Ingresaron al pueblo por medio de un hechizo simple de levitación. Los muros estaban sin guardia, las calles sucias y desiertas, las viviendas con las ventanas cerradas y rodeadas de amuletos de protección. El estado de abandono era angustiante.
—¿Se… se los habrá comido a todos? —tartamudeó Nirali, con un nudo en la garganta.
—Nadie hubiera sabido de la existencia del demonio, ni de su demanda de vírgenes —explicó Deval, a su lado—. Un pueblo vacío sería una trampa para los curiosos, lo cual convendría más a un monstruo hambriento. Pero no a un demonio de bajo nivel, que prefiere ser conocido y temido.
La muchacha no supo si sentirse aliviada por eso o más preocupada. Se sabía observada, aunque no por quién ni desde dónde.
Luego de un rato de caminar por una vía empedrada y ascendente, llegaron a una casa con el frente de piedra, un portal amplio y pisos superiores con ventanas angostas. Una de tantas, ya que eran todas casi iguales. Lo único que diferenciaba a ésta era el banderín que colgaba junto a la entrada. Anunciaba que aquello era el hogar de un orfebre.
—Este pueblo no es tan grande como para tener una calle entera para cada gremio. Igual se las arreglan para tener influencia, los muy cabrones. Bienvenido a mi casa, Deval.
Sin embargo, aquello no sonaba a bienvenida en absoluto. No cuando había sido dicho en un murmullo y los ojos más tristes que el general hubiese visto. Ninguno de los dos hizo el menor intento por llamar a la puerta.
—¿Aquí creciste? —dijo él.
—Sí. Lamento que veas a Suhri en estas circunstancias.
Un ruido los sacó de aquella reflexión y los puso alertas. No estaban solos. Por fin.
Corrieron detrás de una sombra escurridiza, hasta llegar a un pasadizo pequeño, producto de los defectos de construcción de dos viviendas. Nirali usó algo de su velocidad obtenida en los entrenamientos con Ren, bloqueando posibles caminos de escape, y Deval consiguió atrapar un pie del perseguido. Recién entonces pudieron ver que se trataba de un joven escuálido que cargaba algunas frutas. Fue solo tocarlo y comenzó a gritar como si lo estuviesen despellejando.
—¡Tápale la boca! —pidió el general, aterrorizado por el escándalo.
La muchacha se sentó sobre la espalda del prisionero y no se atrevió a hacer más.
—Éste va a morderme si lo toco.
—¿Señorita Nirali? —reaccionó el muchacho, con la cara sobre el piso—. ¿Es usted?
—¡Hanns! ¡No te había reconocido! ¿Todavía sirves en mi casa? ¡Cómo has crecido!
—Usted también, señorita. Sí, aún estoy con los Sidhu.
En la voz del joven había una gentileza forzada, comprensible por la situación.
—¿Puedo soltarlo sin que se escape? —intervino Deval, ansioso por dejar aquella posición incómoda en el suelo.
—¿Podemos, Hanns?
El chico dudó, con la mejilla contra el empedrado.
—¿Cómo sé que no es usted una alucinación causada por el monstruo del Palacio del Concejo?
—Puedo darte una patada en la entrepierna que se sentirá muy real —ofreció ella, perdiendo la paciencia.
Al otro hechicero ya no le quedaba nada, desde hacía rato.
—No pienso volver a hacer esto —añadió, todavía con la mano en el tobillo del chico—. Te achicharraré desde aquí si corres de nuevo.
Sin embargo, el sirviente no pareció muy convencido.
—Bailen sobre el pie derecho. Los dos —exigió.
—O puedo freírte desde ahora, si prefieres.
La muchacha se levantó, resignada, y cumplió con el pedido a desgana.
—Hazlo, Deval —sugirió, mientras repetía lo que había hecho ante las aprendices del templo de Daia—. No huirá.
Él dudó en soltar el pie del prisionero, pero éste ya observaba a la joven con asombro. Se incorporó y comenzó a dar saltitos, imitando a su compañera. Casi deseó que el chico hiciera un movimiento inadecuado, para descargar su vergüenza. Entonces alzó la mirada y se encontró con la de Nirali, fija sobre él. Hubo algo en ese momento de complicidad que le produjo cosquillas en el estómago y se esparció por todo su cuerpo. Los dos quedaron saltando en un pie, como tontos. Hamms se levantó y les recordó por qué estaban ahí.
—¡Señorita! ¡Ha regresado! —reconoció, con una reverencia—. Perdone por dudar de usted. Nunca hemos visto a ese demonio fuera del palacio, pero nadie pasa mucho tiempo fuera de su casa, en realidad.
Los dos hechiceros dejaron el contacto visual, incómodos, y volvieron a poner ambos pies en el suelo. Ella fue la primera en avanzar hacia el sirviente, conciliadora.
—Está bien, chico. Ahora llévame adentro. ¿Papá y mamá están bien?
—Sí, señorita. Estas últimas semanas han sido muy duras pero nos arreglamos para seguir, aún después de la tragedia de la señorita Madhu.
—Espera —insistió el general, pensativo—. ¿Has dicho que nadie sabe cómo es esa cosa?
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—¡Nirali!
