search
menu

Refulgens: Uno - Aprendizaje

04 junio 2015


♦ Ver sinopsis ♦

Había pasado la medianoche y el viento helado golpeaba con fuerza en el pueblo casi desierto. Podía ser un momento especial para buscar calor en el interior de un vaso de Taj, la bebida tradicional de las tabernas de la región. Pero, en la Calle de las Luces, donde se alineaban los bares y burdeles, ésa era la hora en la que los perdedores habían agotado sus monedas y eran echados a patadas. Ya era una rutina, los que frecuentaban la zona ya estaban acostumbrados a los escándalos que surgían a esas alturas. Por lo general, solían estar muy ocupados bebiendo y jugando, como para quejarse en nombre de la buena vecindad.

En uno de esos locales, el cliente de la última mesa decidió que ya era el momento de hacerse cargo de sus asuntos. Así que se levantó, fue hacia la escalera angosta que llevaba a una puerta de pésimo aspecto en un primer piso, y golpeó tres veces con sus nudillos cubiertos por guantes oscuros. Desde el interior se abrió una pequeña rendija, por la cual un par de ojos impacientes asomaron durante algunos segundos, antes de volver a cerrarse. De inmediato le cedieron el paso, ya era habitual su presencia allí. Tanto como el espectáculo que se estaba desarrollando en el interior de la diminuta sala llena de humo y gritos.

Un par de mesas con monedas, cartas esparcidas y vasos de Taj a medio beber habían sido olvidadas por los jugadores, en un esfuerzo conjunto por detener al loco que se había rebelado contra su mala suerte, representada en un dos de bastos.

La última persona en llegar avanzó hacia el que lanzaba insultos y amenazas contra todos los presentes y lo arrastró hasta la puerta con algo de esfuerzo. La diferencia de altura y complexión era notoria, el alborotador era una mole de dos metros, brazos fuertes y anchas espaldas, mientras que el que se lo llevaba era menudo y con la cabeza cubierta en una capucha apenas le llegaba al pecho. Era un espectáculo bastante peculiar.

Y se hubiera convertido esto también en un hábito, de no ser por la aparición del tabernero. Desde otra puerta, ingresó un grupo de hombres de tan mal aspecto como el que llevaba el que se estaba retirando a la fuerza.

—¡Un momento! —exclamó con voz potente el tabernero, un hombre entrado en años pero de expresión temible—. Sarwan, eres un muy mal perdedor, ¿lo sabías?

—¡No es cierto, estos malditos me han embaucado! Todo el tiempo lo hacen y piensan que no me doy cuenta —respondió el aludido, con sus ojos del color de la miel convertidos en dos furiosas hogueras, y el encapuchado todavía aferrado a su manga.

El resto de los jugadores le respondieron ofendidos y el ambiente amenazó con volverse agresivo otra vez, hasta que el tabernero golpeó con fuerza los tablones del suelo con su bastón. Silencio total.

—Escúchame bien lo que voy a decirte, porque no lo repetiré —comenzó el anciano, con una determinación alimentada por el fuego poderoso de los que han manejado asuntos como ése por años—. Sarwan Lal Nehru, desde hoy tu presencia no es bienvenida en este lugar.

El más alto pareció aumentar su indignación.

—¡No puede hacerme esto!

—¡Sí que puedo, este es mi negocio! —recalcó el dueño del local—. ¡Si vuelvo a verlos por aquí, a ti o a ese muchacho enclenque, te juro que…!

—¿Cómo? Un… un momento —interrumpió el indeseable, mientras el que trataba de llevárselo se resignaba y usaba su mano en cosas más realistas, tales como una palmada en la frente—. ¿A quién se refiere con muchacho enclenque? ¡Oh, ya entiendo! Suéltame, Nirali, por los dioses.

—Aprovechen que los estoy dejando salir por sus propios medios, Sarwan. Lárguense ahora.

—A mí puede echarme y decirme lo que quiera, pero no voy a permitir que insulten a mi discípula —gritó él y de un movimiento seco bajó la capucha de su acompañante, revelando con eso un rostro femenino enmarcado por el oscuro cabello mal recogido—. Que sea insulsa y plana como una tabla no les da el derecho de confundirla con un hombre.

