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Apenas tuvo tiempo de avisarle a Irene que no podría ir a almorzar con ella, porque de inmediato apareció Mara frente a su oficina. No podía acostumbrarse aún a tenerla tan cerca, todo el tiempo. Se ponía ansioso, deseaba verla pasar por allí más seguido, y eso no era bueno. Pero ese día ella era la que había pedido hablar con él, así que aprovecharía la oportunidad y haría de cuenta que Bruno no le había dicho nada por teléfono esa mañana. Se haría el tonto, era mejor que ella se acercara y le dijera qué era lo que deseaba conversar.
En primer lugar, la muchacha pasó por el escritorio de la rubia, que acababa de salir a comer, para dejar una caja con chocolates y una nota pidiéndole disculpas una vez más. El abogado la observó hacerlo, en silencio, y pensó que esos detalles eran los que hacían que nadie pudiese tener algo en su contra. Ni siquiera alguien de tan mal carácter como Irene había podido enojarse con ella. Luego de eso, la pelirroja fue hacia él, con una pequeña conservadora y una sonrisa de oreja a oreja. Al menor de los Lines lo invadieron otra vez las mariposas en la boca del estómago, y no eran de las que lo asaltaban cuando tenía hambre.
—¿Qué llevas ahí? —preguntó, tratando de relajarse un poco. Y se pateó mentalmente. ¿Por qué estaba tan nervioso? Ni que fuera la primera vez que iba a tener un almuerzo con ella.
—Es algo de comida que preparé para hoy —explicó, mientras caminaban hacia el ascensor juntos—. Hice bastante y será suficiente para todos, lo prometo.
—¿Hiciste tú de comer? —exclamó, contento, y entró con ella al elevador—. Será como en la época de la universidad.
Ella asintió y se ubicó de frente a la puerta, la cual se cerró y los llevó a los dos solos hacia arriba. Él se apoyó de espaldas en uno de los costados del cubículo de forma tubular y perdió la vista en el paisaje de la ciudad que el ascensor les permitía apreciar. De todas maneras, veinte pisos eran demasiado para resistirse a clavar los ojos en el cabello cobrizo de la chica de sus sueños.
Ella seguía de espaldas a la pared transparente, rígida y en silencio. Parecía reacia a mirar el panorama desde lo alto, y no la culpaba. Había muchos que consideraban más adecuados los ascensores del otro lado de la planta, que eran completamente metálicos y a prueba de cualquiera que tuviera vértigo.
—¿Te sientes incómoda? Si prefieres que tomemos el otro ascensor...
—¡No, de verdad! —respondió ella, toda roja, y se dio vuelta para mirar los edificios a lo lejos, apretando la caja contenedora del almuerzo entre sus manos—. Es que estoy nerviosa. Hace mucho que no nos reunimos los tres.
El muchacho no contestó más que con una exhalación. Era más que obvio que ella estaba feliz de ir a ver a Bruno. Almorzarían juntos, usándolo a Renzo como pretexto. Y él todo ilusionado, rechazando a una mujer que se acomodaba el escote enfrente de su cara cada vez que podía, por pensar que podía tener una oportunidad dentro del corazón de la pelirroja. No dejaba de ser un ingenuo. Lo peor era que estaba encerrado con ella en un espacio reducido, sin posibilidad de escape y moría de amor, pero no podía siquiera darse el lujo de decírselo. Era un cobarde.
***
Llegaron al último piso del rascacielos de la compañía, en silencio. Al bajar del ascensor y ver a Bruno esperándolos en la puerta del despacho, sonriendo de una forma muy extraña, Renzo se dio cuenta de que algo no estaba bien.
¿Por qué ponía esa cara de bobo? Parecía demasiado contento, eso sí, había que admitirlo. Y entonces se encendieron todas las alarmas dentro de su mente. No. No era posible.
¿Acaso él también quería a Mara? ¿Por qué nunca lo había notado?
Nunca le había visto semejante expresión a su hermano si no se trataba de algo que le diera mucha satisfacción. Y, en total, podía contar esas ocasiones con los dedos de una mano. ¡Finalmente, se había enamorado de su amiga! Podía tener sentido, ya que él también había estado amando a la pelirroja y jamás le había dicho una palabra sobre el asunto.
De pronto, se le había abierto un agujero en el pecho y podía sentir el aire frío del corredor pasar a través de su cuerpo. Tenía un nudo en la garganta. Había llegado el momento en que Mara dejaría de ser una posibilidad remota en su mente, para convertirse en algo imposible. Aunque él sabía que no había mejor destino para ella que estar al lado de su compañero de aventuras de toda la vida.
¿Sería eso lo que querían decirle? Era el peor hermano y amigo del mundo, pero no se sentía con fuerzas para saberlo en ese momento. Lo mejor que podía hacer era retirarse. Y rápido.
—¿Saben qué? —dijo, ausente—. Creo que olvidé que tenía cosas pendientes. Mejor me voy a almorzar rápido a mi oficina así adelanto algo.
Los otros dos clavaron la mirada sobre él cuando se volvió hacia el ascensor, que ya no estaba allí. Apretó el botón, deseando que apareciera rápido.
—Renzo, no —lo llamó la voz de ella, a sus espaldas. Era tímida y suave, como una caricia. Como estaba acostumbrado a oírla siempre—. No puedes irte. No me dejes aquí...
