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Cerca de ti - Capítulo final

04 octubre 2015

Cerca de ti
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Avergonzado más allá del límite y lleno de angustia por haber sido tan brusco con las dos personas
que más amaba, se alejó lo suficiente para tomar el ascensor en otro piso. Luego, caminó sin rumbo hasta encontrarse en el jardín de uno de los edificios del complejo del Grupo Aramis. No quería mirar la hora, seguramente su tiempo de almorzar debía estar llegando a su fin. Tampoco le importaba.
Ya estaba arrepentido de la escena que acababa de protagonizar y ansioso por volver a pedirles disculpas por su comportamiento infantil, pero algo lo hizo congelarse en ese lugar. Era el mismo miedo que había estado alimentando desde el día que se había dado cuenta de que amaba a su amiga. Ahora se le sumaba la vergüenza.

«¡Mierda! Acabo de declararme de la peor forma...» 

Tenía el corazón destrozado, la mujer de sus sueños de toda la vida amaba a otro, y ese otro era una de las personas que él más quería en ese mundo. Tal vez Bruno era el mejor adversario que podía aparecer, él no cometería los mismos errores. Él no se callaría lo que sentía por años. Él no sería un cobarde. Así que, si debía perder a su chica en manos de alguien más, era mejor que fuese su hermano el ganador. ¿Verdad?
Se limpió las lágrimas que habían aparecido en su rostro sin avisar. Iría al restaurante de la empresa, comería hasta hartarse, sin importar que lo catalogaran de fenómeno. Si tomaba en cuenta lo del video de la gasolinera, seguro que ya tenía un cartel en la frente de «Potencial atracción de circo».
No le interesaba como se viera en los ojos de nadie que no fuera Mara. Y ni siquiera eso importaba ya. Pero en ese momento sintió llegar detrás de él la misma causante de todas sus tristezas y alegrías de los últimos diez años, o tal vez más.

¡Renzo! ¡Espera! jadeó ella, desesperada. Por favor, espera. No soy tan rápida para correr.

Él la miró sorprendido, mientras Mara se apoyaba en sus rodillas para recuperar el ritmo normal de su respiración. No sabía que ella lo había seguido. Pero tampoco era tan extraño, si al fin y al cabo, era la muchacha más amable del mundo. Tal vez lo habría ido a buscar por sentirse culpable de dejarlo irse así, cuando en realidad él debía ser el que pidiera disculpas. Notó que lo encaraba, colorada hasta las orejas por el esfuerzo físico y con una sonrisa que lo desarmó por completo.

¡Sorpresa! exclamó, visiblemente incómoda, y abrió los brazos. ¡Me he vuelto tu acosadora!
Oh, es muy bonito, pero será mejor que vuelvas por donde viniste dijo él, desganado. Me iré a almorzar, tengo bastante hambre.
Lo digo en serio, es contigo que realmente tenía que hablar. No quería que fuese de esta manera, pero...
Por favor, dejémoslo para otro momento.

Ella frunció el ceño, extrañada.

¿Estás molesto conmigo?
Claro que no mintió él, indeciso. ¿No ves que ya se termina la hora del almuerzo?

«¡Maldición, no puedo estar cerca de los treinta y seguir haciendo berrinches como cuando tenía siete! ¡Y frente a Mara! ¡Soy tan estúpido! ¡Estúpido, estúpido!»

Lamento el malentendido trató de explicar ella, con la vista hacia el suelo, y colorada como un tomate. Parecía que le estaba costando hablar. Sé que estuvimos comportándonos de forma extraña con Bruno, pero no es lo tú piensas.

«¡Y ahora ella viene a sentir lástima por mí! No hay peor escenario que éste.» 

Jamás hubiese imaginado peor resolución para su confesión de amor, en todos aquellos años de temer decir una maldita palabra. Y al final, por callarse la boca todo se había arruinado. Se sintió el estúpido más grande del planeta.

Yo te quería a ti.

A pesar de que la chica seguía hablando, él sólo captaba fragmentos inconexos del discurso, pronunciados en una voz dulce, muy dulce. Qué espantoso era que las palabras entraran y salieran de sus oídos sin captar una sola. 

Renzo. ¿Me escuchas? lo llamó ella, por enésima vez.
¿Eh? ¿Qué dijiste?
Que todo lo que viste en mí, esa alegría que dices que sentía, esos pensamientos que dices que adivinaste, nada de eso era por Bruno. Estaba feliz, sí, porque él se dio cuenta de lo que yo sentía por ti y dijo que me ayudaría.

Él se quedó en silencio, por un momento, mirándola incrédulo.

Un momento dijo, resistiéndose a caer en la cuenta, si yo estuve observándote todo el tiempo, y tú jamás me miraste diferente.
Él lo sabe, desde hace mucho continuó la muchacha como si él no hubiese hablado. En la universidad, hablábamos todo el tiempo de ti. Me insistía en que te lo confesara, en que al menos intentase hacer algo para llamar tu atención. Pero yo jamás pude hacerlo y le prohibí que interviniese. Hasta que volví a verte en la ceremonia, el otro día. Fue como si...
Como si todo volviera a comenzar completó él la frase, sin poder creerlo aún.
Exacto respondió, más tranquila. Me sentí como si hubiésemos vuelto a esos días, ¿sabes?