Una vez adentro de la casa, que solo había abierto su puerta cuando Hamms golpeó en una combinación clave, los recibió un matrimonio de ancianos. La muchacha no había estado tanto tiempo fuera de allí como para justificar la diferencia en el estado de sus padres, pero parecía que aquellos tiempos habían sido difíciles.
Aditya todavía conservaba algo de la belleza en sus ojos chispeantes y su cabello oscuro, que ya no caía en una trenza sedosa como antes sino que apenas soportaba un rodete deslucido por el luto. Kirpal Sidhu ya no tenía la envidiable piel lozana, sus ojos verdes estaban rodeados de pequeños surcos. Ambos tenían los hombros caídos y un caminar más cansado. Habían envejecido en pocos años lo que podrían haber sido décadas.
La mujer fue la primera en envolverla en un abrazo cálido.
—¿Por qué has venido? —se lamentó Kirpal—. ¿No has visto las puertas cerradas, las murallas abandonadas sin un rasguño de invasores? Nadie con dos dedos de frente se acercaría a Suhri.
—Papá. Lo siento tanto.
—Yo más, pequeña —reconoció el maestro orfebre, acercándose para tomar las manos de su hija—. Tu hermana… Ella…
—Si al menos hubiésemos podido darle una buena sepultura.
—No hables de eso todavía, mamá. Pero, sea como sea, ese demonio se las verá con nosotros.
Aquel fue el momento de Deval para dar un paso al frente e intervenir.
—Vamos a sacarla de ahí, señores Sidhu —aseguró, confiado.
Por las dudas, no dijo en qué condiciones.
—¡No, por favor! —exclamó Aditya, alarmada—. Nirali, no queremos perder a otra de ustedes.
Una sensación amarga llenó la habitación cuando Deval recordó las noticias que la familia le había enviado a la muchacha en la última carta, luego de caer en Refulgens. Denali había muerto durante el parto de su segundo hijo y Uma había caído en la reciente plaga de viruela de la región. Ahora, con el destino incierto de Madhu, ella podía ser la única de las hermanas con vida.
—Con más razón —insistió la hechicera—. Esto no puede quedar así.
De pronto, Kirpal recuperó la compostura y el porte de anfitrión magnífico de otros tiempos.
—No hemos saludado a su merced como corresponde. Le agradecemos por escoltar a nuestra hija hasta aquí. Señor…
—Deval Khan es mi nombre —respondió el otro, con gentileza—, y esto forma parte de mi deber como General Hechicero de la Corte.
Aditya se adaptó con rapidez a su papel de señora de sociedad y observó con una sonrisa a su invitado.
—¿Es que usted va por cada pueblo, encargándose de estas cosas?
—Mamá, por favor —se quejó la joven.
Sin embargo, Deval no perdió el aspecto de buen chico. Aspecto que jamás había tenido. Ni en los meses que había viajado con Nirali; ni en el templo de Daia, al revelar que era el maestro de los soldados que conducían el nuevo ejército del Reino.
—Ehh… No, resultó ser que pasaba por un camino cercano y escuché de unos viajeros la noticia —comentó—. Nirali fue mi compañera de lucha en los tiempos del anterior rey, así que he venido a devolver el favor.
La mencionada hizo un esfuerzo por no mirarlo, o estallaría en carcajadas nerviosas por la novedad del tono inocente que estaba escuchando. Estaba segura de que él lo había acompañado con la cara correspondiente de «no he roto un plato en mi vida». Se sorprendió imaginándolo en la capital, con tantas mujeres de costumbres escandalosas y familias de nobles que querrían congraciarse con el nuevo monarca y lo verían a él como un buen partido para sus hijas. Una sensación extraña la invadió, como un burbujeo molesto. Tal vez era la impaciencia por terminar con todo aquello.
—Por supuesto —continuó Kirpal, en un tono demasiado amable—. Es una verdadera suerte contar con usted, general Khan. ¿No es así, Nirali?
—Supongo que sí —reaccionó ella, con brusquedad—. Pero ya que no debió venir conmigo todavía puede quedarse aquí, refugiado con ustedes, mientras yo voy al Palacio.
Deval inclinó la cabeza para mirarla y recuperó el sarcasmo de siempre.
—Mira, qué coincidencia. Estaba pensando lo mismo de ti.
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Tenía ganas de contar un poco más de estos dos, aparte de la aventura contra el demonio encerrado en el palacio, así que les hice dar un rodeo. Mañana el último capítulo para la iniciativa Blogs Colaboradores. Prometo a los que no leyeron éste que no les afectará en nada a la historia principal.
Parece interesante, peligro sobrenatural y un toque de humor.
ResponderEliminar¡Gracias por pasar y comentar!
Eliminar(。◕ ‿ ◕。)/ Holaaa!!!
ResponderEliminarMe ha gustado la historia mucha la verdad me gusta lo sobrenatural pero al leer que era un capitulo especial me ha entrado curiosidad por los otros muy buen relato!
Ten bonito día espero puedas pasar a visitarme un abrazo!
穛 S4Ku SEK4i®
¡Wooo! Me ha encantado el capítulo extra éste. Lo sobrenatural me chifla <3
ResponderEliminarI like it.
un besote
Está muy bien narrado, con un tono adecuado y la acción fluye bien. Si bien creo que con un poquito más tiempo leeré todos los capítulos de un tirón para comentarte más a fondo. ¡Un abrazo!
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