Esta tarde llegaste a casa, agotado, con el sombrero rebosante de pensamientos, y caíste en tu sagrada cama. El desorden de sábanas y almohadones te recibió con alegría y te permitió sumergirte en ese sueño tan necesario.
Despertaste en plena madrugada, con el cuerpo pidiendo una ducha y litros de agua para beber. Una vez cubiertos los deberes acuáticos, llegaban los otros, más terrestres.
Eran las 3 a.m. cuando terminaste ese plato de tallarines con salsa. Leíste un par de emails, pensaste en algunas decisiones importantes para la jornada siguiente, y quisiste volver a tu colchón. Pero sonó el timbre.
—Maestro, por favor ábranos.
Apagaste la luz, rogando que se fuesen, en voz muy baja. Lo sé. Así y todo, pude escucharte. Siempre puedo.
—Vimos su sombra desde la ventana, maestro —insistió la voz—. No nos abandone.
—Solo será un momento, su Excelencia —se añadió otra, más zalamera.
Frunciste el gesto, pero volviste a buscar el sombrero y les abriste la puerta.
La luz de la sabiduría iluminó la habitación mientras hablabas con los visitantes, en pijama, y resolvías sus asuntos. Me gusta el color y el brillo sutil de tu sombrero, mientras despide aquellas partículas de «yolosétodo». Luego, el subidón de energía por la gratitud con la que te recompensaron fue suficiente para sacarte una sonrisa de verdad, de ésas en las que se te marca un pequeño surco junto a cada lado de la boca.
La música de sus pasos al marcharse te hizo marcar el ritmo, con los dedos, sobre la mesa. Cerraste la puerta. Y nos quedamos solos, otra vez.
Te quitaste el sombrero. El suspiro de alivio te quitó unos kilos de cada hombro. Yo parpadeé, incrédula. De pronto me di cuenta de que los años comenzaban a hacer su efecto, no solo en mí. Pero es el precio, por este título y todo lo bonito que nos trajo. Algún pedacito de tu alma iba a llevarse, lo sabías. Te oí hablar de los que pasaron antes de ti.
Pero no hablaré más de eso, por ahora. Por fin me has prestado atención y sé lo que eso significa. Ha llegado nuestro momento. Me sacudo un poco, para quitarme la modorra y alguna pulga molesta, antes de subirme a los pies de aquella cama enorme. Aunque hay un gato en la azotea, no voy a ladrarle. Lo prometo. Nuestro día termina ahora, por más que el siguiente esté por empezar en pocas horas.
***
♦ Así es como su adivina preferida (digan que sí) vuelve a aparecer entre las páginas de este libro. No estaba muerta, ni de parranda, estaba hasta el tope de trabajo. Y de vacaciones, imaginarias, por supuesto. Quién volvería a meterse aquí si pudiera irse por un momento, ¿no? El Sumo Sacerdote lo haría, sí señores.
Si lo encuentra en su tirada:
Al derecho: Empezarás a cobrar por los consejos que te piden tus amigos. Sabes que eres bueno en esto y necesitas un par de zapatillas nuevas, así que, ¿por qué no?
Al revés: Se te subirá a la cabeza el asunto y terminarás empapelando la ciudad con tu nombre y promesas de amarres, retornos de amantes perdidos, servicios de asesinato por encargo y empanadas caseras. Todo el barrio irá a tu puerta, así que mejor contrata un asistente.
***
Nota: La finalidad de los significados de cada carta es entretener al lector y a la loca que escribe estas cosas. Ningún dato de este libro debe ser tomado como referencia seria, ni aplicarse a situaciones de la vida real. Dicho esto, sean libres de enviar sus propias interpretaciones de este arcano.
Hasta la próxima.
Los saluda, Madame Ceyene
Próximamente - Arcano VI: Los Enamorados »
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