Renzo finalmente comprendió. Ella se sonrojaba cada vez que ellos estaban cerca, evitaba mirarlo, pero sólo a él. Podía sonreírle de frente a Bruno, podía hablar tranquilamente con Bruno, podía mantener un secreto con Bruno y con él no. Las mujeres sí que podían ser un misterio.

Entonces, yo fui el tonto que jamás se dio cuenta de nada murmuró, con las molestas mariposas otra vez en su estómago. Lo siento.

Ella dio algunos pasos hacia el muchacho, todavía inquieta.

Yo quise hacer de cuenta que nada ocurría, de verdad, pero saber que estaríamos en el mismo edificio me quitó fuerza de voluntad. El primer día que estuve en la empresa te encontré y terminé de convencerme de que debía decírtelo. Aunque, cuando fui a verte, te encontré con esa mujer.
Ah, Irene.
Supe que perdería mi oportunidad para siempre, y no lo soporté. Perdóname, fui una egoísta.

Él la miró, con los ojos bien abiertos. ¿Acaso ella le estaba queriendo decir que había tirado al suelo los documentos del escritorio de la mujer de las bubis a propósito? ¡Era por eso que pedía perdón con tanta insistencia! De alguna forma, le gustó que la pelirroja no fuera todo lo buena que aparentaba. Tenía un pequeño lado oscuro, al igual que él. Iba a decir algo, pero la muchacha estaba tan entusiasmada en su confesión que no lo dejó hablar.

Le conté todo a Bruno y te obligué por medio de él a alejarte de ella porque no me animaba a hacerlo de otra manera. Él la conoce y estuvo relacionado de una forma muy fea con esa empleada de la compañía reveló, y mientras más iba contando, más colorada se iba poniendo. Temí que... que te enamoraras de ella.
No, te juro que yo...

Los dos habían comenzado a balbucear y a ponerse nerviosos, como dos niños.

Al decírselo todo pude haberte metido en un problema con Bruno, ni siquiera pensé bien antes de hacerlo siguió explicando, mientras apretaba en exceso los puños. Al final, usó su influencia contigo y me ayudó, pero la idea fue mía. No te molestes con él, por favor. Yo sólo quería estar cerca de ti.

Al oír eso, Renzo sintió como si alguien hubiese plantado fuegos artificiales en su estómago, porque las mariposas se alejaron aterrorizadas de allí. No cabía en sí mismo de la felicidad.

Te quiero, Renzo. Desde ese tiempo en que me regalabas flores o me arrojabas una pelota para decirme que corriera y luego no llegabas a alcanzarme a propósito. Me dabas terror, con esos bichos que ponías en mi cabeza, o los insectos que le mostrabas a Bruno, pero a la vez eras tan tierno. Eres se corrigió, tan dulce...

Él no atinaba a responderle, se rascaba la cabeza, la miraba, miraba el pasto sobre el cual estaban parados, volvía a mirarla a ella.

Vaya reaccionó, coloradísimo. Qué tonto. ¿Por qué no te hablé antes?
¿Hablarme? murmuró ella, toda la valentía del día se le había ido en el discurso que acababa de decirle.

Pero él ya no tenía paciencia para decirle nada y lo único que hizo fue ir hasta ella y abrazarla fuerte. Muy fuerte. Bueno, lo más fuerte que podía abrazarla, y sabía exactamente cuánto podía ser, porque lo había calculado miles de veces durante todos esos años.

***

Alguien soltó un suspiro de alivio al verlos. Era Bruno, que los miraba cruzado de brazos desde la salida del edificio. No eran sólo ellos los que se habían sacado un enorme peso de encima, a él también le había tocado morir de impaciencia con lo ciegos que habían sido.
Si al menos Renzo se hubiera sincerado con él, podría haber hecho algo antes. No obstante, había elegido respetarlos y no intervenir hasta que la pelirroja se lo había pedido. ¡Sí que habían sido lentos! Y con la imagen de los dos juntos grabada en sus retinas, se volvió a la oficina. Tenía que almorzar todavía, pero primero debía quitarse esa sonrisa estúpida de la cara, acababa de verse reflejado en una de las ventanas espejadas y de verdad que esa expresión se veía extraña en él.
Renzo ignoró la repentina aparición de su hermano en su campo de visión y tomó entre sus manos el rostro de Mara. La miró y no pudo creer que la tenía allí, entre sus brazos. Entonces la besó. Primero con ternura, con besos pequeños sobre la frente, los ojos, la punta de la nariz, las mejillas, el mentón, y por último en los labios.
Trató de contenerse para no asustarla, pero ella se aferró a su chaqueta por la espalda y él no pudo resistir el impulso de inclinar su cabeza para devorarle la boca con intensidad. Ambos cerraron los ojos y se perdieron en los labios del otro. El resto había dejado de existir y el mundo pasaba a ser sólo de ellos dos. Se quedaron sin aire, sólo entonces rompió el beso. La abrazó, temblando de emoción y de ganas de preguntarle si no había sido demasiado para una primera vez. Pero habían sido muchos años de esperar. La sentía frágil como una muñeca, temía romperla con la enorme fuerza que sentía.
Estaba tan feliz, que podría haberse quedado allí el resto del día. Es más, si se descuidaba era capaz de hacerlo, tendría que hacer el esfuerzo de despegarse de ella para volver al trabajo. La verdad era que ya no la dejaría escapar, no permitiría que ella se alejara nunca más de su lado.
Ése recién era el comienzo.

*** FIN ***

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