La chica era realmente pequeña a su lado, sin embargo, la furia que lucía el negro en su mirada no presagiaba nada bueno.

—Ya vámonos —pidió ella entre dientes.

—No, muchacha, espera —insistió el alto—. No voy a permitir que se diga que el gran Sarwan Lal Nehru recorre la soledad de los caminos de esta comarca de mierda con otro hombre. —Y se dirigió al resto para dejar bien claro su punto—. Tiene tetas, ¿entendieron? Ahora sí, me marcho.

La muchacha sintió que comenzaba a tener jaqueca. Satisfecho, luego de la vergonzosa declaración, su maestro enfiló hacia la puerta.

—Por fin. —Suspiró aliviada y trató de seguirlo hacia la planta baja, pero se chocó contra la espalda maciza del sujeto—. ¿Pero qué…?

La determinación de Sarwan dio un vuelco, y lo hizo volverse hacia los jugadores que todavía no alcanzaban a regresar a sus mesas.

—No, ¿saben qué? —siseó—. Estoy harto, no me iré de aquí hasta que no me devuelvan mi dinero y me pidan disculpas por usar cartas marcadas.

Los demás lo miraron, incrédulos. El tabernero lanzó un suspiro de cansancio y dio la orden.



***



Nirali estaba cansada, adolorida y hambrienta. Cansada, porque era noche cerrada y por culpa del dinero que su maestro había perdido en las cartas no tenían un lugar decente donde dormir. Adolorida, por el golpe que se había pegado al ser arrojada a la calle por los matones de la taberna. Y hambrienta, porque no había comido nada desde esa mañana. No podía creer cómo Sarwan podía soportar vivir en esas condiciones, menos todavía el hecho de que la mantuviera a ella en las mismas.

—Son unos estafadores. ¡Unos mugrientos estafadores tramposos que no saben ni jugar a las putas cartas! —rugía él mientras iba y venía por el reducido espacio que tenían en el depósito abandonado donde dormían desde hacía un par de días—. ¡Mira que sacarnos a patadas sin devolvernos ni un centavo de lo que me robaron esos embusteros! Pero ya me las van a pagar, apenas junte algo de dinero volveré y les quitaré hasta los zapatos a esos idiotas.

Nirali salió del biombo improvisado en la derruida habitación, vestida con un camisón descolorido, y acomodó con cuidado su ropa en un montón junto a una pared.

—Lo mismo dijiste en el resto de las tabernas de esta calle —respondió la chica, mientras procedía a extender en el suelo las mantas en las que dormirían, cada uno en un extremo opuesto del cobertizo—. ¿Qué vas a hacer ahora? Ese era el único lugar en donde te soportaban. Tendrás que dejar de jugar, al menos mientras sigamos en este pueblo.

—Bah, nos marcharemos mañana a primera hora —aseguró él, con confianza, mientras se quitaba la ropa detrás del biombo—. No te preocupes, mi suerte regresará apenas cambiemos de escenario.

—No sabes lo mucho que me alivia saberlo —ironizó ella, sin dejar de moverse y con el pretexto de cambiar la lámpara encendida de lugar. A pesar del tiempo que llevaba con él, no podía evitar la incomodidad de saberlo desnudo en algún lado de la misma sala.

Y no era para menos, su maestro era ya un hombre con sus veintitantos, al lado de los dieciséis de ella, y el físico obtenido después de años de entrenamiento físico diario no hacían otra cosa más que afirmarlo a los cuatro vientos. Sarwan no solo era alto y bien formado, su rostro era cualquier cosa menos desagradable, con una incipiente barba que solo afeitaba una vez por semana y un par de ojos claros que a veces irradiaban más calor que la lámpara que ella mantenía encendida entre sus manos.

«Si solo su personalidad no fuera tan desagradable...» Pensaba la chica, antes de que la aparición de su maestro la volviese a poner nerviosa.

