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Sideris - Cap 3

25 octubre 2015

La risita aguda y cascada que resonó en el aire me hizo sentir incómoda. Casi lloré por mi cordura perdida en el desierto, aunque pude ver que los bandidos miraban en todas direcciones, sorprendidos. Alguien gruñó, otro preguntó quién se estaba riendo. La vocecita se detuvo, en lo que pareció un carraspeo. Hubo un instante de silencio y rostros confusos, igual no tardamos demasiado en volver a la realidad.

—¿De dónde salió ésta? —Fue la primera reacción de uno de los sujetos, que llevaba una lluvia de cicatrices en la cara y vestía un antiguo uniforme militar mugriento.

Puse en automático mi pose de «hechicero misterioso ahuyenta indeseables». No hubo reacción. El viento agitó las ramas de los árboles cercanos. Sentí el gemido de Ren a mis pies, al parecer había despertado, y el grupo siguió mirándome sin inmutarse. De pronto, uno se dio el lujo de estallar en carcajadas. La facilidad con que la luz del día daba en mis ojos, o la brisa que alborotaba mi cabello oscuro me dieron la pista, algo tarde.

«Mierda. Olvidé ponerme la capucha.»

—¡Pero miren qué bonita mujercita! —dijo en voz alta el que parecía más armado de todos—. ¡Viene cubierta de joyas!

Me estremecí. Aquellos ojos enrojecidos abarcaron mi anatomía de un solo vistazo y me hicieron desear regresar al caleidoscopio nauseabundo de Kydara.

—Son brazaletes ceremoniales de imitación, estúpi…
—¿Estás ciego, Jun? —interrumpió alguien detrás, entre risas—. ¿Esa rata insulsa, bonita?
—Es que a éste cualquier cosa le viene bien —agregó otro, más allá—. En tiempos de sequía a mí también se me nubla la vista.

Ren se puso de pie y se interpuso, tambaleándose, entre el tal Jun y yo. Balbuceó algo dentro de su mordaza y me miró con ojos desorbitados. Entonces me di cuenta de que estaba haciéndome señas con la cabeza para que huyera. Admito que me conmoví, pero no dejé de imaginarlo escribiendo aquella nota, antes de irse la noche anterior.

—¿Nuestras cosas? —pregunté en un siseo.

Una leve indicación de sus ojos y pude reconocer los bultos de libros y ropa desordenada a un costado del camino.

—Suficiente. Hazte a un lado —murmuré, a lo que él negó frenético.

El sol ya estaba alto en el cielo, no supe cuánto había pasado en aquella dimensión extraña, ni en dónde nos encontrábamos ahora, pero comenzaba a perder la paciencia con toda esta demora en el viaje.

—Miren a la señorita rata y el señor ratón, los dos a punto de morir juntos —canturreó el ladrón, que ya había sacado una espada con la hoja en bastante mal estado y se divertía dibujando círculos en el aire con la punta—. ¿A quién le dejaré ver primero cómo torturo al otro, eh?

Traté de contenerme, no era momento de enloquecer y carbonizar todas nuestras cosas. Necesitaba algo de ejercicio y meditación, estaba cansada y lo único que tenía en la cabeza era la puñetera regla de no usar la magia en cosas innecesarias. Los asaltantes nos superaban en número, eso calificaba mis ataques de fuego como algo necesario. No obstante, olían a podrido, estaban tan flacos como yo y llevaban armas menos afiladas que el borde de las hojas de los grimorios del mocoso.
No tuve mucho tiempo más para pensar. Jun se nos abalanzó revoleando su espada y con ojos de poseído. Admito que todo ocurrió muy rápido. Lancé una bola de fuego directo a la cabeza del tipo, mientras Ren arremetía como un toro desesperado contra su estómago. Dicen por ahí que alguien que sepa usar una espada de verdad no pierde el tiempo haciendo dibujos en el aire, ni pega alaridos cuando corre a clavarle una al enemigo. No sé si eso será cierto, al menos le quitó el factor sorpresa. Corrí a rematarlo, pensando que luego debería rendir cuentas ante las salamandras por asesinar a un humano con el poder que me habían prestado y levanté del brazo a mi aprendiz de mago fugitivo. Mi proyectil no había dado donde yo esperaba. El efecto había sido peor.
El metal yacía derretido en la tierra y la mano colorada que había sostenido la espada temblaba, casi tanto como el resto del cuerpo de su dueño. Renuncié a matarlo y forcejeé con las amarras de Ren, a quien se le había caído la mordaza en el esfuerzo. En eso, noté que los ladrones retrocedían espantados.

—¿Qué carajo ocurrió? —preguntó uno, lívido.
—¡La espada! —gritó el que acababa de levantarse.
—¡Yo la vi! —señaló otro—. ¡Ha disparado fuego de su boca!

El ruido de las armas del resto al caer y el terror de aquellos rostros curtidos me desorientaron por completo.

