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Cerca de ti - Capítulo 2

30 septiembre 2015

Cerca de ti
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Renzo saludó al anciano con una mano y tomó asiento, sonrojado. Ni siquiera había pensado con
claridad al manejar como desquiciado, ya que había estado tan ansioso por llegar. No quería perderse ese momento. Era el día especial para Mara, y él deseaba estar allí, formar parte de sus recuerdos al menos.
Desde que eran niños había tenido un cariño inmenso por ella, y había pasado por distintas etapas en su forma de relacionarse con la chica, desde la timidez absoluta, hasta la constante necesidad de llamar su atención molestándola, lo cual hizo que por un tiempo la niña corriese a esconderse detrás de las piernas de su madre al verlo y se negara a jugar con ellos. Las amenazas de la madre de la chica no lo habían incomodado tanto como las temblorosas manitos de su amiga, aferrándose a su progenitora como si temiera ser arrancada de allí por una fuerza maligna.
Le había pedido a Ulises que le explicase por qué las niñas eran tan frágiles, y cuál era la razón de que se sintiera tan mal, si con Bruno era mucho más rudo y eso no afectaba la relación de ambos. El anciano le había puesto una mano en la cabeza y se había arrodillado para quedar a su altura, cuando le dijo que algún día lo entendería, pero que por el momento, fuera más cuidadoso con Mara y con todas las niñas en general.
Eso no había mitigado su tristeza ni su confusión, en absoluto. Por suerte, el hombre también le había dado algunos consejos extra. Gracias a eso terminó reconciliándose con la niña por medio de pequeños gestos, como una flor silvestre, algún dulce, una sonrisa al saludarla y jamás había vuelto a ganar en un juego contra ella, ya fuera en una carrera por conseguir quitarle una pelota, en un juego de cartas o en una pulseada.
Al ir creciendo, las reuniones de los tres amigos se habían convertido en algo que lo ponía nervioso. Ver a Mara volverse una señorita aún más delicada y hermosa le había empezado a dar una extraña sensación en la boca del estómago, le quitaba el hambre.
Ella hablaba poco, siempre había sido igual, pero ahora era más difícil acercársele. Ya no era tan simple como arrojarle una pelota y decirle que corriera para no dejar que se la quitaran. De no haber sido por la soltura de Bruno, jamás hubiera vuelto a hablar en confianza con ella. Ya que los tres eran más o menos de la misma edad, se aislaban de los adultos para fumar a escondidas, beber alcohol o jugar a las cartas.
Los años habían seguido pasando, y ellos ya habían llegado a esa etapa en la que terminan los juegos y comienzan las verdaderas responsabilidades. Convertirse en adulto no era tarea fácil, pero allí estaban los tres, tan distintos a sus padres y al resto de los de su entorno. Habían estudiado en la misma universidad y aunque cursaban diferentes carreras, vivir en los dormitorios del campus les había permitido pasar más tiempo juntos. Habían pasado noches enteras estudiando con ella para sus respectivos exámenes en la habitación que los dos chicos compartían en la residencia del campus.
En esas ocasiones solían distraerse, hablar de tonterías y comer comida chatarra hasta hartarse, por lo que no absorbían demasiados conocimientos y luego tenían que leer sus libros en solitario. Pero eso no impidió que las reuniones se repitieran hasta que ambos chicos terminaron su período de tiempo allí.
Fue en una de esas noches, mientras observaba a su amiga dormir con la cabeza y los brazos apoyados sobre los libros esparcidos en el suelo, que Renzo se dio cuenta de que estaba enamorado. No fue capaz de pegar un ojo esa vez, y en el examen del día siguiente le fue pésimo, pero no dijo una palabra a nadie sobre el tema. Y el resto tampoco pareció notarlo, ya que las cosas siguieron su curso normal.
Desde entonces, se había puesto el firme propósito de declarársele, pero pasaron los días, los meses, incluso los años, y él no había podido dar un paso en esa dirección.
Cada uno había ido recibiendo su título, abandonando el campus y las noches de estudio para integrarse al mundo de los adultos. Y Renzo ni siquiera le había hablado a Bruno acerca de lo que sentía por la amiga de ambos. Por alguna razón, el recuerdo de la niña que corría para alejarse de él y se refugiaba detrás de su madre, temblando como una hoja, le había impedido acercarse a ella de la forma en que quería hacerlo.
Ni siquiera había regresado a visitarla al campus de la universidad luego de recibirse. Se había empeñado en salir con otras chicas, incluso había llegado a estar enamorado por un tiempo de otra muchacha. Pero un día, una broma sin malas intenciones por parte de su hermano mayor le cayó como un balde de agua fría.

