search
menu

Olvido - #UnaImagenMilPalabras

13 julio 2015

Un día llegó aquel sobre extraño a mi puerta. Era de papel pintado, en color violeta y con mi nombre en una caligrafía desastrosa, por cierto. Pero no traía remitente, ni estampilla, ni sello del correo, por lo tanto no lo abrí. Quedó olvidado en algún rincón de casa, deambulando por distintos cajones de mi escritorio, hasta que un día lo volví a encontrar y lo abollé para arrojarlo al cesto de la cocina. Creo que ya sabes que soy una persona muy ocupada, así que comprenderás que no le haya prestado atención.

Pasaron algunos días y otro sobre volvió a colarse entre mi correo común. Esta vez, pintado en anaranjado, aunque la horrible letra que presentaba mi nombre seguía siendo la misma. Recuerdo que fruncí el ceño al verlo, seguro eras alguien sin nada mejor que hacer, tal vez aficionado de las antiguas cartas cadena, y pensabas que por transcribir el contenido ibas a darle un poder extra a tu superstición. Yo tenía cosas más importantes en las que pensar, así que lo dejé en la basura sin demoras. Igual, llegaron más de estos sobres pintados. Uno por semana, llegué a contarlos.

cartas
No me preguntes cómo, en un momento, comencé a divertirme contigo, mi acosador. Jamás abrí ninguno de los sobres, sin embargo ya no los tiré. Empecé a coleccionarlos, bien ordenaditos según la fecha de llegada y uno al lado del otro, encima de un mueble de la sala de estar. A los pocos meses ya tenía un arco iris esperando por mí. Y es que, a pesar de que no comentaba el asunto con nadie, el hecho de que yo no abriera ninguna de las cartas parecía obvio para ti. Tuve la impresión de que eso te enardecía. Porque el color de los sobres iba haciéndose más intenso, las pinceladas sobre el papel eran más violentas y el trazo de la tinta sobre mi nombre iba volviéndose cada vez más retorcido. ¿Estarías furioso? Mejor así. Habías atrapado mi atención, eras mi presa y no iba a soltarte si era consciente de eso.

Lo cierto era que yo estaba tan atascada como tú. No me sentía capaz de tirar ninguna de las cartas, ni de abrirlas tampoco, a esas alturas. Sentía miedo. Así como la forma de los mensajes había ido cambiando, el contenido, las palabras, también lo podían haber hecho.

Para cuando pude darme cuenta de que yo también era la presa de tus intenciones desconocidas, todos los muebles de mi casa estaban cubiertos por los dichosos sobres de colores. Así que me decidí a terminar con el asunto y sumergí mis manos en la pila de cartas que descansaban sobre el primer aparador. Busqué el sobre anaranjado, el más claro de todos, el de la letra más bonita. Y no lo encontré. Decir que casi perdí la cordura en esos minutos de búsqueda no es exageración. No deseaba leer la última de las cartas, tampoco la segunda, o la tercera. Recordé el primer sobre, el violeta. Y me morí de ganas de volver el tiempo atrás para leerlo. Tu ansiedad era ahora la mía. Tu locura era mi locura también.

El ataque de furia que se desató en mí a continuación me hizo querer arrojar todas las malditas cartas a la basura. Me hubieras visto, qué imagen tan grotesca la mía, enfurruñada en un remolino de sobres de colores, invocándote a gritos, dándote en mi mente un rostro borroso, endilgándote todos los defectos posibles.


Decidí que ya era suficiente. Si tenía que sentarme toda la noche en la puerta de entrada a esperar a que llegaras, mi acosador, lo haría. Pero primero le hice caso a la furia y salí a la calle, arrastré las dos bolsas enormes que había llenado con todos tus sobres, las dejé en el contenedor que había a mitad de la cuadra y me volví satisfecha al interior de mi hogar. No creas que no di un suspiro de alivio, o que no paseé la mirada satisfecha por mis muebles limpios. Por un momento, me sentí libre de ti.

Entonces, lo vi. Estaba allí, arrugado, convertido en una pequeña esfera violeta desteñida. Igual a como yo lo había dejado, tirado junto al cesto de la cocina. ¿Cómo no lo había visto? Estaba justo en el espacio entre la cocina y la heladera, detrás del cesto de la basura que yo había corrido al juntar su contenido con el de las bolsas de los demás sobres coloridos. El primer anónimo estaba allí, frente a mí.

No miento cuando digo que me abalancé a recuperarlo. Le quité el polvo, me costó un poco abrirlo porque estaba pegoteado por la humedad, pero pude salvar su contenido y sacarlo. Era una hoja de papel, pintada de la misma manera y con la misma bonita caligrafía. Bonita, ¿qué estoy diciendo? Al leerte, comprendí por qué me habías obsesionado. En el fondo, yo ya sabía de quién venía la carta. No podías ser otra persona, ni podías decirme algo más que esto.