—¿Qué? ¡Es magia elemental, ignorantes! —grité, indignada. Pero ya no era nadie para contradecirlos. Me había vuelto invisible, al lado del morbo y el terror que los había envuelto de repente.
—¡No! Se le abrió un ojo enorme en la frente y de ahí salió un rayo. ¡Yo lo vi!
—¡Es un monstruo!
—¡Un fenómeno!
—¡Y el chico tenía piernas de caballo, estoy seguro!
—¿Qué se fumaron, idiotas? ¡Miren, soy una simple hechic…! —empecé a aclararles, extendiendo la mano para repetir la demostración, cuando Ren se me adelantó, tapándome con su espalda y extendiendo los brazos con rapidez.

Un gruñido bastó para hacerlos correr sin detenerse, hasta que ya no pudimos verlos en el horizonte. Me di cuenta de que tenía la boca abierta y seguía quieta, mirando el camino, un buen rato después.

—Todavía en Daranis no están muy acostumbrados a la magia —reflexionó mi único acompañante—. Si esto hubiera pasado con ladrones de Suryanis, a lo mejor ellos nos hubieran freído a nosotros con bolas de fuego.

Suspiré y fui a revolver en el lío del suelo, a ver si encontraba mis cosas. En cierto punto, me volví al cielo, furiosa.

—¿Este es el futuro del que hablabas? —grité a la nada, esperando que la vocecita me diese alguna explicación o, al menos, volviese a reírse.

Un «no» agudo se coló en mis oídos, hizo sobresaltar a Ren y espantó a una liebre que se había acercado desde los arbustos. Supuse que ésa sería toda la respuesta que obtendría, así que decidí olvidar lo antes posible el tema. De todas formas, mi decisión con respecto al mocoso traicionero ya estaba tomada.

—Lo… Lo siento mucho, de verdad —comenzó, volviendo a su voz temblorosa de siempre—. Nunca volveré a dudar de tus capacidades como maestra.

Levanté la mirada de un paquete de ropa de mujer que acababa de volverse mío.

—¿Esto cambió en algo tu concepto de mí? —lo desafié, incrédula.
—Has… venido a buscarme —titubeó él, sin responder lo que le había preguntado.
—No. Vine a buscar lo mío. Ladrón.
—Oh.

Dejé que revolviera también. Al fin y al cabo, había suficiente botín para ambos.

—¿Por qué lo hiciste? —murmuré, luego de un buen rato de silencio.
—Eh… Verás… —Sus ojos inquietos decían que estaba en una carrera loca por encontrar las palabras correctas—. La desilusión de la noche de Samhain me hizo pensar que, a lo mejor, necesitaba aprender por mi cuenta.

Solté un bonito vestido verde para tomar a mi alumno de los hombros, subirle el mentón y obligarlo a mirarme a la cara. Lo vi tragar saliva, nervioso, y aproveché para acercarme un poco más.

—No eso, chico. Pregunto por qué me quitaste mi equipaje.
—¡Ah! ¡No fue mi intención! —confesó, con sus ojitos de cachorro bien abiertos—. Me di cuenta poco antes de encontrarme con esos tipos de que llevaba también lo tuyo. La fuerza de la costumbre.

Lo atravesé un poco más con la mirada más seria que soy capaz de poner, como para que soltara cualquier confesión extra que tuviera por ahí. Supe que esperaba algo, temeroso, y antes de averiguarlo decidí dejar el asunto en una palmada amistosa en el hombro. Volví mi atención a mis nuevas pertenencias.

—Está bien. Te creo.

Un rato después, cuando ya llevaba suficiente para vender en el mercado y asegurarme unos meses de comida abundante, el chico me detuvo.

—Eh. Maestra. Eso que estás cargando en tu espalda…
—Son tus cosas también, tonto. Ya lo sé —contesté—. Estás demasiado herido y lo mejor es que usemos el oro que se dejaron esos idiotas en descansar en un buen hospedaje.

No podía creer que desconfiara de mí. El ladrón había sido él, ¿no?

—¿Los dos? ¿Puedo ir contigo todavía?
—Mañana empezaremos el entrenamiento de nuevo, pero no iré despacio esta vez. Estarás listo para el próximo Samhain o renuncio a llamarme Nirali Sidhu.
—¿En verdad? ¿Me has perdonado?

Otra vez. Los ojos de cachorrito emocionado. Pero no caería en la trampa de creerlo tan inocente de nuevo.

—Si eso es lo que crees, espera a mañana al alba cuando corramos hacia las montañas. Ahora camina, que esto está muy pesado.

«Y no sé qué clase de profecía mediocre se revelaría ante una cabeza enterrada en el desierto» pensé, mientras íbamos al pueblo más cercano. «Ni que fuera a creérmelo con tanta facilidad».

3 comentarios:

  1. Me encantó, se me hizo más corto que los anteriores pero ya estoy deseando saber qué pasará con Ren y solo queda un capítulo :(:(:(:(
    Besos!

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    Respuestas
    1. Como esta historia entera está ubicada entre el penúltimo y el último capítulo de Refulgens, hay cosas que todavía no han ocurrido. Me he tentado mucho de poner a Deval por ahí, pero me contuve. Para el 2 de noviembre me toca publicar un relato para otra iniciativa y ahí lo voy a usar. Quiero cubrir todo lo que pueda antes de pasar a la segunda parte del original.
      ¡Gracias por pasar y comentar!

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    2. Ahhh vale vale, sí, había extrañado una mención a Deval jajajaja. Estaré atenta de ese nuevo relato entonces. Un besote ^^

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