—Por esta noche vamos a dormir aquí —comentó él, al salir únicamente con un pantalón holgado y arrojando con descuido su ropa usada hacia un rincón—. Mañana llega el mensajero con el dinero de la mensualidad, así que empezaremos de nuevo.

Entonces la muchacha despertó de su embotamiento y se acercó a él, furiosa.

—¡No vas a jugarte las monedas que mis padres te envían, Sarwan! —exclamó, enfrentándolo cara a cara o, mejor dicho, cara a pecho.

Él la observó divertido, una cabeza más arriba.

—Claro que no, Nirali. Yo solo juego con lo que saco de mis recompensas, esto es para el viaje y la comida de este mes. Aunque —se interrumpió—, no tengo de qué darte explicaciones. Lo que tus padres envían son mis honorarios como tu maestro, no tienes derecho a recriminar nada, ¿eh? Más respeto —dicho esto, cambió su expresión a una de complicidad—. Hablando de eso, ¿pudiste sacar lo que te pedí?

—Sí —resopló, avergonzada, al recordarlo—. ¿Cuándo he dejado un pedido tuyo sin cumplir, por más horrible que fuera?

—Tráemelo, no podré descansar tranquilo por culpa de lo que sucedió con esos malditos esta noche.

Acto seguido, Nirali fue hacia el atado donde había colocado sus pertenencias y sacó una pequeña bolsa de paño oscuro. Se la extendió al joven, quien se la sacó y la abrió con curiosidad. Contó las monedas que había adentro, con satisfacción, mientras ella se dejaba caer en el montículo que oficiaba de cama.

—Como si hubiera aprendido en estos meses algo más que entrar en peleas de bar, hacer trampa en las cartas o robar —enumeró, desganada—. No me has enseñado ni una simple poción. Y tú hablas de estafadores, no lo puedo creer.

Sarwan volvió a meter en la bolsa las monedas robadas a los jugadores en la taberna durante la confusión, y arrojó la bolsa al aire para atraparla con una mano. Su buen humor había vuelto.

—Esto me corresponde, niña, bastante me han robado esos malditos. —Y guardó el botín entre sus cosas—. En fin, vamos a dormir. Mañana, apenas tengamos el dinero mensual y haya entregado tu carta al mensajero, saldremos en dirección al sur.

Ella asintió, no muy convencida, y él se volvió con expresión más seria.

—¿Estás segura de que no quieres ver al mensajero, darle algún mensaje extra para tu familia…?

—¡Muy segura! —respondió la voz de la joven, amortiguada por las sábanas—. Déjame en paz.

—Bien, olvida que he dicho algo.

Él fue a acostarse y ella surgió entre las mantas de la otra punta hasta quedar sentada, como activada por un resorte.

—¿Dijiste que vamos al sur? —preguntó—. ¿Para qué?

Una sonrisa malévola apareció en el rostro de Sarwan.

—Ya tengo una nueva presa —adelantó, y sacó del lío de cosas en el suelo un papel enrollado para arrojárselo a la cara—. Mira esto. La recompensa que ofrecen por encontrar la entrada a esa supuesta ciudad escondida es impresionante. O han enloquecido, o estamos detrás de algo grande, después de tanta sequía.

Ella se tragó la recriminación por la falta de delicadeza, sabiendo que no serviría de nada, y abrió el rollo. Se encontró con un aviso oficial emitido por el jefe de la Guardia Real, desde la capital del imperio, y suspiró aliviada. Por fin, una verdadera misión. Después de meses de vagar como delincuentes, cuando en realidad sí tenían un oficio. Ella no era la discípula de un ladrón, sino de un hechicero cazarrecompensas.

Los dos se dedicaban a perseguir seres sobrenaturales y a entregarlos en la capital a cambio de dinero, en nombre del proyecto por un "Nuevo mundo solo para humanos" (Nuevo Mundo, abreviado) que Su Majestad el Rey de Daranis estaba dispuesto a conseguir por todos los medios. Aunque no eran los únicos en el negocio: la cantidad de cazadores era mayor a cada temporada y las cacerías cada vez más raras, ya que las presas estaban disminuyendo. Estaban logrando la extinción total de todo ser mágico, o al menos su escape de la zona, lo cual convertía a los mismos cazadores en seres miserables y desesperados por un par de monedas. Como ellos, en ese momento.

