
—Si avanzas un paso más, volaré a tu objetivo en pedazos —anunció con frialdad el que alguna vez había sido un héroe.
Esto solo provocó un ataque de risa demente en su interlocutor.
—¿Vas a dispararte a ti mismo también? —preguntó, encantado con la idea a pesar de todo—. ¿Es que eres imbécil?
—No —contestó él con cautela—. Simplemente, prefiero morir antes que volver a arrodillarme ante ustedes. Y no tendrás lo que viniste a buscar tampoco. De eso voy a encargarme, como sea.
Gray, en los brazos de su ancestro y con la boca tapada, difícilmente podía respirar. Tampoco podía moverse, la fuerza de aquél sujeto tan parecido a su bondadoso abuelo era descomunal. ¿Iba a morir? ¿No volvería a ver a su familia ni a sus amigos? ¡Ni siquiera había tenido la oportunidad de finalizar su entrenamiento! ¡Nunca sabría lo que se sentía tener un combate de verdad con un enemigo que no la viera como una niña pequeña!
—Bien, tranquilicémonos —habló por fin el General, luego de tragarse repentinamente sus carcajadas. Parecía haber vuelto a su lado razonable-. No vamos a arruinarlo todo por una tontería como ésta, ¿verdad? —Y dio un paso más hacia ellos.
—¿De qué carajo estás hablando? —gritó Silver, la paciencia completamente perdida—. ¡No te muevas!
—¡Calma, calma! —Lo tranquilizó dando un paso hacia atrás y levantando ambas manos en señal de tregua-. Si bien lo que dije antes era cierto, que no eres rival para mí y que podría dejarte inconsciente antes de que llegues a matar a esa niña, no tomaré el riesgo. —El otro lo miró sin entender—. Te ofrezco un trato. Si me entregas a la mocosa, me iré y olvidaré que estás aquí. Incluso te dejaré una nave para que huyas de esta línea temporal antes de que el portal se cierre.
El guerrero, sin soltar a la pequeña, analizó la propuesta por un par de segundos. Lo miró con los ojos entornados, como si pretendiera atravesarlo y adivinar sus verdaderas intenciones.
—¿Por qué tomarte tantas molestias? —susurró por fin, sopesando las distintas posibilidades.
—Porque esa niña ocupará tu lugar en los experimentos de control —respondió el otro, restándole importancia al asunto—. Tú ya has alcanzado el máximo de utilidad para mis superiores, les causas más problemas de los que realmente vale la pena soportar, en cambio, una humana modificada entrenada desde la niñez bajo nuestras órdenes, será mucho más adecuada.
Silver miró a la pequeña, que lloraba con desesperación por lo que acababa de oír. Ella no había entendido lo que aquél monstruo había querido decir con "experimentos de control", pero no podía ser nada bueno. ¡Iban a alejarla de sus padres y de sus abuelos!
El sujeto siguió explicando su idea, sin prestar atención a la reacción de ambos.
—Claro que esto no le agradará a mis jefes, por lo que yo solo te daré el pase de salida y probablemente pierda el derecho de tener a mis órdenes a la nueva mascota, pero créeme, obtendré una buena recompensa por entregarla.
El primer libertador observó a quien tenía enfrente y sintió náuseas. En todos lados había soldados corruptos, que ponían sus propios intereses retorcidos por encima del honor de la causa a la que servían.
Ni siquiera tenía la garantía de que, al entregarle a la niña, aquél sujeto fuera a cumplir su palabra y a dejarlo escapar tan fácilmente. Otra posibilidad era la de la existencia de disputas internas en el seno de la Organización del Nuevo Dominio, y que él sólo fuera la excusa para perjudicar a alguien más. Sabía reconocer situaciones como ésa, él había sido jefe de un escuadrón por mucho tiempo. Pero lo peor era que, en su estado, no podía darle la paliza que merecían seres inmundos y sin honor como ése. Sólo le quedaba considerar su propuesta.
—Y bien, ¿qué me dices? —lo urgió el General—. Luego de esto, ninguno de nosotros hablará de esto con nadie más. Y la niña tendrá un proceso de conversión a nuestras tropas tan duro y estricto, que pronto olvidará hasta su nombre. No habrá manera de que nos delate.