¡Vaya, Renzo, te felicito! Has encontrado a una chica aún más distraída que tú dijo Bruno entre risas mientras compartían una cerveza en un bar. Es bonita y amable, pero le falta algo. Un no-se-qué.
Bueno, mejor entonces. Me tiene que gustar a mí, no a ti.
Sí... ¿Cómo decirlo? No me malinterpretes, no es que Patricia no me agrade, pero parece una versión muy extrema de Mara. Prefiero a la original, tiene más gracia.

La observación que su amigo le había hecho en chiste, no le pareció graciosa en lo absoluto y sólo la dejó pasar como un comentario de mal gusto. Aunque, desde ese momento, había comenzado a tener sueños extraños en los que ambas muchachas se convertían en una y lo llamaban, extendiéndole la mano. Solía despertarse en el instante en que extendía la suya para tocarlas. Al poco tiempo, la relación con la otra joven había terminado, debido a que el entusiasmo inicial se había esfumado muy rápido y las diferencias entre ambos eran demasiado grandes. Entonces, en sus sueños la única que lo seguía llamando era la primera, la original, pero él seguía sin llegar a alcanzar su mano.
Esa mañana, con la entrega de diplomas de Mara se terminaba del todo esa etapa de sus vidas. Al ingresar a las instalaciones de la universidad, Renzo había sentido una enorme nostalgia, y se había dado cuenta de lo mucho que extrañaba esos tiempos en los que sólo eran ellos tres. Era lamentable, pero nada duraba para siempre y cada uno recorrería un camino distinto. Él y Bruno ya lo estaban haciendo. Aunque los dos trabajaban en el Grupo Aramis, esa empresa era tan grande que podían pasar semanas sin que ellos se encontraran por los pasillos.
La ventaja que tenía su relación con su hermano era que su compañerismo era mucho más profundo, y ambos sabían que aunque no se viesen todos los días seguirían encontrándose de vez en cuando para ponerse al día con las borracheras, los juegos de cartas y los chistes. En cambio, con la muchacha no pasaba lo mismo.
Bruno había logrado ser más cercano a ella, había una sensación de intimidad mucho más marcada entre ellos, y se notaba de sólo mirarlos. Tal vez era que se parecían en algunas cosas, los dos eran más serios y compartían algunos puntos de vista, pero él se había encontrado con una especie de muro invisible frente a la chica que no lo dejaba acercársele del todo.
A lo mejor a ella le había quedado una mala impresión de él, desde esas épocas en las que él encontraba divertido molestarla. No estaba muy seguro. Pero la única excusa para estar con ella había sido Bruno, y como él había sido el primero en recibirse, la amistad con la chica se había enfriado un poco para terminar de distanciarse completamente cuando a él le tocó el turno de abandonar el campus.
La razón de su desesperación por llegar hasta allí era lisa y llanamente la culpa. Se sentía mal por haber dejado que su frustración por no poder hacerle llegar sus sentimientos a la muchacha hubiese arruinado la amistad entre ellos. Quería arreglar la situación, por lo que se había propuesto intentar otro acercamiento, esta vez como un adulto.
Deseaba ser su amigo, nada más que eso. Aunque no estuviese seguro de poder cumplir con eso.