He ensayado miles de veces la forma de entregarte este sobre pintado. Sé que éste es tu color favorito, porque también es el mío. Y he escrito tu nombre millones de veces antes de ponerlo aquí. Espero ser capaz de entregarte esto hoy, no podré resistir demasiado antes de que el olvido vuelva a llevarme lejos de ti. Me hubiera gustado vivir en aquellos tiempos en que las personas podían controlar sus propios recuerdos, pero igual me niego a olvidarte. Esta es mi rebeldía. Y sé que tú también podrás salirte con la tuya algún día, por eso me arriesgo a volver a tu puerta cada vez.
Sabré que has leído el mensaje el día en que vengas a nuestro lugar. Cabe la posibilidad de que quieras hacerlo, pero tu memoria no sea capaz de traerte en la dirección indicada. Por eso mis próximas cartas sólo dirán el punto de encuentro. Y el día y la hora. Lo iré renovando una vez por semana, para aumentar las posibilidades. Aunque al final termine garabateando hasta la locura, no me importa. Tengo miles de papelitos, pintados en distintos colores. Los usaré hasta que el olvido me haya ganado. Espero que puedas llegar, necesito volver a mirarte a los ojos.
Tomás.


Fue como si un muro gigantesco hubiese caído, como si hubiera vivido encerrada y de pronto me encontrara en campo abierto. El llanto me hizo difícil el terminar la lectura, aunque cuando llegué al final me sentí desesperada. Porque intenté recordar el punto de encuentro, quise pensar en nuestro lugar, ése que yo debía saber sin necesidad de palabras, y nada surgió. Me había dejado llevar por la nada antes que tú. Pobre Tomás, mi Tomás. Las últimas cartas parecían escritas con furia, y yo coleccionándolas con un disfrute casi sádico. De pronto, lo entendí: ¡las otras cartas! 


Sentí próximo el ruido del camión recolector desde la calle, mientras comprendía que adentro de esos contenedores estaba mi salida de la amnesia. No sabía, no estaba segura de querer salir a recuperarlas. Había sido muy difícil para mí llegar hasta ese punto, había luchado demasiado. Pero, al menos, debía tener la decisión en mis manos y liberarte a ti de mi recuerdo. O a mí de mis cadenas. Salté por encima del sillón, tropecé con la mesita de café y, lanzando algunos insultos, llegué a la puerta en busca de las llaves.

Me lancé a la acera y corrí al bote de basura. Los trabajadores del gobierno se llevaban, como de costumbre, las bolsas de mi manzana. El camión estaba casi encima de mí, pero de todas maneras corrí. Allí estaban mis papelitos de colores, mi decisión ya tomada, mi boleto a la clandestinidad, esperándome. Allí estaban para darme una nueva oportunidad de ser yo misma otra vez.

8 comentarios:

  1. Me ha parecido un relato realmente bonito. He leído varios relatos con esta imagen y es fascinante cómo cada uno lo hace de una forma distinta. Creo que la historia es buena, interesante, y me encantaría que tuviera una continuidad porque estoy segura de que te saldría algo bastante chulo. Me ha gustado un montón, Cyn. Un abrazo enorme de España a Argentina

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. ¡Muchas gracias por leer y dejar tu comentario! Me alegra mucho que te haya gustado ♥
      ¡Besos!

      Eliminar
  2. Buah. Qué. Me he quedado a cuadros de verdad. Me he quedado pegado a la pantalla leyendo tu relato. Es de una calidad impresionante. Está escrito con tanto cuidado, con una delicadeza... Y con todo. Me ha parecido magnífico, digno de ser publicado. Tiene una chispa innata y brilla con luz propia. De verdad, sigue escribiendo así :)

    ¡Un beso!
    Étincelle

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Recién veo estos comentarios O_O Qué manera de colgarme. ¡Muchas gracias por pasar!

      Eliminar
  3. Me ha encantado Cyn. Es el primero que leí porque fuiste la primera con la que me tope en Twitter y no podría imaginar mejor manera de empezar a deleitarme con vuestra escritura que comenzando con el tuyo.
    Me ha llegado a lo más profundo la tensión en la que vive esa chica los minutos entre que consigue coger el sobre y no, y he visto el poder que siente al rechazar cada una de las cartas de su supuesto acosador.
    Es gratificante saber que el nivel literario en RB se va a mantener muy alto durante mucho tiempo.

    Un beso con sabor a pera por correo España-Argentina,
    Van.

    ResponderEliminar
  4. Hola!
    MUY BUEN relato. Como dije alguna vez, me gusta tu estilo. La historia, además, es linda; la imagen del departamento lleno de sobres de colores es muy llamativa :) Me hizo pensar un poco en Ángela Vicario y Bayardo San Román, de Crónica de una muerte anunciada XD

    Aunque al final me ensarté, estaba segura de que no iba a llegar a los sobres XD

    ResponderEliminar

Posts siguientes Posts anteriores Volver al inicio