—Refulgens, ¿eh? —contestó entusiasmada, recitando el nombre de la ciudad escondida que figuraba en el aviso—. ¿Existirá, al menos?

—No lo sé —agregó su maestro, quitándole el papel y volviendo a ubicarlo entre el lío de ropa antes de acostarse—, pero es seguro que habrá muchos más en la búsqueda, así que no podemos quedarnos atrás. A dormir.

Nirali lo vio darse vuelta entre las mantas hasta quedar de espaldas a ella. La pequeña luz de la lámpara encendida que ella había dejado detrás de ambos no era tan molesta, incluso les daba cierta sensación de seguridad, pero él igual evitaba tenerla de frente durante el sueño. Ella no tenía inconveniente con eso. En realidad, la presencia masculina a pocos metros de su cama era mucho más perturbadora que un poco de luz.

—Hasta mañana —susurró.



***



¡Estaba tan molesta! Levantarse con el cuerpo agarrotado por haber dormido en el suelo, apenas un par de horas, para luego tener como desayuno un insulso pedazo de pan rancio guardado desde hacía semanas… Ésa no era la vida que Nirali pensaba tener cuando había salido de viaje con aquel loco de Sarwan.

Él le había prometido una travesía gloriosa, llena de aventuras y emociones. Le había dicho que ella sería hechicera. Y en ese momento, lo único que tenía era un atado con las pertenencias indispensables, al que cargaba en su espalda durante las interminables caminatas. Eso, y una pequeña lámpara con una llama que llevaba casi un año sin apagarse, gracias a sus cuidados extremos.

Se terminó el pan y soñó despierta con los pasteles y las infusiones de hierbas que solían servir en su casa, en Suhri. Mientras se disponía a guardar todo para salir al camino apenas Sarwan regresara de su reunión con el mensajero de su familia, en las afueras del pueblo. Ella no tenía ganas de verlo, no quería arrepentirse de lo que estaba haciendo, por lo que simplemente había enviado a su mentor con una carta para sus padres.

Suspiró y volvió a concentrarse en el montón de trapos frente a ella. Una vez que revisó que no quedara algo suyo o de su maestro en el cobertizo, se sentó a doblar todo para meterlo en los dos atados que llevarían. En cierto momento, sus ojos se encontraron con la llama de su lámpara, lo cual le recordó su razón de estar allí y lo poco que había conseguido hasta entonces.

Con todo eso de la caza de sobrenaturales y la limpieza para la llegada del Nuevo Mundo, estaba convencida de que podía luchar por cambiar su situación. Sin embargo, la única tarea cercana a la magia que le había encomendado su maestro era bastante extraña, además de una distracción muy obvia.

Debía cuidar de la llama de esa pequeña lámpara, llevarla con ella durante el viaje y hacer que durara el mayor tiempo posible.




—¿Por qué de todos los elementos, tenía que ser el fuego, Sarwan? —había rezongado ella.

—Porque no te queda otra, niña. El fuego te ha elegido a ti —había respondido él, con ese tono misterioso que la hacía dudar de si la estaba embaucando, o introduciendo en el mejor de los secretos del mundo.

—Esas son tonterías —reaccionó la chica, luego de carraspear—, pero supongamos que te creo. Aun así, en los mismos libros que cargas y me obligas a leer se dice que es el elemento que menos se presta a la manipulación del hombre.

—Tú no eres hombre, eres mujer.

—¡Deja de bromear conmigo y enséñame algo que sí sea útil!

En ese instante, el mago estiró su mano hacia ella y una preciosa llama redondeada surgió de su palma, haciéndola tragarse sus quejas. Por el momento.

—¿Dices que esto no es útil para ti, Nirali? —la tentó con un tono de voz suave, mirándola fijo y moviendo la pelota de fuego entre sus dedos como si se tratara de un simple juguete inofensivo—. ¿En serio, no quieres aprenderlo?

