La gata juega, inquieta, correteando por la casa sumida en esta oscuridad artificial. Yo saco la compu y me pongo a teclear, sin muchas ideas. Una sola frase me da vueltas por la cabeza. La escribo, en grande. Me quedo mirándola, mientras el cursor titila al final de la última letra.
Mi mente, en blanco. Vos ni siquiera roncás. Los peluches con los que intentamos distraer a la pequeña felina están esparcidos por todas partes, abandonados a morir entre aquellas garritas.
Afuera, el silencio y el calor. La calle desierta.
El mundo se termina.
Adentro, la oscuridad y las preguntas.
«Y, ¿ahora?».
«¿Qué hago con todos esos proyectos enormes, si no veo cómo cumplirlos?».
Aquella época, en la que fuimos tan ingenuos de creer en un futuro construido por nuestros esfuerzos, se ha ido.
Dejo la máquina encendida y busco el mate. Una vez cebado, vuelvo a la cama y me pregunto:
«¿Será esto crecer?»
«¿Todos los adultos habrán visto morir sus sueños de esa forma?»
Estoy segura de que no. Nuestros padres siguen siendo unos ingenuos. Luchan contra estos gigantes todos los días, pierden, se vuelven a levantar, caen otra vez. Es un ciclo agotador, que no los lleva a ninguna parte. Y siempre pasa lo mismo. Cada década, el reloj del caos se pone en cero de nuevo. Mi pregunta, entonces, es:
«¿Cómo lo hacen?»
El tren en mi cabeza da la vuelta completa. Alguna nube pasa frente al sol por un instante, para irse y traer la luz en una nueva forma. Me quedo en blanco, por un momento, con la vista en la pared, mientras sorbo el mate despacio. De pronto, veo el panorama desde otro lugar.
Y pienso que, a lo mejor, es eso. Tan simple como saber que siempre habrá una nueva oportunidad de volver a pelear. Juntos. Lado a lado, con los nuestros.
Es un buen consuelo, por el momento.
«¿Lo hago mío? ¿Dejo que mi mente lo asimile también?».
Suspiro y te miro de nuevo. Estás tan tranquilo.
La gata sube a la cama y se echa junto a tu hombro izquierdo. Dejo todo a un lado y me recuesto con los dos. Mina empieza a ronronear, despacito. Vos te movés, apenas. Y te tomo de la mano. Sin dudar, entrelazás tus dedos con los míos.
Sonrío. Empiezo a creer que, a lo mejor, vamos a poder con la próxima batalla. Y debo decir, que confío plenamente en la casualidad de haberte conocido.
***
Aquí está mi aporte al tercer reto de Gym para escritores de Soñando uno de tus sueños. Cómo me costó sacar algo de esta frase.
Escribí esto, pensando en la ansiedad de fin de año, en los proyectos que van siendo descartados (por diversas razones) y en las necesidades que después vienen a llenar otros proyectos. Porque la vida para mí es eso, solucionar nuestras necesidades a base de planes. A veces me siento una brujita trazando objetivos en mi guarida del fin del mundo. No estoy loca, pasa que los medios nos ponen en la cabeza que estamos en el apocalipsis, por momentos. Y mis planes no siempre se cumplen. Pero supongo que hay veces que es mejor que la vida nos sorprenda (o eso quiero creer, total, qué más da el camino que no recorrí, no es mío, tengo que dejarlo ir). También tengo que agradecer esa pequeña tranquilidad de no hacer nada que aparece de vez en cuando. Hace falta. Y la mano de los que quiero, que está ahí cuando permito que me alcance. En resumen. Brindo por todo eso y les deseo un muy feliz comienzo de año para todos.
Ese despertar, sin ronquido, bendito dormir. Despacito, sabiendo que la mente sigue su curso, su raíles de trenes que siguen dando vueltas, mientras el mundo está recién pintado.
ResponderEliminarPor un domingo bonito para ti, y para él :-)