No era nada nuevo lo que le decían. Silver recordaba las torturas que había sufrido mientras experimentaban con él en el laboratorio, hasta que habían podido dominarlo con el neuroaparato. Si aún no había perdido la cordura era por milagro. Y si ahora volvía, debido a la falla del método de control le esperaba una nueva sesión de lo mismo, hasta que nuevamente perdiera la conciencia de lo que hacía.
—Pero si tanto deseas ser el héroe, sólo regresa conmigo a la nave. La niña no me interesa, de todas maneras no será mi esclava, tú sí lo eres. No tengo todo el tiempo del mundo, Silver, así que decídete de una vez. Ella o tú.
La niña se removió con todas sus fuerzas, y el soldado casi sintió ganas de reír. ¿De verdad estaba preguntándoselo?
○○○
—¡Miren! —señaló uno de los ancianos en el único palco que quedaba ocupado en el estadio—. ¡La balanza está inclinándose a favor de nuestros muchachos!
Todos se asomaron, a tiempo de ser testigos de cómo la nave enorme despegaba. Al parecer estaba huyendo. White no quiso dejarlos ir y les disparó con su arma un rayo de energía bastante poderoso que los alcanzó a un costado. Aunque el vehículo quedó dañado, igualmente logró salir por el portal del cielo seguido del resto de las naves individuales. Los que quedaron en tierra festejaron a los gritos, los que observaban desde el refugio se debatían entre el júbilo y la emoción de saberse a salvo.
—Nos quedan muchas preguntas sobre lo que ha ocurrido el día de hoy —pensó en voz alta White—. Por lo menos, tenemos a quién hacérselas -completó con una media sonrisa, mirando el campo de batalla donde quedaban los muertos y los heridos abandonados, a los cuales pensaba interrogar.
Entonces Alba corrió hacia Bleich, que se había sentado en los restos de las gradas del estadio, exhausto.
—¡Cariño! ¿En dónde está Gray?
—¿No está contigo? Desapareció de este lugar, debería estar en el refugio con ustedes... —Y no pudo terminar el pensamiento al ver a su esposa estallar en llanto.
Inmediatamente White y sus soldados se acercaron a ellos, con curiosidad. Pronto estuvo claro que ninguno de ellos había visto a la pequeña durante la pelea. Padre e hijo se miraron, con una terrible sospecha y con el ceño fruncido observaron el cielo, por donde el portal ya se había desvanecido.
—No —balbuceó Bleich, sin poder creerlo—. ¡No puede ser! ¡Gray, no!
En el momento en que la histeria se apoderaba de todos, y White se disponía a pedir ayuda e información a sus contactos en la Tierra y en otras colonias, la niña se hizo presente, aunque se la veía débil e inestable.
—¡Papá, mamá! ¡Abuelo! —gritó Gray, mientras se acercaba volando desde afuera del estadio. Parecía aturdida y su vuelo era irregular.
A pesar de eso, todos respiraron aliviados al verla aparecer. Alba fue inmediatamente hacia su hija y la abrazó llorando, obligándola a descender a tierra. El resto las rodeó.
La niña no podía decir nada en medio de las caricias y la conversación de los que estaban a su alrededor, no le salían las palabras. Sólo buscó con la mirada a su abuelo, su verdadero abuelo. Cuando éste apareció, se sintió tan aliviada que comenzó a llorar a moco tendido.
Habría mucho por hacer en esta línea de tiempo, las cosas habían tomado un rumbo completamente distinto. Pero lo importante era que el objetivo del Nuevo Dominio no se había cumplido. Y los soldados del Grupo Iridis estarían alertas por si esto ocurría otra vez. Ninguno de ellos sería el mismo de otras líneas temporales, en especial Gray.
Aquél fantasma de ceño fruncido pero con el rostro de su abuelo se había entregado a cambio de dejarla en libertad. Ni siquiera le había permitido llorar por él, la había amenazado con volver a patearle el trasero si se convertía en una debilucha.
—Será mejor que estés lista, porque algún día volveré con esta cosa puesta, y no tendré piedad.