La muchacha no pudo más que abrir la boca y extender su mano para intentar tocarla, ante la risita socarrona de su mentor. Cuando pegó un salto por el ardor que le produjo el contacto, debió reconocer que le faltaban un par de cosas muy importantes para estar en camino de ser la discípula perfecta que ella creía. Humildad y confianza. Pero se cuidó mucho de decirlo en voz alta.

—Está bien, enséñame a producirlo —aceptó, molesta por tener que darle la razón en ocasiones como ésa.

Pero Sarwan cerró con fuerza su palma y extinguió la llama de golpe.

—No, tienes que aprender a amarlo primero —explicó—. Luego a familiarizarte con él y a hacerlo tu amigo. Recién entonces, podrás ejercitarte con él y que no te consuma. Pero esos libros que has visto no son infalibles, Ni. El fuego es el más difícil de los elementos, el más desconfiado del ser humano, aunque sabe reconocer a los que podrían estar capacitados para entenderlo. Yo fui entrenado al igual que tú alguna vez, sin entender qué era eso de ser elegido por un elemento que se supone que debe ser dominado por nosotros y no al contrario. Hasta que un día todo se hizo más claro.

Nirali lo miró, dudando de la cordura de su maestro. ¿De qué estaba hablando? ¿Ser elegida por el fuego? Supuso que no esperaría que ella se creyera semejante embuste.

—¿Y el agua? ¿El aire? —preguntó, todavía con desconfianza—. ¿No puedo comenzar por algo más simple?

Él perdió la paciencia y se alejó de ella para prender otro de sus cigarros. Parecía necesitarlo para no romper todo lo que tenía enfrente. Era obvio que no se había esperado que su alumna le diera tanto trabajo.

—No tienes afinidad con esos elementos, niña —le respondió exhalando una bocanada de humo hacia la ventana abierta—. Pero no estás tan lejos de tu casa, puedo regresarte a tu pueblo y devolver el dinero a tu padre. Estás a tiempo todavía de no quedar marcada en tu sociedad y conseguir un matrimonio conveniente.

La sola mención de la palabra “matrimonio” hizo que a ella se le pusieran los pelos de punta. Pegó un salto de su silla y lo enfrentó.

—No me cambies de tema. Ya me convenciste. Quiero la lámpara —exigió, decidida.




Dos días después, su maestro había caído en la primera pelea feroz de taberna, luego de malgastar en una noche todo lo que habían ganado de la cacería de un orco, la cual les había llevado semanas de cuidadoso planeamiento. 

Y allí estaba, casi un año más tarde, en otra comarca más lejana de su casa paterna, con la llama todavía encendida pero sin haber avanzado nada en sus conocimientos mágicos. Allí estaba, sentada en el suelo de un cobertizo abandonado, doblando los calzones de su maestro para guardarlos en el atado que le serviría de equipaje. Doblando sus limpios y perfumados calzones. Limpios porque ella lo había obligado a lavárselos, perfumados porque ella se los había guardado con una ramita de madreselva. Casi daban ganas de hundir la nariz en… Pero mejor seguir rezongando.

Sarwan ni se molestaba en darle clases teóricas, para eso tenía su colección de libros ajados, la cual iba ampliando al robar más de los lugares por los que iban pasando. Más alimento para su cerebro, para su ambición y para su dolor de espaldas.

Recordaba que una de las primeras cosas que le había preguntado era si ella sabía leer, y lo contento que se había puesto al saber que sí. Luego le había endulzado los oídos con la falsa admiración hacia su esmerada educación, tan rara para las mujeres de la región. Nirali había caído, por culpa de su vanidad se había creído especial.

Había pensado que Sarwan había visto algo en ella. Y ahora no paraba de decirle “pechos planos”, “niña”, “insulsa y plana como una tabla”, “Ni”… Bueno, el apodo de Ni sí le había gustado, le provocaba cosquillas en el estómago cada vez que lo escuchaba. Pero Sarwan solía tener un pedido preparado luego de usarlo, así que con el tiempo eso había perdido el encanto. Y las cosquillas se le habían trasladado a algún punto debajo de la cintura, para aparecer solamente al verlo dormido o al entrar por accidente mientras él se estaba vistiendo. Nirali quería formar parte de los soldados de la Guardia Real, no doblar los calzones de un hombre, por más apuesto que fuese.