—Oye, tonto —avanzó el otro—. Si sólo será media hora, luego seguirás con lo tuyo. No pueden exigirte tanto. Además, soy uno de los jefes, puedo decir que te pedí ayuda con otra cosa, ¿lo olvidas?
El ascensor seguía sin aparecer, él tocó nervioso el botón pero tardaba demasiado en llegar. Empezó a desesperarse.
—Te quedarás con hambre, y yo aquí tengo suficiente —insistió ella, apenada de más para el gusto de él.
—Vamos, no seas caprichoso —se molestó su hermano—, si ya has llegado hasta aquí.
Él los ignoró, de espaldas y con la vista clavada en el indicador de los pisos que le faltaban al elevador para llegar hasta allí. Les estaba dando un pretexto para quedarse solos y no lo tomaban. ¿Qué estaba pasando con el sentido de la oportunidad de Bruno? Aun cuando tenía ocho años era directo para ir al grano, sabía bien lo que quería. Y él había admirado esa capacidad, desde siempre. Capacidad que le faltaba, porque de otra manera no estaría pasando un momento tan humillante. El elevador estaba a diez pisos de distancia, y se acercaba a paso de caracol.
—Lo siento, sigan ustedes. Yo vendré otro día.
—Oh, vamos, si nunca has rechazado una comida casera.
Y la voz de la muchacha, desde el pasillo, se alzó para decir algo.
—Bruno, será mejor que no insistas —la oyó titubear—. Si él no desea quedarse, entonces es mejor no forzarlo.
Renzo sintió que se apoderaban de él unos celos horribles.
¡Por fin, alguien es sincero sobre lo que realmente desea hacer!
Se llenó de enojo por oírla a ella decir eso. ¿Quién lo entendía? Aún le faltaba bastante para ser la calidad de amigo que aparentaba ante los dos. No era tan noble y alegre, al menos no en esos momentos. El ascensor aún demoraría unos cinco pisos en llegar. Sin embargo, el colmo del ridículo llegó cuando Bruno lo tomó del brazo, con una risita.
—No te preocupes Mara, yo lo conozco y no está siendo sincero —aseguró el rubio, al tiempo que pretendía arrastrarlo hacia el interior de su despacho para terminar de una vez con la escena—. Está haciendo un berrinche. Sólo tenemos que mimarlo un poco y ya verás cómo...
Entonces no pudo soportarlo más.
—¡Ya, suéltame! —gritó, y dejó a los otros dos boquiabiertos. Se sacudió la mano de su hermano y retrocedió algunos pasos—. ¿No te das cuenta de que estoy dejándolos solos? ¡Y ella venía tan contenta hasta aquí, que hasta podía leer sus pensamientos en el ascensor!
Los otros dos se miraron, sorprendidos. Al silencio bochornoso, le siguió una carcajada traviesa del gerente de Marketing. La pelirroja se tapó la cara, coloradísima.
—¡Pero, Renzo, mira lo que estás diciendo! —exclamó el mayor, entre risas.
—¡Solo aprovechen y quédense solos, maldición! ¡No hagas lo que yo hice, dile todo lo que sientes antes de que aparezca otro que la merezca más! —Retrocedió hacia el pasillo, nervioso y lleno de angustia por la forma en que acababa de tratarlos—. Yo me voy de aquí, ese ascensor es traumatizante. Nos vemos.
No les dio tiempo de reaccionar a lo que acababa de decir, ya que empujó con el codo la puerta de la salida de emergencia para salir por allí. Mara, aún sin salir de su asombro, tuvo que hacer un esfuerzo enorme para que saliera algún sonido de su boca y Bruno lo llamó sin resultados.
Salió del pasillo y bajó las escaleras a gran velocidad, sin mirar atrás.
—No te preocupes Mara, yo lo conozco y no está siendo sincero —aseguró el rubio, al tiempo que pretendía arrastrarlo hacia el interior de su despacho para terminar de una vez con la escena—. Está haciendo un berrinche. Sólo tenemos que mimarlo un poco y ya verás cómo...
Entonces no pudo soportarlo más.
—¡Ya, suéltame! —gritó, y dejó a los otros dos boquiabiertos. Se sacudió la mano de su hermano y retrocedió algunos pasos—. ¿No te das cuenta de que estoy dejándolos solos? ¡Y ella venía tan contenta hasta aquí, que hasta podía leer sus pensamientos en el ascensor!
Los otros dos se miraron, sorprendidos. Al silencio bochornoso, le siguió una carcajada traviesa del gerente de Marketing. La pelirroja se tapó la cara, coloradísima.
—¡Pero, Renzo, mira lo que estás diciendo! —exclamó el mayor, entre risas.
—¡Solo aprovechen y quédense solos, maldición! ¡No hagas lo que yo hice, dile todo lo que sientes antes de que aparezca otro que la merezca más! —Retrocedió hacia el pasillo, nervioso y lleno de angustia por la forma en que acababa de tratarlos—. Yo me voy de aquí, ese ascensor es traumatizante. Nos vemos.
No les dio tiempo de reaccionar a lo que acababa de decir, ya que empujó con el codo la puerta de la salida de emergencia para salir por allí. Mara, aún sin salir de su asombro, tuvo que hacer un esfuerzo enorme para que saliera algún sonido de su boca y Bruno lo llamó sin resultados.
Salió del pasillo y bajó las escaleras a gran velocidad, sin mirar atrás.
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