Limpió sus lágrimas y decidió que definitivamente se prepararía. Lo vencería y volvería a quitarle esa horrible vincha que el hombre violeta le había colocado antes de partir.
○○○
Mientras tanto, en la nave de los invasores, Silver descansaba con su neuroaparato puesto. Lo habían dejado en suspensión para que el artefacto pudiera tomar el control de su sistema nervioso. El primer libertador no se veía realmente como un ser vivo, aparentaba ser un cadáver gris al que aún no le habían avisado que su alma lo había abandonado. Aun así, en el lugar más recóndito de su mente sobrevivía una chispa de voluntad propia.
Lo que en realidad había ocurrido, era que mientras el soldado aguardaba en el bosque junto a la pequeña Gray, se le había presentado otra visión. En ésta, el general corrupto le daba la opción de entregarse a cambio de la libertad de su descendiente. Luego, se había visto a sí mismo cometiendo las más variadas atrocidades bajo el control del neuroaparato, se le había presentado su imagen de rodillas, infinitas veces, frente a los amos del Nuevo Dominio. Luego la visión concluía con su victoria, con él retomando el control de su vida, esta vez definitivamente.
La respuesta a aquella propuesta había sido demasiado fácil. Con todo aquello comenzaba el camino hacia la verdadera libertad. No la de su pueblo, ésa ya la había logrado, esta vez era la suya propia. Algún día volvería a ser él mismo y se vengaría de aquellos que estaban en lo más alto de aquella pirámide de tiranos.
Y realmente terminaría lográndolo. No solo eso, sino que también cumpliría con la promesa hecha hacia la pequeña Gray. Pero ésa, mis estimados, ya es otra historia.
Habría mucho por hacer en esta línea de tiempo, las cosas habían tomado un rumbo completamente distinto. Pero lo importante era que el objetivo del Nuevo Dominio no se había cumplido. Y los soldados del Grupo Iridis estarían alertas por si esto ocurría otra vez. Ninguno de ellos sería el mismo de otras líneas temporales, en especial Gray.
Aquél fantasma de ceño fruncido pero con el rostro de su abuelo se había entregado a cambio de dejarla en libertad. Ni siquiera le había permitido llorar por él, la había amenazado con volver a patearle el trasero si se convertía en una debilucha.
—Será mejor que estés lista, porque algún día volveré con esta cosa puesta, y no tendré piedad.
Limpió sus lágrimas y decidió que definitivamente se prepararía. Lo vencería y volvería a quitarle esa horrible vincha que el hombre violeta le había colocado antes de partir.
○○○
Mientras tanto, en la nave de los invasores, Silver descansaba con su neuroaparato puesto. Lo habían dejado en suspensión para que el artefacto pudiera tomar el control de su sistema nervioso. El primer libertador no se veía realmente como un ser vivo, aparentaba ser un cadáver gris al que aún no le habían avisado que su alma lo había abandonado. Aun así, en el lugar más recóndito de su mente sobrevivía una chispa de voluntad propia.
Lo que en realidad había ocurrido, era que mientras el soldado aguardaba en el bosque junto a la pequeña Gray, se le había presentado otra visión. En ésta, el general corrupto le daba la opción de entregarse a cambio de la libertad de su descendiente. Luego, se había visto a sí mismo cometiendo las más variadas atrocidades bajo el control del neuroaparato, se le había presentado su imagen de rodillas, infinitas veces, frente a los amos del Nuevo Dominio. Luego la visión concluía con su victoria, con él retomando el control de su vida, esta vez definitivamente.
La respuesta a aquella propuesta había sido demasiado fácil. Con todo aquello comenzaba el camino hacia la verdadera libertad. No la de su pueblo, ésa ya la había logrado, esta vez era la suya propia. Algún día volvería a ser él mismo y se vengaría de aquellos que estaban en lo más alto de aquella pirámide de tiranos.
Y realmente terminaría lográndolo. No solo eso, sino que también cumpliría con la promesa hecha hacia la pequeña Gray. Pero ésa, mis estimados, ya es otra historia.
No hay comentarios:
Publicar un comentario