Justo se estaba quedando corta de quejas, con lo que su atención iba de la pequeña llama a los calzones, de la hermosa y sacrificable llama hacia los perfumados y amados calzones del odioso maestro, cuando la voz de Sarwan la sacó de sus pensamientos.

—¡Listo! —exclamó alegremente el muchacho, al entrar con su nueva bolsa de monedas—. ¡Larguémonos de esta mugre de pueblo, directo a Refulgens!



***



Hacia el final del día, ya habían cubierto una buena parte del camino indicado por los rumores del pueblo fantasma que estaban buscando, y Sarwan no dejaba de hablar de lo bueno que había sido el almuerzo en la parada que habían hecho horas antes. En cambio, Nirali iba algo desanimada, en silencio, con su lámpara encendida en la mano.

«Pobre llama», se dijo en su mente. Y pensar que ella había estado a punto de sacrificarla solo para ver arder los calzones de aquel sujeto, por el resentimiento de niña caprichosa que no había obtenido lo que quería en un principio. «Pobres calzones.» Entonces, algo más terrible cruzó por su cabeza. Si lo que decían esos libros que cargaba en sus espaldas era cierto, dentro de aquella llama vivía un espíritu del fuego, un elemental. Una salamandra que dependía de sus cuidados en ese momento. La misma clase de salamandras que ellos asesinarían si encontraban en estado salvaje en el camino. Y usando la misma magia.

Una sensación helada la recorrió, desde los pies hasta la cabeza, mientras pensaba en eso.

Al fin y al cabo, esa pequeña salamandra era su única amiga en esos instantes. ¿Se habría encariñado con ella? Tal vez a eso se había referido Sarwan con esa prueba tonta. Amarla, comprenderla… para asimilarla y usar su poder en eliminar a otros como ella. Retorcido e ilógico. Casi malvado. Pero así era el mundo, y no debía hacerse muchas preguntas o su cabeza explotaría.

Por el camino habían visto gran cantidad de viajeros, cazarrecompensas como ellos, seguramente en la misma búsqueda. Esta vez, Nirali se sentía más cansada que de costumbre, molesta y decepcionada de los nulos resultados de su travesía. Pronto terminarían otra misión, recibirían su premio de manos de los emisarios del rey, ella seguiría sin saber nada nuevo y su maestro se gastaría todo en juego y bebidas. Estaba decidida, luego de encontrar Refulgens se iría. No sabía hacia dónde. Tal vez a su casa. A doblar los calzones de algún viejo verde.

—Y la bebida que mejor combina con las carnes ahumadas es ésa, aunque puede que te sientas un poco pesada después de comer —comentó él, sin enterarse del descontento de su alumna—. Ése no es un platillo para consumir durante un viaje como el nuestro, pero si cambias la guarnición por…

Ella hizo un gesto con la cabeza, para fingir que escuchaba lo que él estaba diciéndole. «Mira que hablar de bebidas y carnes ahumadas, cuando sabe perfectamente que en dos semanas estaremos muriendo de hambre otra vez», pensó mordiéndose el labio inferior. Pero Sarwan se veía tan alegre que hasta parecía inocente. ¿Qué estaba haciendo allí? ¿En qué se estaba convirtiendo? ¿En lectora de libros mágicos y ladrona de tabernas, o la loca amiga de una llama y amante sin esperanzas de un mago que ni la miraba más de unos minutos por día?

Notó que el parloteo de Sarwan había mutado en un tenso silencio. El camino frente a sus ojos se transformó en el muro de la gigantesca espalda de su mentor, contra el que su frente fue a incrustarse con torpeza. Algo estaba ocurriendo.

O más bien, alguien.