***

El acto había comenzado, y el rector de la universidad estaba dando su discurso. Renzo siguió en la luna. Recordó lo triste que se había sentido en su propia ceremonia de entrega de diplomas. Hubiese querido quedarse en su época de estudiante para siempre. Era estúpido pensarlo así, pero era lo que sentía.
Cuando comenzaron a llamar a cada alumno para que recibiera de mano de la autoridad de la institución su título, el muchacho sintió la ansiedad en la boca del estómago. Hacía mucho tiempo que no veía a su amiga. Cuando la llamaron, entre los primeros asientos la vio ponerse de pie, de espaldas a él.
Su cabello cobrizo estaba suelto debajo del birrete negro, y se veía más brillante que nunca, tal vez por el contraste con la túnica de color oscuro. El resto del mundo dejó de existir para él y un escalofrío lo recorrió entero, junto con una revelación. Seguía teniendo esos sentimientos egoístas, esas ganas inmensas de llevársela de allí, de obligarla a que sólo lo mirase a él aún si tenía que llevársela a otro planeta para eso. Con Patricia nunca le había pasado eso, nunca se había vuelto tan obsesivo, tan necesitado.
La pelirroja recibió su diploma, estrechó las manos de los profesores en el estrado y bajó para volver a ubicarse en su asiento hasta que la ceremonia finalizara. Y en su regreso hacia allí, él vio su rostro. Se veía igual a la última vez que se habían encontrado, durante una reunión en la casa del abuelo de la muchacha poco después de que él se había recibido.
De pronto, el joven sintió que había regresado en el tiempo. Volvía a retorcerse de deseo, a morir en silencio por un mínimo gesto de ella. Había caído otra vez en el vértigo de ascender al paraíso con una sonrisa de su amada, para sumergirse al segundo siguiente en el peor de los infiernos por notar que ella no era suya. Había llegado, incluso, a detestar a Bruno por compartir con ella una complicidad tan distinta a la que él podría llegar a aspirar.
Sin embargo, sabía que la culpa había sido suya. Todo lo que había estado esperando era que su hermano estuviera fuera de la ecuación para acercarse a la pelirroja, y al verse solo se había sentido más tímido e impotente que nunca. El otro siempre había sido su incentivo, su razón para estar alegre, su compañero de travesuras, su cómplice en las bromas. Sin Bruno, lo único que quedaba era un Renzo tímido y despistado y una Mara nerviosa y sin mucho para decir. Sin darse cuenta, se le pasó el último año que le quedaba en la facultad, y él también había tenido que retirarse. Todo se había terminado entonces.
Había vuelto a reunirse seguido con su hermano a pesar de que ya no vivieran en la misma casa, a salir en búsqueda de diversión como cuando eran sólo ellos dos. Y había podido sepultar a esa parte de él que lo avergonzaba tanto. Bruno era su mejor amigo, además de su hermano, ¿cómo podía haberse alegrado de que estuviera lejos de ellos? No tenía la culpa de que él hubiese sido un cobarde.
Por eso, enterró todo aquello y decidió dejar que las cosas con la chica terminaran de enfriarse. Sabía que ella y su hermano seguían hablando, pero para él las cosas estaban mejor así.
Hacía unos meses había obtenido un puesto en el Grupo Aramis para desempeñarse en la sección de Legales, por fin ejercería la profesión que había estudiado con tanto empeño para ganarse un lugar propio. Y allí estaba, convertido finalmente en un adulto, pero temblando por la necesidad de acercarse a la niña de sus ojos.
Si no se controlaba, volvería a tener esos horribles celos de su hermano.
Los aplausos indicaron que el acto había llegado a su fin, y los estudiantes salieron en fila hacia el exterior del salón, seguidos del resto. Fue con Bruno hacia la salida y se encontró con que todos saltaban y cantaban, para luego terminar arrojando los birretes al aire, en un festejo que ya casi era tradición entre los estudiantes.
Renzo vio a Mara reír y abrazarse a unas compañeras, para luego correr hacia su familia. Besó con ternura a su padre, a su madre, a su abuelo y al resto de los que había asistido para acompañarla en ese día, incluyéndolo. Cuando ella, colorada de felicidad y despeinada por los festejos, lo había saludado, él sólo había podido responder con una sonrisa nerviosa.
La tensión se disipó cuando Bruno apareció por detrás de la muchacha, con expresión burlona, y le llenó la cabeza de papel de confeti que sacó de sus bolsillos. Ella primero se asustó y pegó un grito, luego, entre risas había festejado el chiste.
Renzo inspiró hondo y caminó junto a ellos, taciturno, mientras todos se dirigían hacia la salida del lugar. No había mucho que pudiera hacer a esas alturas, solo admitir que seguía obsesionado con la muchacha y rogar para que sus pensamientos no terminaran derrapando hasta el límite de la tristeza o de los celos enfermizos otra vez.
Sólo debía expresarse, quitarse ese peso de encima, y seguir su camino. Lejos. Bien lejos de ella.

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