Había un joven bloqueando el camino de tierra, de pie y con ambos brazos abiertos. Parecía extranjero. Su baja estatura, sus ojos del color del cielo y su cabello oscilando en tonos de dorado lo decían. Sin embargo, su extraño físico no era lo que llamaba la atención, sino su mirada. Había algo perturbador en ella, como si una fuerza poderosa estuviera contenida en el alma de su dueño. Además, su atención ni siquiera se había movido de la figura de Sarwan, estaba fija en él. Nirali se preguntó si no habría demasiado nerviosismo en ambas partes para ser un primer encuentro. Nadie miraba así a un desconocido.

—Sarwan, qué sorpresa encontrarte por aquí —expresó el rubio por fin, en una voz ligeramente ronca—. ¿No crees que esta misión está un poco fuera de tus posibilidades?

—Pero, ¿y éste quién se cree que es? —reaccionó la chica de inmediato.

—Déjame a mí, luego te explico —la interrumpió su maestro, antes de avanzar hacia el otro—. Deval Khan, un gusto encontrarte de nuevo, pero no tengo tiempo que perder. Con permiso.

E hizo el intento de seguir por el camino, con Nirali un par de pasos detrás, pero el extranjero no se movió.

—No dejaré que sigas, amigo —dijo.

—«Amigo», las pelotas —siseó el otro.

—¡Sarwan! —gritó la chica detrás de él, colorada hasta las orejas.

—Siempre tan distinguido, hombre —rió Deval, con aire de superioridad—. Así que tienes tu propio discípulo, ¿eh? Una mujer, para colmo de males. —Y se dirigió hacia ella, burlón—. ¿Y qué es lo que te está enseñando, preciosa? ¿El grandioso arte de la mentira, las trampas en los juegos de azar, o el secreto de la inmadurez eterna?

Para ese momento, Nirali ya estaba segura de que esos dos se conocían desde antes. Algún rencor antiguo seguramente había estancado a aquel sujeto en esa actitud tan infantil. Porque él tampoco se veía muy maduro.

—¡Vete a la mierda, Deval! —gritó Sarwan en respuesta—. ¡Déjame pasar, es un camino público! ¿O es que tan poca confianza te tienes, que andas haciendo competencia desleal?

—Di lo que quieras, pero no pasarás de aquí.

—¿Entonces vamos a hacerlo así? Muy bien, me servirás de precalentamiento, mi alumna venía aburriéndose así que nos harás un favor a ambos.

La muchacha supo que la pelea era inminente, que debía alejarse y meter las pertenencias de ambos entre los matorrales. Ya estaba acostumbrada a ver a su maestro en enfrentamientos de esa clase, los cazarrecompensas por lo general no iban de un punto a otro sin tener que sacar a un competidor del camino.

—Sarwan, ten cuidado —le advirtió antes de correrse del camino—. Parece trastornado…

—Quédate a un costado, Ni, y mira con atención —sonrió él, con confianza—. En un rato seguiremos camino.

—Sí, claro —se mofó el otro—. Luego me encargaré de ti, «Ni».

Ella abrió la boca para responderle, pero en ese instante se elevaron los dos en el aire para desaparecer en una pelea furiosa, de la que ella solo pudo notar las ráfagas de viento y los choques de energía. La chica se aseguró de mantener protegidas las cosas que llevaban, en especial la lámpara, y enfocó la vista hasta poder distinguirlos, cosa que solo logró algunos minutos después.

Estaban detenidos a varios metros de altura, mirándose, midiéndose. Dieron un par de vueltas en círculos, antes de volver a chocar varias veces con sus puños, sin lograr pasar a otra porción del cuerpo del otro. Los golpes físicos no eran armas definitivas entre ellos, estaban a un nivel bastante parecido, por lo que Nirali temió que alguno de los dos intentara algo más.

Sus temores se confirmaron, al ver que el propio Sarwan extendía los brazos hacia los costados y recitaba una serie de palabras en un idioma bastante antiguo. Entonces el resentimiento y las dudas desaparecieron de la mente de la muchacha. Lo vio lanzar su ataque en forma de un aro de llamas, brillante y espléndido. Nirali recordó la verdadera razón por la que seguía allí. Sarwan era increíble, y ella quería aprender a ser como él.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Posts siguientes Posts anteriores Volver al inicio